DE LA OLLA A LA SARTEN

La corrupcion en el Perú

Por HECTOR VARGAS HAYA

Después de diez años de la humillante etapa tiránica de degradación moral derivada de la satrapía impuesta en el país, a partir de la asonada de octubre de 1968, se Instaló el gobierno legítimo de 1980-1985, por mandato de la Constitución de 1979, pero sólo se logró cambio de rostros y de metodología en la práctica de la corrupción, esta vez, sin tanques pero con carpetazos. Cae entonces a pelo  el epígrafe, porque de una etapa tiránica en la que la corrupción campeaba como forma de vida, el país pasó a otra, con rostro democrático y  llamado estado de Derecho, pero con las mismas  detestables corruptelas.

La corrupción se reinstaló, esta vez, ya no por imperio de las bayonetas, sino bajo formas legales. Referiremos sólo algunos de los emblemáticos casos, por razones de espacio, con lo que se demuestra que nada cambió en materia moral, pues aun cuando se produjeron encendidos debates, ausentes en las dictaduras, igualmente se consumaron ilicitudes y actos de corrupción, con rostros de legalidad, consecuencia del avasallamiento de una mayoría parlamentaria prepotente que no daba concesión alguna, ni a la razón ni a la justicia ni a la moral. La prepotencia de una ciega mayoría parlamentaria, oficialista reemplazó a la fuerza de los tanques.

Y sin  remilgos entremos en materia, refiriendo sólo algunos temas que no por haber sido realizados en una etapa de gobierno constituido bajo normas constitucionales, dejaron de ser inmorales: el negocio de setenta millones, de dólares en la venta de los barcos “MANTARO y PACHITEA”, el caso GUVARTE sobre equipamiento de hospitales con presupuestos no justificados; los arreglos con los bancos: BANCOPER, SURMEBANK, LATINO, BIC,  los fraudes  en la exportación de basura para cobrar el CERTEX, premio a los exportadores, tal el caso de Exportaciones CAROLINA que efectuó numerosos embarques de desechos, y que sólo pudieron ser  descubiertos gracias a la fractura accidental de  un contenedor,  al caer  de un barco en el que debía ser  exportado; el caso SOSCIMPEX, la desaparición negociada de los Tranvías, en pacto con vendedores de buses; el “contrabando del siglo” organizado por las transnacionales PEIKARD y NOVELTY SUPLEY, todos ellos denunciados  durante los gobiernos de Belaunde. .  

Luego el lustro de del gobierno de  García Pérez, 1985-1990, fecundo en hechos de corrupción: el carnaval del Mercado Único de Cambios (MUC),la venta de aviones MIRAGE; el Tren Eléctrico, el ilícito traslado  de los fondos del Banco Central de Reserva al Banco BCCI, el fraude del Banco de la Industria de la Construcción, (BIC), fueron los más relevantes, que contribuyeron con el desastre sufrido por el Pewrú, sólo comparable con las angustias que dejó la guerra con Chile. .

En la década de 1990-2000, fue la autocracia de Alberto Fujimori, en la  que la corrupción, además de la violencia genocida, quedó reflejada en la dolosa venta de 228 empresas públicas, por nueve mil millones de dólares, de los que sólo ingresaron al Erario, unos seis mil millones;  la prostitución y soborno a jueces, brodcasters y políticos, mediante el público reparto de millones de dólares por Montesinos practicaba públicamente televisado, etc, podredumbre que culminó con la intempestiva fuga del referido Fujimori, hoy recluido en dun penal cumpliendo larga condena.

Y cuando se creyó que  a todo cambaba con  el surgimiento de Alejandro Toledo, 2001-2005, al enarbolar la recomposición del país, después de su exitosa campaña, conocida como la de los Cuatro Suyos, y con todo el apoyo de la ciudadanía desaprovechó la excelente ocasión para encumbrarse por la vía de la recomposición del Perú, se olvidó de todo y cayó en conducta disipada y continuó con la corrupción, mediante sucias transacciones de escándalo, por las que hoy se halla en situación de ser expatriado desde Estados Unidos, donde fue hecho prisionero. Luego, nuevamente García Pérez, increíblemente reelecto, no obstante su corrupta administración de 1985-90, debido a dos factores: el haber tenido como opositora a la indeseada y repudiada candidatura de la hija del no menos corrupto, fugado autócrata, condenado por delitos de lesa humanidad, y luego por haberse entregado, en cuerpo y alma, a los dueños del mercado, que lo apoyaron.

Le siguió Ollanta Humala, cuya propuesta de cambios político-sociales, le sirvió para su triunfo electoral en el proceso del año 2006-2011, pero, igualmente siguió la suerte de sus antecesores, dominado por la concupiscencia, por lo que hoy se halla, junto a su esposa, comprometidos ante el Poder Judicial. Su sucesor, Pedro Pablo Kuszinsky, 2016-2018 obligado a renunciar, abrumado por acusaciones y sujeto a investigaciones judiciales, con detención domiciliaria. Su sucesor, César Vizcarra, el que en su condición de vicepresidente asumió la presidencia en un acto de felonía contra su protector defenestrado, terminó bebiendo de su propia pócima, destituido por el Congreso.

