CHRIS GILBERT, COLUMNISTA DE «VENEZUELA ANALYSIS»
La idea de avanzar hacia el socialismo por la senda electoral de las rosas no era una quimera, sino una planta que crecía en un suelo muy especial. Ahora que ese suelo ha sido en gran medida arrastrado por el agua y hemos regresado a los viejos tiempos, es un buen momento para que la izquierda recuerde algunas verdades básicas…El tipo de democracia que defendemos se entiende mejor como poder popular, y las elecciones pueden ser útiles o no para promoverlo
Hugo Chávez cambió la manera en que los socialistas veían las elecciones en todo el mundo. La izquierda había sido escéptica al respecto durante mucho tiempo. Los principales argumentos eran que las elecciones no son un terreno en el que la izquierda socialista pueda competir o hacer ofertas por el poder, tanto por el control de la ideología capitalista sobre las masas como por el control del poder real por parte del establishment burgués antes, durante y después de las elecciones.
Estos argumentos son sólidos y parecen confirmados por la historia. En nuestro continente, los gobiernos socialistas no llegaron al poder por sufragio universal hasta que Salvador Allende fue elegido en Chile en 1970, para ser derrocado tres años después por un sangriento golpe de Estado patrocinado por Estados Unidos. En la década siguiente, los sandinistas de Nicaragua ganaron una elección inicial después de tomar el poder, pero frente a la guerra de la Contra apoyada por Estados Unidos, las masas desesperadas finalmente optaron por un candidato que era receptivo al imperialismo en 1990.
Luego apareció Hugo Chávez y demostró que las elecciones podían ser una herramienta para tomar y mantener el poder socialista. Las llamó “batallas” y convocó a las grandes masas con discursos poderosos y programáticos. Si bien Chávez era eficaz en la comunicación, también movilizó masivamente a la gente en la calle. Al mismo tiempo, trabajó el ángulo del poder real, ganando a la mayoría de los militares para su lado como una forma de garantizar que las decisiones democráticas del pueblo fueran respetadas.
Esta novedosa fórmula funcionó de maravillas. Parecía abrir un nuevo terreno con posibilidades sin precedentes para la construcción socialista. Chávez, campeón de las urnas, ganó 13 de las 14 contiendas electorales en las que participó (sólo perdió en un intento mal concebido de reformar la Constitución en 2007). Él y el pueblo venezolano hicieron historia al promover medidas socialistas al amparo de las elecciones. El modelo también fue contagioso y estableció un manual revolucionario que, aunque su esfera de influencia inmediata fueron los países de la Marea Rosa, también fue mucho más allá.
Sin embargo, como todo modelo, el establecido por Chávez también tuvo sus límites. Esos límites comenzaron a sentirse incluso durante su vida. Por un lado, la fórmula rindió resultados menores cuando fue adoptada por otros países de la región, que no fueron tan radicales ni tan avanzados. Por otro lado, incluso en Venezuela, después de la Gran Recesión mundial de 2008, los programas electorales de Chávez se atenuaron notablemente, centrándose menos explícitamente en el socialismo y más en el patriotismo subalterno.
Paralelamente, el enfoque social de las campañas de Chávez cambió, en parte debido al éxito mismo de la revolución, pero sobre todo porque apelar a la clase media representaba un camino de menor resistencia. Chávez siguió aplicando el programa radical de construir el socialismo a través de las comunas, pero lo dejó cuidadosamente en un segundo plano en el período previo a las elecciones, cuando ideas como la “Venezuela Potencia” tuvieron más peso.
Tras la muerte de Chávez y la llegada al poder de Nicolás Maduro, que ganó por un estrecho margen las elecciones de abril de 2013, el modelo se vio sometido a nuevas presiones. La agresión imperialista se intensificó, con una guerra económica y sanciones crueles que dejaron al país y a las masas tambaleándose. El presidente Maduro siguió llevando adelante la llama del socialismo bolivariano, pero frente a las sanciones, implementó medidas extremas, como la liberalización de la economía y el recorte de los programas sociales.
A mediados de la década pasada, el modelo de socialismo ratificado electoralmente que Chávez había construido estaba claramente en crisis, tanto porque los beneficios materiales eran menores para las masas como por la renuencia del imperialismo estadounidense a permitir que las elecciones se celebraran en una situación de tranquilidad y equidad. Más recientemente, Estados Unidos ha hecho todo lo posible para socavar una elección presidencial en Venezuela, primero apoyando a un candidato fascista con su dinero, sus medios de comunicación y la amenaza de más sanciones, y luego poniendo en tela de juicio la victoria de Maduro el 28 de julio.
Ante este difícil panorama, que ya tiene más de una década, conviene retomar las afirmaciones históricas de la izquierda sobre los límites de las elecciones como herramienta en el movimiento hacia el socialismo. En realidad, las bases del escepticismo original siguen vigentes. Por un lado, el peso de la ideología capitalista no ha disminuido sino que se ha intensificado, con la suplantación parcial de los medios masivos de comunicación por las redes sociales. Por otro lado, la fuerza bruta de la injerencia imperialista sigue operando en todo el mundo, como lo demuestran las letales sanciones a Venezuela y la genocida solución final que el imperialismo estadounidense e Israel están aplicando al heroico pueblo de Palestina.
Es fácil ver, con cierta perspectiva histórica, que la época que vivió Chávez fue excepcional, marcada por un clima geopolítico de extralimitación y reajuste imperialista, y también por la extraordinaria bonanza petrolera que impulsó la economía interna del país. La idea de avanzar hacia el socialismo por la senda electoral de las rosas no era una quimera, sino una planta que crecía en un suelo muy especial. Ahora que ese suelo ha sido en gran medida arrastrado por el agua y hemos regresado a los viejos tiempos, es un buen momento para que la izquierda recuerde algunas verdades básicas:
- La democracia no es el único valor de la izquierda socialista; también lo son la solidaridad, la igualdad y la ciencia.
- El tipo de democracia que defendemos se entiende mejor como poder popular, y las elecciones pueden ser útiles o no para promoverlo. El poder popular debe incluir el derecho a la alimentación, la vivienda, la salud, la educación y, en general, convertirse en individuos y comunidades multidimensionales “más ricos”.
- La democracia (como poder popular) tiene una dimensión temporal, pues los factores materiales antes mencionados deben construirse en el tiempo. La forma en que esta construcción permanente debe conjugarse con procesos de consulta, participación y elección no está escrita de antemano.
Esta última cuestión, la del tiempo, es fuente de mucha confusión. Cuando el espíritu electoral se apodera de un país, tanto dentro como fuera del mismo imaginan un proceso que se aleja de las tempestades del presente y se desarrolla en condiciones de cristalina perfección.
Nada más lejos de la realidad. Las ráfagas de una tormenta que se avecina soplan con más fuerza que nunca en Venezuela y en el exterior. Los fascistas e imperialistas lo saben y actúan con decisión en sus ofensivas exterministas. No podemos sobrevivir si no actuamos con igual decisión en la defensa de nuestros pueblos y nuestros proyectos de emancipación.