LA REVOLUCION DE LOS CLAVELES Y SU INCIDENCIA EN CHILE Y PERU

Ecos del Cono Sur sobre la Revolución de los Claveles (1974-1976): La experiencia chilena y el velascato peruano

Ricardo Andrés Pérez Haristoy          raperez21@uc.cl

Pontificia Universidad Católica de Chile (Chile) Gilberto Aranda Bustamante                                                               garanda@uchile.cl

Universidad de Chile

Recibido: 05/08/2024               Aceptado: 13/10/2024

Resumen: Esta investigación propone estudiar la revolución de los claveles, explorando la recepción de los cambios ocurridos en Chile tras el golpe de estado el 11 de septiembre de 1973. Los paralelismo como movimientos militares transformadores de sus sistemas políticos anteriores, radican en la democratización en Portugal y la implantación de una dictadura, con rasgos alternos marcados por la represión de la población y el rol los partidos comunistas y socialistas en ambas experiencias. Sin embargo, en términos de larga duración ambos procesos militares formaron parte de la Tercera Ola democratizadora de Huntington. La incidencia del Velascato en el proceso portugués vendrá a marcar también una diferencia sustancial en cómo se recepcionó el militarismo latinoamericano en uno de los hitos claves de la descolonización africana de la década de los 70.

Palabras clave: Revolución de los Claveles, golpe militar chileno; radicalización, milita- rismo, Velascato

  • Cómo citar este artículo: Pérez Haristoy, R. A. y Aranda Bustamante, G. (2024). Ecos del Cono Sur sobre la Revolución de los Claveles (1974-1976): La experiencia chilena y el velascato peruano. Relaciones Internacionales, 33(67), 197, https://doi.org/10.24215/23142766e197

Editor: Juan Alberto Rial, Instituto de Relaciones Internacionales Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales (Universidad Nacional de La Plata)

Entidad editora: Relaciones Internacionales, es una publicación del Instituto de Relaciones Internacionales (Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales (Universidad Nacional de La Plata – Argentina)

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(CC BY-NC-SA 4.0)

Echoes from the Southern Cone on the Carnation Revolution (1974-1976): The Chilean experience and the Peruvian ve- lascato

Ricardo Andrés Pérez Haristoy1 y Gilberto Aranda Bustamante2

Abstract: This research aims to study the Carnation Revolution by exploring how the changes that occurred in Chile following the coup d’état on September 11, 1973 were re- ceived. The parallels as transformative military movements of their previous political sys- tems lie in the democratization in Portugal and the establishment of a dictatorship in Chile, characterized alternately by the repression of the population and the role of communist and socialist parties in both experiences. However, in terms of long-term impact, both military processes were part of Huntington’s Third Wave of democratization. The influence of the Velasco regime on the Portuguese process will also mark a substantial difference in how Latin American militarism was received during one of the key milestones of African decolo- nization in the 1970s.

Keywords: Carnation Revolution, Chilean military coup, radicalization, militarism; Ve- lascato

1 Doctor en Historia (PUC), Magister en Historia Europea (UCh). Investigador independiente

2 Profesor titular de la Universidad de Chile y académico del Instituto de Estudios Internacionales de dicha casa de estudios. Doctor en Estudios Latinoamericanos e investigador del Instituto Superior de Investigación en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Alcalá.

1.  Resonancias y caminos opuestos

Dentro de las experiencias revolucionarias emblemáticas de la historia del siglo XX, tanto la Vía chilena al socialismo3 como la revolución de los claveles, pueden ser considera- das objetos de estudios susceptibles de ser analizados en clave comparada, para enfatizar las diferencias y similitudes entre ambos procesos con la finalidad de reflexionar acerca del alcances de sus percepciones. Sin duda, un punto principal de referencia remite al protago- nismo de las FFAA quienes resultan ser actores decisivos, clausurando no solo el proyecto allendista (4.11.1970-11.9.1973), sino también la tradicional democracia liberal y represen- tativa en Chile, previamente desafiada –aunque sin ruptura- por segmentos de la Unidad Popular. En cambio, en Portugal finalizó una experiencia no democrática y colonialista (28.5.1926-25.4.1974).

