Manuel J. Valdivia Rodríguez
Un infeliz estudiante ya cerca de obtener su título en la facultad de Derecho de una universidad privada de Lima, al celebrar su cumpleaños en una fiesta con sus amigos, hizo escarnio de un tristísimo suceso acaecido en Estados Unidos en mayo 2020: la muerte de George Floyd, un ciudadano negro que falleció asfixiado cuando un policía blanco lo sujetaba en el suelo aplastándole el cuello con la rodilla bajo la sospecha de que había pagado una compra con un billete falso.
El joven al que me refiero levantaba su torta de cumpleaños adornada con el retrato de Floyd y repetía con
risas la angustiada frase de la víctima: “¡No puedo respirar!”. Y sus amigos, en plenos de jolgorio, lo
coreaban con entusiasmo.
Lo hecho por ese estudiante nos avergüenza como país, no solo porque es una muestra del
espíritu discriminador que todavía mueve a muchos peruanos sino porque es señal de la existencia de
un pensamiento fascista entre nosotros.
Alguna sanción, siquiera moral, recibirá a ese joven mal peruano, pero será inútil. Un certero
refrán popular dice que “el árbol torcido no se endereza”.
Pero esta tristísima anécdota nos sirve para aludir a tareas que debe cumplir nuestra Educación Básica.
Los niveles de Educación Inicial y Educación Primaria tienen parte de esa tarea.
En estos niveles se da una oportunidad que no volverá a repetirse: contribuir a la formación en los niños de
una personalidad caracterizada por el respeto hacia los demás, sea cual fuere su condición. Como
todo ser humano, los niños traen en su herencia genética una tendencia a vivir en sociedad, a vivir
con otros; pero esta tendencia requiere ser orientada hacia una vida en valores: el espíritu cooperativo,
la solidaridad, la cortesía, la empatía no nacen con uno: tienen que ser formados desde los primeros
años.
En muchos hogares -lo intuimos- esta educación no se produce; en las escuelas debe producirse
en forma explícita. Tarea, pues, de los maestros de niños.
En la adolescencia ya es tarde para lograr lo que no se consiguió en la niñez. Eso no exime a
Educación Secundaria.
En ese nivel se podrá hablar de valores, se podrá aconsejar, se podrá incentivar
el afecto y la entrega hacia los demás, pero esto puede quedar simplemente como mensajes de moralidad que los estudiantes pueden desoír.
Sin embargo, es preciso que la escuela secundaria haga otra
cosa. Recordemos que el estudiante mencionado y los amigos que lo celebraban con aplausos y coros
ostentaban una ideología fascista, superviviente entre nosotros. La Educación Secundaria tiene la
ocasión para que los adolescentes conozcan y discutan la existencia del fascismo y los daños que
ocasionó en el mundo en la Segunda guerra mundial, y para estén en condiciones de descubrirlo
cuando saque su cabeza infame.
Deseamos, por supuesto que no se vuelva a producir una guerra como esa; pero necesitamos
más que la gente conozca y rechace las ideas que sustentan la discriminación de los otros, sea por su
raza, su condición social, su origen o sus ideas; que rechace firmemente la discriminación de las
personas por ser distintas.
No solo que alimente en sí un espíritu solidario, sino que rechace con
firmeza las acciones nefandas de los demás. Si queremos formarnos como una sociedad más justa,
debemos comenzar por allí.
Lima, setiembre de 2024