La Historia del Perú, en materia de política y corrupción es muy fecunda. Se sostiene, a menudo, que es la pobreza la causa del creci­miento de la corrupción. No se repara en que la mayor corrup­ción no se halla, precisamente, en los sectores más pobres sino en los estratos más elevados de la sociedad. Los ricos quieren ser más ricos y amasar más fortuna, son los encargados de las grandes transacciones y ejecución de contratos millonarios. No son los pobres los que logran licitaciones de obras públicas, ni los que acaparan puestos y cargos políticos, ni los que trafican con las armas o con los bienes del Estado. En manos de los menesterosos que escogieron el camino del robo sólo están las raterías menores, los asaltos callejeros, los llamados paqueteros que venden gramos de droga para los drogadictos, mas no los capos traficantes de la droga en escalas de escándalo. Es entre los poderosos que tienen medios para ocultarse con facilidad, donde pululan las mafias, los negocios turbios, el contrabando organizado, las exportaciones e importaciones fraudulentas, la evasión tributaria. Los pobres no tributan por carecer de rentas porque no tienen negocios ni cuentas corrientes y, en consecuencia, no pueden ser evasores de impuestos. Ellos no simulan salvatajes de bancos quebrados por sus propios dueños para luego acudir en pos de auxilio a las arcas estatales.

 Las amnistías tributarias, la depredación de los recursos naturales o el usufructo con ventajas monetarias o arancelarias han sido siempre favores para los disfrutan de riqueza, como lo fueron en su tiempo, el salitre, el guano, el caucho, y actualmente los minerales, el  petróleo y el gas, usufructo de los pobres y desvalidos  sino de los ricos y de privilegiados más cercanos del poder. De esos lujos no se sirven los pobres que nada tienen. Y si, en verdad, es más notorio el diario delinquir en las calles, callejones y plazuelas por delincuentes comunes,  se debe a varios factores como el hambre —que en nada justifica el delito, por supuesto-—, la carencia de educación, la falta de autoridad, pero, sobre todo, el mal ejemplo de los señoritos de cuello y corbata, ansiosos de fortuna, de los que no utilizan micros o buses, sino automóviles de lujo de último modelo, de los que pasan vacaciones en lujosos balnearios del mundo y habitan suntuosas man­siones, fácilmente adquiridas.  Junto a todo ello, la presencia de autoridades venales, generalmente puestas al servicio de los que más pueden, son los factores más importantes para el incremento de la corrupción.

Pero, lo que conmueve es el conformismo  de los  que al referirse a la corrupción, concluyen con  la  preocupante expresión “en todas partes hay corrupción”,  frase  preocupante  a la que, cierta vez, el poeta César Moro respondió: “es ver­dad que ello ocurre en todas partes, pero sucede que en el Perú solamente se cuecen habas”. Es decir, que la excepción en otros lares resulta ser la generalidad entre nosotros.

Si la humanidad está integrada por personas de diversa con­dición social, conducta, usos, hábitos y costumbres, es inevitable que en todas las sociedades se den casos de corrupción, pero la diferencia está en que en otros medios hay sanción. Hay mucha diferencia entre las excepciones y la generali­dad. La impunidad o falta de castigo es práctica tradicional en el Perú. Aparte de que es una institución la compadrería y las influencias, las leyes están al servicio de los que delinquen. A propósito del tema, Curiosamente, el código penal, lejos de ser más drástico en razón directa del grado de los  delitos ha sufrido recortes. Las penas han sido convertidas, paulatina­mente, en cada vez más benignas.

Y como si se tratara de enaltecer las malas conductas,  se ha impregnado en la sociedad criolla una especie de distinción a favor de los que ostentan riquezas. La sociedad suele olvidarlo todo, los políticos probos son ignorados y, sensiblemente, quienes gozan de nutridos patrimonios y riquezas con las que deslumbran a los olvidadizos que los rodean y prontamente vuelven a la palestra y gozan de olvidadizos o quizás voluntarios y alegres adeptos.  Esta axiomática verdad nos remite a reproducir una vieja reflexión condensada en la sugestiva expresión sentenciosa:

En el Perú la política es la única actividad en la que es posible robar  con  honores.

La frase pertenece al fundador de la Hacienda Casagrande, Augusto Gildemeister, la expresó en cierta oportunidad, probablemente abrumado por presiones de políticos venales que terminaban condecorados. La frase no pudo ser más adecuada, para la política criolla en la que abundan malandrines  con distinciones, placas recordatorias y estatuas en plazas  y parques por supuestas acciones distinguidas y hasta por ser autores de baldones contra la patria.. En el Perú la ley rige sólo para los infelices, para los ladrones de chucherías, para los sin apellidos ni padrinos, con ellos se esmeran ciertos jueces vendedores de sentencias y libertades. Las distinciones están reservadas para los gigantes del delito, los delincuentes de frac y de manos enguantadas, que compran alcurnias y transforman sus ape­llidos fabricando linajes. Se cumple la lapidaria sentencia del poeta José Hernández, en “Martín Fierro”: “La ley es trama hermanones que sólo atrapa a los mosquitos y deja pasar a los moscardones”. Y se continuará encumbrando  a pícaros y felones, “caballeros del delito”, referidos por En­rique López Albújar.