Como parte de los imperativos ideológicos de las Guerra Fría Global, dos movimientos militares de latitudes dispares en el posicionamiento del desarrollo mundial inauguraron regímenes políticos de contraria orientación política, sin lograr profundizar sus relaciones, precisamente debido a lo anterior. Principalmente los aspectos autoritarios del proceso dic- tatorial chileno no encontraron eco en la germinal democratización política del Portugal, que adicionalmente en cierto momento de un proceso de dos años asumió contornos anti- liberales. Ambos casos tuvieron por punto de inflexión un golpe militar –con siete meses de diferencia-, donde el cambio sistémico fue parte de la retórica referencial de determinados grupos (Vía chilena al socialismo y proceso revolucionario en cursos portugués) al tiempo que la democracia liberal se constituyó en un tipo ideal para otros sectores (recuperación en el caso chileno y aspiración y objetivo en Portugal). Pero hasta ahí las coincidencias. La revolución de los claveles integró tempranamente a los partidos políticos proscritos, implicó el retorno de exiliados, al tiempo que otorgó la independencia de sus colonias, mientras que la Junta Militar chilena restaba irrestrictamente las libertades básicas, prohibía y perseguía las asociaciones políticas, aunque en su línea de política exterior respaldaba la independen- cia de los países insertos en el proceso de descolonización en África.

Este contrapunto chileno-portugués ha sido advertido entonces y ahora. Dos décadas después del 25 de abril de 1974 el especialista español comenzaba su obra de la temática por medio del contraste:

3 La Vía Chilena al Socialismo constituye la propuesta política de Salvador Allende y su conglomerado la Uni- dad Popular para superar al capitalismo, capturando el poder desde los mecanismos electorales e institucio- nales, instalando la segunda independencia de Chile. Sin embargo, al ser una experiencia inédita, su imple- mentación traía complejidades que el mismo Allende expuso en su primer discurso del 21 de mayo de 1971: “Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido”, expresando complejas contra- riedades entre su retórica y su aplicación práctica. La ejecución legal de las grandes reformas del Programa Básico de la Unidad Popular, debían hacerse efectivas a través del mecanismo plebiscitario que expresaría la voluntad mayoritaria de electorado para establecer el socialismo en Chile, con la contrariedad de nunca al- canzar una amplia mayoría. Joan Garcés señaló que la vía institucional implicaba también un “táctica militar defensiva”, mientras Salvador Allende siempre consideró el uso de la violencia revolucionaria como método de resistencia a la violencia reaccionaria de la burguesía, para defender los cambios de la vía chilena, desde el uso institucionalidad del Estado que pretendía deconstruir.

La incruenta revolución portuguesa, con los soldados hermanados con el pueblo, con las bocachas perfumadas con claveles, fue el contrapunto hu- mano y feliz del sangriento golpe de Chile en septiembre de 1973. Hacía poco más de siete meses que la soldadesca de Pinochet se había ensañado con su pueblo, y mientras aún estaban repletos de torturados los campos de concentración de aquel país sudamericano, al otro lado del mundo los militares no solo no ocupan el poder para reforzar el capitalismo, sino que prometían implantar un orden más justo (Sánchez Cervelló, 1997: p. 9).

Se podría pensar que dicha mirada brotó con la distancia temporal, sin embargo, la difusión que había tenido la Vía chilena al socialismo y su final abrupto provocó ya la com- paración entre contemporáneos y testigos del momento.

El que sería Primer Ministro (1976-1978 y 1983-1985) y Presidente de la República Portuguesa (1986-1996), Mario Soares, escribió su célebre texto “Portugal Amordaçado, De- poimento sobre os Anos do Fascismo”, cuya primera edición data de octubre de 1974, alu- diendo al papel jugado por la inspiración de alianzas amplias en la variopinta oposición al régimen dictatorial –conformadas por comunistas, socialistas, católicos y grupos de iz- quierda radical que motejaban a los anteriores de “reformistas”- los ejemplos de la Revolu- ción Cubana y la Vía chilena al socialismo. Desde su objetivo de implementar en su país un socialismo democrático desecha el modelo cubano a la vez que afirma “una experiencia del tipo chileno, respetando las idiosincrasias de cada país, me parece perfectamente viable [para Portugal]” (Soares, 1974: p. 722). Desde luego, dicha sentencia fue escrita antes del 11 de septiembre de 1973, pero sobre sus experiencias personales vividas con Allende.

