FIDEL, LA LEALTAD Y LA SOLIDARIDAD

EN HONOR A SUS 98 AÑOS
Fidel y la Lealtad

POR/BY Noel Domínguez

|

Una de las cualidades intrínsecas y menos di-

vulgadas del paladín de los revolucionarios

cubanos contemporáneos, Fidel Castro, fue

su lealtad a toda prueba, no sólo a los principios

que comulgaba y traspasó a las personas que le

rodeaban.

Lealtad es la primera y más consecuente condición

que exigía a los jóvenes revolucionarios, la cual

compartió para con su hermano Raúl, al enrolarlo

desde muy temprano en sus aún utópicas gestas

patrióticas.

Según le contó al historiador de La Habana, Euse-

bio Leal, en una temprana ocasión fue a buscarlo a

la natal hacienda de Birán y, sin pensarlo dos veces,

le dijo a su padre Don Ángel Castro Árgiz: “… a es-

te, me lo vengo a llevar conmigo”. Y sin esperar res-

puesta, así procedió.

Lealtad mostró para con su amigo Alfredo Guevara,

cuando cursaban las carreras de Derecho y Filosofía

y Letras, respectivamente, en la Universidad de la

Habana, e integraban la dirigencia de la Federación

Estudiantil Universitaria (FEU).

En esas circunstancias conminó a Guevara concurrir

a un evento estudiantil en Bogotá, Colombia, y tras

conocer allí que el líder Jorge Eliecer Gaitán había si-

do asesinado, se unió a la revuelta popular. Su acom-

pañante tomó otra decisión, pero ante la represión

desatada y la confusión generalizada, Fidel procuró

con angustia conocer su paradero y destino.

Lealtad puso en práctica desenfadadamente durante

el juicio por el asalto a los cuarteles Moncada y Car-

los Manuel de Céspedes, en julio de 1953, cuando

en el interrogatorio procesal, se declaró el único res-

ponsable de la audaz acción cuya autoría intelectual

adjudicó a José Martí.

Lealtad hubo de su parte al reconocer la actitud del

teniente del Ejército Pedro Sarría, quien tres veces

protegió su vida después de hacerlo cautivo en las

inmediaciones de la Gran Piedra, en el acceso a

la serranía oriental, cuando lo sorprendió dormido

y desfallecido tras varios días de los sucesos del

Moncada.

Al triunfo revolucionario de 1959, Pedro Sarría no so-

lo fue liberado por Fidel de la prisión de la Cabaña,

adonde fue remitido por la dictadura dada su valien-

te y ética actitud contra los crímenes del régimen,

sino que además lo ascendió al grado de capitán del

Ejército Rebelde y designó al frente de la Escolta del

Palacio Presidencial hasta su deceso en septiembre

de 1972. El Comandante estuvo presente en los úl-

timos honores militares que se le rindieron y orientó

se incluyera su retrato en el Museo Histórico 26 de

Julio, en el antiguo cuartel santiaguero.

Lealtad ratificó a sus compañeros revolucionaros du-

rante el exilio y los preparativos en México de la ex-

pedición armada que desembarcó en la isla en 1956

para ser “libres o mártires”.

Cuando un grupo de los jóvenes que se preparaban

militarmente en aquel país fueron detenidos por la

Policía Federal, con el riesgo de ser forzados a aban-

donar el territorio azteca, logró con apoyo de amigos

y del presidente Lázaro Cárdenas, que todos fueron

liberados excepto uno acusado de comunista y de

agente extranjero por haber visitado la embajada de

la Unión Soviética, además de haber expirado su visa

de turista.

A pesar de haberlo conocido y reclutado para incor-

porarlo al grupo poco tiempo antes, lo visitó en la

prisión y le aseguró que no partirían sin él, pese a

la negativa del argentino para no poner en riesgo la

expedición.

Cumplido el compromiso, Ernesto Guevara de la Ser-

na, el inmortal Che Guevara, fue el primer guerrillero

ascendido a comandante en la Sierra Maestra duran-

te la guerra nacional de liberación.

Lealtad enarboló durante la azarosa travesía del ya-

te Granma desde México hacia Cuba, cuando uno

de sus timoneles, Roberto Roque, cayó al agua en

medio de la noche y a pesar del riesgo que suponía

cualquier retraso por el plan previsto inicialmente, no

escatimó para rescatar al compañero impartiendo la

orden “de aquí no nos vamos hasta encontrarlo”.

GENUINA MORAL REVOLUCIONARIA

El triunfo y la supervivencia de la Revolución Cuba-

na han sido reconocidos y seguirán siendo modelo

de conductas de alto valor ético expresadas en la

lealtad a los principios de justicia social y solidaridad

que inculcó Fidel no solo a aquellos jóvenes de verde

olivo que descendieron con él de la Sierra Maestra,

sino a todo un pueblo.

De ello dan constancia centenares de miles de traba-

jadores en las áreas de la salud, educación, forma-

ción de especialistas en disímiles actividades dentro

27

y fuera de la mayor de las Antillas, incluidos el aseso-

ramiento y las misiones internacionalistas en nacio-

nes de África, Asia y América Latina.

Esa fidelidad era un genuino modo de ser que Fi-

del practicó hasta sus últimos días y es uno de los

rasgos admirados por amigos y reconocidos hasta

por personalidades que no siempre coincidían con

su discurso revolucionario.

Esto último lo prueba, entre otros, el gesto que tuvo

con Ronald Reagan, recordado por su política y viru-

lento lenguaje anticomunistas. No solo el líder de la

Revolución trasladó a Estados Unidos la información

que Cuba poseía sobre la gestación de un atentado

frustrado contra el presidente republicano, sino que

después de su muerte conminó a que no se le deni-

grara en los medios públicos de información.

Lealtad casi con espíritu de benefactor practicó in-

cluso con aquellos que en su momento defraudaron

su confianza y estuvieron implicados en las denomi-

nadas Causa 1 y 2 de 1989, a quienes rechazó clasifi-

carlos como traidores en sus 100 horas de entrevista

con Ignacio Ramonet.

Ese proceder magnánimo lo tuvo respecto al exmi-

nistro del Interior José Abrantes Fernández, según

describe el doctor Rodrigo Álvarez Cambras en su

libro Tal como lo viví.

“(…) En otra ocasión, el jefe de la escolta de Fidel le

hace entrega de un mensaje. En su rostro se reflejó

la preocupación (…)”, escribió Álvarez Cambras.

“(…) Le pregunté qué pasaba, respondiendo que le

había dado un infarto a José Abrantes y lo llevaban

para el hospital de San Cristóbal. Abrantes estaba en

una cárcel después de haber sido condenado por su

vinculación con las causas 1 y 2 (…)”, añadió el bri-

llante médico.

“(…) Fidel dijo: ‘él se equivocó y cometió un error

grave, pero me cuidó y me salvó la vida muchas ve-

ces’. Había sido su amigo (…)”.

“Se veía muy preocupado. Entonces le dijo al direc-

tor del Centro de Investigaciones Médicas y Quirúr-

gicas (CIMEQ) que enviaran una de las ambulancias

nuevas equipadas con cuidados intensivos para que

lo trasladaran al (CIMEQ)”.

“La ambulancia partió de inmediato. Pasado un

tiempo lo llamaron del hospital de San Cristóbal para

informar que había llegado vivo al centro hospitala-

rio, pero falleció al poco tiempo (…