En Chile, la Revista Qué Pasa -diciembre de 1974 en su página de Opinión Editorial- publicó un artículo bajo el sugerente título “La lección portuguesa” insistiendo que las pros- cripciones del régimen de Salazar en Portugal sobre el Partido Comunista Portugués (PCP) y la izquierda fueron ineficaces. Lo anterior constituía un reto para la situación chilena –ya hace más de un año dirigida políticamente por Pinochet- por lo que conminaba a enfren- tarlo, culminando con preguntas retóricas: “Pronto comenzará la última lección: en Portugal sabremos si hay algún desenlace distinto, alguna alternativa diferente que no sea “la solu- ción chilena” o la tiranía estalinista” (p. 7).

Nueve meses después Marvine Howe escribió para el New York Times el artículo el 22 de septiembre de 1975 “Lisbon and Chile: Diverse paths”, consignado por el Vicealmirante Ismael Huerta -Canciller hasta el 11 de julio de 1974 y luego embajador de la dictadura mi- litar ante Naciones Unidas- en su libro de memorias “Volvería a ser marino” escrito en 1988. Huerta (2023) también da cuenta de las semejanzas superficiales (manifestaciones, consig- nas y símbolos revolucionarios) y las diferencias de fondo entre la revolución portuguesa y la Unidad Popular, destacando entre las últimas la mayor presencia de extranjeros en Chile, pero sobre todo la orientación del Ejército (pp. 333-334), que el marino evalúa neutral ante los cambios, aunque probablemente Zavaleta Mercado podría más bien afirmar como autó- noma (Zavaleta, 1974).

A principios de 1976, la Revista Estudios Internacionales del Instituto de la Universidad de Chile del mismo nombre publicó el artículo del académico y político del Partido Demó-

crata de Estados Unidos, George W. Grayson (1976), en el que reflota la dimensión compa- rativa, aunque en este caso respecto de los potenciales aprendizajes en Portugal.

En medio del golpe de estado apoyado abierta o tácitamente por esta coa- lición, Allende murió el 11 de septiembre de 1973 y su régimen se de- rrumbó, quedando el poder en manos de una junta derechista represiva encargada de mantener la ley y el orden y de extirpar la influencia marxista del país. ¿Podrían tales hechos reproducirse en Portugal? Los comunistas, ayudados por la extrema izquierda y por ciertos jefes del MFA previenen constantemente contra el peligro de tal reacción, en que serían punta de lanza de Ia CIA y los contrarrevolucionarios del país. En particular Cunhal hace aparecer este fantasma para convencer al MFA de la necesidad de una leal y cohesiva alianza con el Partido Comunista (p.36).

Otro de los análisis más conocidos de la época fue el de Nicos Poulantzas a propósitos de las crisis de las dictaduras en Portugal, Grecia y España (1975) concentrándose en los procesos de democratización sur-europeos, señaló diferencias contra los hechos aconteci- dos en Chile afirmando en el movimiento de los capitanes no se puso en duda ni la hegemo- nía burguesa ni el capital extranjero alejándose de una articulación reaccionaria “a lo Pino- chet” (p. 145), mientras si visibilizó conflictos en los que las burguesía locales polarizadas ante escenarios de luchas promovieron esquemas de guerras preventivas contra las masas populares e incluso boicotearon sus economías (p.146). En otras palabras, para diferenciar formas clásicas de Estados Burgueses (que denomina democracia a la occidental) y sus regí- menes de excepción (las dictaduras Portugal, Grecia y España), al fondo de los contrastes remite a la cuestión de la fase del capitalismo y sobre todo del lugar que un país ocupa en la que denomina “cadena imperialista”, la referencia al “Chile de Pinochet” (p. 148) es recu- rrente.

A continuación, veremos el despliegue del proceso portugués para profundizar en sus relaciones con el caso de Chile.

2.       El recorrido del proceso portugués

La mañana del 25 de abril de 1974 caminaba por las calles de Lisboa Celeste Martins Caeiro. Un año antes había sido contratada como mesera de un restaurante, que además le pedía vender flores a los parroquianos. Pero esa madrugada había sido distinta. Veinticinco minutos después de la medianoche una emisora de radio había transmitido la canción “Grândola, vila morena”, contraseña que aguardaba un grupo de jóvenes oficiales –mayori- tariamente capitanes- de la capital portuguesa para ejecutar un golpe de Estado en un país que iba a cambiar de rumbo político tras casi 48 años de dictadura salarazista, desde 1968 a cargo del académico Marcelo Caetano. Resulta una conexión paradójica, que esta puesta en marcha revolucionaria de los militares portugueses estuviera inspirada en las fallidas tác- ticas defensivas radiales del derrocado gobierno de la Unidad Popular que fueron expuestas en el Libro Blanco publicado por la Junta Militar chilena (Tiago de Oliveira, 2014, p.11).

El nuevo día sorprendió a la camarera de 41 años buscando un tranvía que le acercara a su hogar, con un ramo de claveles en sus brazos cuando se topó con militares. Un soldado le pidió fuego, pero ella sólo tenía las flores carmesíes que regaló al uniformado. Mientras

éste buscaba una moneda con que retribuir a la florista del amanecer, ella puso el clavel en el cañón del fusil. Celeste entonces siguió el gesto con el piquete, que replicó con la decora- ción de sus armas. Era el símbolo de una revolución que inició pacíficamente, casi sin vícti- mas, y con multitudes abrazando a los pretores.

Arrancaba la Tercera (actual) República de Portugal, con 19 primeros meses de verda- dero torbellino de pugnas entre diversos grupos que lucharían por definir el destino del país. A la postre, con el desmoronamiento pacífico del régimen autoritario portugués, se daría inició a la que Samuel Huntington llamó en su libro de 1991 “La Tercera Ola democratiza- dora” que, durante un cuarto de siglo, hasta principios del siglo XXI, sumaría a una treintena de países a la democracia liberal desde el Sur de Europa, pasando por América Latina, Asia y el bloque comunista centro-europeo. Pero antes, lo que había comenzado con un golpe, gradualmente se transformó en una revolución, que fue detenida por una reacción, tras lo cual derivó a una democracia liberal.

Tempranamente llamó la atención que este giro democrático en Portugal se iniciara con un golpe de fuerza, expediente clásico de derrumbe poliárquico y su remplazo por dic- taduras. Sin embargo, después que el golpe del 28 de mayo de 1926 destruyera la Primera República y que se hubieran desaprovechado las condiciones de fines de los sesenta para una apertura pactada, no parecían haber más opciones que un golpe al Estado Novo desde el flanco izquierdo. Así, el caso forma parte de democracias fundadas en la ruptura con el régimen precedente, aunque con arranque incruento, que, no obstante, tuvo posteriores espasmos como los del verano boreal de 1975, tórrido en movilizaciones, tomas y algunos saqueos.

Pero ¿cómo un proceso que en algún momento se radicalizó culminó en un régimen demo-liberal? Se debió a una conjunción de factores: El papel de ejército, con más de una tendencia en su interior (Feria, 2018); la fragmentación de la izquierda (Díaz Macías, et al., 2021); la presión internacional cualitativamente distinta a las operaciones encubiertas de la CIA aplicadas desde 1953, como el derribo de Mossadeq en Irán y de Arbenz en la Guatemala de 1954, y sobre todo la perfilada intervención contra la Unidad Popular de Chile.

A efectos de una valoración contraria anclada en valores humanitarios entre lo acon- tecido en Chile y Portugal, hay que acentuar las diferencias en cuanto al número de muertos. El 25 de abril se logró casi sin ningún disparo al contrario del golpe militar de Pinochet (Vi- natea, 2014, p. 50), que desde el bombardeo mediático del Palacio de La Moneda fue reco- nocido globalmente por su carácter cruento, pudiendo deslizarse la idea de que los militares portugueses no quisieron replicar un 11 de septiembre ni el potencial negativo impacto in- ternacional. El general Vasco Gonçalves confirmó también el contraste de ambos procesos incluso cuando se canceló el proyecto revolucionario portugués: “Es decir que aquí hicieron la contrarrevolución por una vía casi «pacífica», a diferencia de Chile” (Kohan, 2004).

Haciendo una relación en torno a las expresiones del periódico Renascita (31.3.1974, p.18) este advertía ya desde fines de marzo de 1974 los “monstruosos” juicios -de aparente legalidad- que la Junta Militar chilena realizaba contra representantes de organizaciones re- volucionarias chilenas incluyendo 61 miembros del Ejército acusados de espionaje, traición y sedición. Sin embargo, para nuestro análisis nos importa observar cómo mediáticamente

se representó en caricaturizado Pinochet junto al caído y defenestrado Giorgos Papadopou- los como aliados del imperialismo norteamericano, distanciándose simbólicamente del ca- rácter democrático de la revolución en Portugal.

Ya desde antes las crisis internacionales se habían reavivado a ambos lados del Muro tras 1968 con un París convulsionado y los tanques soviéticos aplastando la primavera checa. En Portugal el clima de cambio implicó el cuestionamiento al sistema colonialista que el Estado Novo perseveraba en preservar como dependencias ultramarinas a pesar de que las potencias europeas habían iniciado antes el proceso de descolonización africano.

Los portugueses habían mantenido una serie de colonias en el continente africano (principalmente Angola, Mozambique y Guinea-Bissau), que tras la II Guerra Mundial comenzaron a exigir el inicio del proceso de descolo- nización. Al negarse a ello la metrópoli, en dichos territorios aparecieron movimientos de liberación y guerrillas armadas, y para combatirlas, el go- bierno portugués decidió enviar al ejército (Maxwell, 1986: p. 165).

Con respecto a las relaciones en el plano internacional, Washington tras el estallido de la guerra de Yom Kippur en octubre de 1973 y en las vísperas de la caída del Imperio portugués, guardaba como principal preocupación aprobar el levantamiento del embargo de armas a Portugal, a contracorriente del movimiento de descolonización, logrando la re- novación de sus instalaciones militares en la isla de Lajes, punto central para mantener el envío de armas hacia Israel, por lo que el golpe del 25 de abril detuvo esa gestión de armas contra los intereses africanos (Gleijeses, 2015: pp. 361-365). Sin embargo, por paradojal que resulte, para los militares portugueses, los movimientos de liberación nacional africanos fueron también un elemento central que contribuyó a su propia liberación del régimen dic- tatorial y el colonialismo en Portugal (Kohan, 2004).

Al contrario, la presencia de Chile en marzo de 1974 en el Comité Especial de Desco- lonización (C-24), desplegó a su delegado en las mesas de discusión con los representantes de los territorios bajo dominación portuguesa, principalmente Angola y Mozambique. La posición tradicional chilena fue siempre distinguir las cordiales relaciones bilaterales con Portugal, y la adhesión a una línea anticolonial como cuestión de principio. Sin embargo, Chile se abstuvo de tomar iniciativas en torno a las resoluciones condenatorias del colonia- lismo portugués y no patrocinó tampoco ningún proyecto de resolución. Por su parte las intervenciones fueron moderadas dejando constancia de la amistad con la nación portu- guesa, priorizando las relaciones bilaterales por sobre los conflictos en reuniones multilate- rales (7.3.1974. Comité descolonización. AGH-MINREL). La sesión de Lisboa integró a repre- sentantes del GRULA (Grupo Latinoamericano) a Chile, Cuba y Trinidad y Tobago, y en la intervención chilena Huerta autorizó incluso afirmar: “la legitimidad de la lucha armada cuando no existe otra alternativa de liberación, partiendo de la base de que esa fue la expe- riencia chilena en el siglo XIX, y que no era, en cambio, aceptable en caso de contienda entre facciones internas” (Huerta, 2023: p. 332). La evolución del proceso de descolonización será otra constante en la que Chile verá contrapuestos sus intereses bilaterales ante las exigen- cias de países Tercermundistas.

La relación entre cansancio bélico y conspiración fue directamente proporcional. Par- ticularmente entre la oficialidad de rango bajo y medio, que había visto deteriorarse sueldos

y beneficios de su carrera, al mismo tiempo que debían participar de una guerra intermina- ble en el exterior. El corporativismo y la retardada solución al tema colonial fueron la chispa que precipitó el cambio en un Portugal que, al igual que España, había incrementado sus intercambios comerciales con Europa sin actualizar su régimen político. Uniformados suble- vados fundaron el Movimento das Forças Armadas (MFA) que actuaría ese 25 de abril y el resto del proceso de casi dos años. Entre sus filas se encontraban sectores fuertemente cor- porativistas, estatistas, así como declarados intervencionistas, todos partidarios de trans- formaciones de cuatro tipos: conservadores, reformistas moderados, próximos a la iz- quierda histórica (PCP) y partidarios de la radicalización revolucionaria del proceso.

La Junta de Salvación Nacional y la Presidencia inicial estuvo a cargo del general Anto- nio de Spíndola. Los comunistas fueron convocados al primer gobierno provisional al frente del Ministerio del Trabajo y los socialistas en Asuntos Exteriores, en un Gabinete que contó con liberales. Después de la salida del poder de Spíndola y su reemplazo por el general Fran- cisco da Costa Gomes, en septiembre de 1974, se reorganizó el gobierno bajo Vasco Gonçal- ves, y con un PCP asumiendo el protagonismo en la promoción de la reconstitución del Es- tado por medio del MFA.

Si bien existían vínculos tradicionalmente débiles, ambas coyunturas, el golpe de es- tado chileno el 11 de septiembre de 1973 y la revolución portuguesa el 25 de abril de 1974, potenciaron las relaciones evolucionando perspectivas en principio optimistas hacia posi- ciones abiertamente críticas (Ibarra, 1998)4. Siguiendo a Ibarra, la Junta Militar en función de mantener su política exterior anticolonial no mostró interés en profundizar las relaciones con Portugal, concentrándose en expresar abiertamente su anticomunismo teniendo como principal objetivo mejorar su imagen ante el mundo, para validar su política interior, dado el aislamiento y rechazo internacional.

Sin embargo, la coyuntura revolucionaria portuguesa generó un profundo interés en el gobierno de Chile y se observó inicialmente de forma positiva en cuanto era un proceso conducido por militares y en tal forma como potenciales aliados. A la valoración castrense que se tenía sobre Spínola, se tornó negativa al renunciar a su cargo, deteriorándose las relaciones en la medida que la revolución se radicalizó, integrándose los partidos de iz- quierda que internacionalmente se correspondieron con los países marxistas.

3.      Militarismo democrático y la relación con el PCP

Los procesos democratizadores ocurridos en regímenes capitalistas de excepción en torno a las crisis de las dictaduras en Portugal, Grecia y España, expresados por Poulantzas (1975) son relevantes para situar un escenario de reflexión, en la medida que en los dos primeros casos encuentran el origen de su derrumbe no por la insurrección de las masas populares ni por intervenciones extranjeras. Aquello constituyó una primera similitud con

4 Esta tesis constituye un trabajo seminal en el marco de la historia comparativa de ambos procesos es el de Macarena Ibarra (1998) que se aboca a la comprensión de las relaciones chileno-portuguesas desde la pers- pectiva de los diplomáticos chilenos entre 1974 y 1976, incluyendo importantes entrevistas de actores de la época.

los casos de Latinoamérica.

Si bien la transformación en Portugal ocurrió tan solo siete meses después del golpe de estado de Augusto Pinochet en Chile, el fin de la Vía chilena al socialismo con su vuelco autoritario, se constituyó como principal diferencia entre ambos movimientos militares, el que la revolución de los claveles en su orientación ideológica defendiera en su primera etapa con un ejército de la OTAN intereses de carácter socialista (Rács y Szilágyi, 2016: p. 159).

El PCP había definido en su VI congreso de 1965 que la caída del régimen dictatorial surgiría de la acción de masas y no de una alianza con la pequeña burguesía o de un golpe militar, como reconoció su secretario general, Álvaro Cunhal (“Rumo a Vitoria”, 2001). Con la caída del salarazista Caetano el PCP apostó por proseguir el proceso de cambios en com- binación con los que denominó “sectores patrióticos del ejército”. Después de la experiencia chilena de 1973 los comunistas portugueses eran aún más cautelosos, priorizando la seduc- ción a las clases medias mediante su acuerdo con los militares. También habría que atender al remanente de las tesis de la III internacional, que invitaba a los partidos comunistas del mundo a colaborar con la oficialidad disponible para el cambio, sosteniendo que la Revolu- ción debía hacerse con las FFAA. El reemplazo del sistema capitalista le pareció al PCP invia- ble cuando en septiembre de 1974, los soldados se negaron a reprimir manifestaciones.

Paralelamente, desde fines de 1974 diversos grupos de izquierda presionaron para acelerar la dinámica colectivista en Portugal que ya definían de “proceso revolucionario en curso”. En enero del 75 el principal Comité del MFA había respaldado la unión sindical den- tro de una sola organización, promovida por el PCP, granjeándose el apoyo de las moviliza- ciones callejeras. Entre el 28 de septiembre de 1974 y el 11 de marzo de 1975, la izquierda radical, ajena al PCP, reclamó profundizar el proceso, apoyando la ley de unidad sindical del PCP, aunque sin dejar de lado las acciones autónomas.

Hacia el 12 de marzo de 1975, después de un fallido golpe de Estado conservador li- derado por Spíndola, segmentos radicalizados del MFA removieron a los sectores más mo- derados, reemplazando la Junta de Salvación Nacional por el Consejo de la Revolución, ins- tancia ejecutiva y suprema autoridad del Estado. Sus miembros se consideraban parte de un movimiento de liberación nacional, al frente de un proceso descolonizador externo y doméstico que pretendía abrazar al socialismo mediante una alianza con organizaciones po- pulares que demandaban una democracia directa. El historiador Josep Sánchez (1997) afirmó que, para estos militares: “la transición no podía bloquear la construcción al socia- lismo” (p. 56). En tal sentido, para la izquierda más allá del PC, que tildaba a los comunistas de “revisionistas y etapistas” y al partido socialista de “contrarrevolucionario”, le pareció viable una república socialista, con una economía planificada sin tuición de la URSS. Desde dicha visión la revolución social iniciaba con una democracia política de radicalización per- manente y sostenida sobre organizaciones más allá de partidos: Comité de Trabajadores (CT), Comité de Moradores (CM) y desde septiembre de 1974 los Comité de Soldados (CS). La autogestión uniformada provocó querellas en el seno de la izquierda, con un PCP privile- giando la delegación de dicha autoridad en el ala izquierda del MFA, para ganarse al futuro Ejército Revolucionario. El PCP declaró en su órgano que “el principal problema del mo- mento político” eran los focos artificiales de descontento popular, inefectivos para “conte- ner” a las fuerzas retardatarias (Varela, 2010: p. 85). La dinámica revolucionaria se ralentizó también por la fragmentación de la izquierda.

Las elecciones de abril de 1975 confirieron el triunfo al moderado Partido Socialista, con alto caudal de votos en las urbes del centro y norte, Lisboa y Oporto (37,87%), seguido por la base electoral conservadora centroderechista del Partido Popular Democrático más allá del Tajo (26,39%), dejando a los comunistas en tercer lugar con apenas el 12, 46%. Ál- varo Cunhal, en la entrevista concedida a Oriana Fallaci el 13 de junio del 1975 (L’Europeo, N° 24) reconoció que “la democracia occidental ya no es suficiente para nosotros”. Los co- munistas apelaban a una insurrección armada en acuerdo con el MFA. Cunhal admitió la existencia de células de partido entre los soldados, aunque rara vez entre los oficiales, cuyo objetivo era que las FFAA dejaran de ser el brazo armado de la burguesía monopolista y pasaran a ser el brazo armado popular. De allí su convocatoria al sector más proclive a la izquierda del MFA. Lo anterior explica que Cunhal espetara a Fallaci: “los comunistas portu- gueses necesitan al ejército”, descartando toda estrategia de Frente Popular con los socia- listas (ensayada en Italia de 1948 entre Togliatti y Nenni), en una invectiva contra el euroco- munismo.

El paralelismo entre el denominado “proceso revolucionario en curso” portugués con el Velascato también era pertinente desde otros grupos. Según Grayson (1976), para las Bri- gadas Revolucionarias de Extrema Izquierda, el plan de Carvalho tenía evidentes ciertas si- militudes con el populismo militar de las fuerzas armadas del Perú después que derrocaron en 1968 al gobierno democráticamente electo y poco eficaz de Belaunde Terry (p. 39). Sin embargo, la diferencia principal estribó en la alienación partidista por parte del Velascato, reemplazando la colaboración partidaria “en favor del establecimiento de vínculos directos con el pueblo, en cuyo nombre se llevó a cabo la «revolución» (Grayson, 1976: p. 40).

Respecto a este punto Cunhal reafirmaba la alianza del PCP con el MFA: “No quieren reconocer que estamos haciendo una revolución «con» las fuerzas armadas; una revolución iniciada y dirigida por las fuerzas armadas” (Fallaci, 1978: 499), advirtiendo que Portugal no sería como el Perú de Velasco Alvarado, precisamente por la participación del partido co- munista, sin cuya presencia -en su opinión- ninguna revolución sería factible (Fallaci, 1978: p. 507).

Incluso los informes del Embajador chileno Joaquín García Suarez en Lisboa para julio de 1974, confirmaban esta línea de un militarismo diferente, en la medida que integrantes del MFA eran identificados como “progresistas de estilo peruano”, abiertos a vincularse con la Sociedad Amistad Portugal-Cuba y hasta admiradores de Fidel Castro (Oficio de García al Ministro de Relaciones Exteriores, Lisboa, RIE n°221/1, 24 de julio 1974, AHMRE. En: Ibarra,

pp. 68-69), afirmando la instalación de una “democracia militar” al estilo peruano” (Oficio de García al Ministro de Relaciones Exteriores, Lisboa, reservado n°2/8, 17 de enero 1975, AHMRE. En: Ibarra, p.88), o de abierto progresismo que promulgaba la caracterización de una unión Pueblo-FFAA, donde “las FFAA son el pueblo uniformado; son el eje social y polí- tico de la revolución; es el motor de las leyes revolucionarias…” (Oficio de García al Ministro de Relaciones Exteriores, Lisboa, reservado n°2/38, 20 de febrero 1975. AHMRE. En: Ibarra,

p. 104), narrativa similar a la que utilizaba Salvador Allende y era cercana a las FFAA chilenas.

En esta línea resulta relevante construir comparaciones con respecto a la situación acontecida en Portugal y en el Chile de la UP, pudiendo afirmarse que tanto el PCCH y el PCP, constituían dos de los partidos comunistas con mayor desarrollo orgánico, control en puestos ministeriales y una alineación cercana con la Unión Soviética, pero que a su vez

tuvieron que amoldarse a los marcos institucionales democráticos para integrarse a las exi- gencias revolucionarias democráticas portuguesas y en el caso chileno a la institucionalidad tradicional. Complementariamente las propuestas más radicales en ambos procesos fueron diametralmente opuestas respectos a los partidos socialistas, que en Chile pregonó el “avan- zar sin transar”, al contrario de la actuación de los socialistas lusitanos.

La relación entre el Partido Comunista Chileno (PCCH) y el PCP han sido referenciadas en base a las experiencias de configuración de su orgánica en la clandestinidad y la posición del último de adoptar la lucha armada como método de acción (Furci, 2008). El inicial posi- cionamiento del PCP en el MFA se debió a su trabajo de décadas bajo la dictadura siendo de vital relevancia en el proceso revolucionario portugués (Pacheco, 1988). Sin embargo, el PCP, en palabras de Mario Soares, estaba distanciado de los demás partidos comunistas ita- lianos, franceses y españoles al señalar que los portugueses “no se avienen al juego demo- crático” (Fallaci, 1978: p. 463). Dalmiro Contreras -militante del PCCH y cooperante interna- cional en Mozambique-, si bien afirmó la existencia de fuertes conexiones entre ambos par- tidos, estás estaban fundadas en su rechazo al eurocomunismo y en su relación estrecha con el PCUS. Durante el periodo el partido chileno se concentró en la formación de la resis- tencia contra la dictadura y el desarrollo de los frentes antifascistas en el exilio. Tan solo desde 1976 se renovaron conexiones cuando algunos militantes del PCCh hacían escala en Lisboa para proseguir su viaje a servir como cooperantes a Mozambique. (Basulto, Contreras y Glisser, 2013: p. 26)

Para los chilenos del PCCH que cumplieron entrenamiento militar profesional desde 1975 en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba (FAR), en el contexto del entrena- miento relatan que las discusiones sobre la revolución de los claveles, la cuestión africana y la descolonización fueron ejemplos de casos preponderantes en los estudios de los militan- tes. Bajo un análisis comparativo del trabajo que podían hacer hacia los mandos medios del Ejército portugués, se recordó la experiencia fallida del trabajo realizado hacia los altos man- dos chilenos, con el objetivo de impedir que en el momento indicado no fueran atacados por las FFAA, logrando aliarse con ellos en el esquema ideal de revolución (Pérez, 2016).

En el relato de Gustavo Espinoza, militante histórico de Partido Comunista Peruano, señaló que antes del 1974 no existieron relaciones fluidas con el PCP, al contrario de las que tenían con el partido liderado por Luís Carlos Prestes en Brasil. Según Espinoza, fue la expe- riencia militar de ambos países la que llevó a los partidos a tener una relación más cercana. Además de esto, la visita del periodista portugués Urbano Rodríguez que viajó al Perú antes y después de 1974, adelantó los vínculos con la causa portuguesa. Como contraparte la visita del camarada -el secretario de organización del partido- Mario Ugarte a mediados de octu- bre de 1974 a Portugal tomó nota de lo ocurría en el país estableciendo excelentes vínculos con el PCP para llevar a cabo relaciones de solidaridad. Espinoza también visitó Lisboa en 1975, luego de asistir a Ginebra a la reunión de la OIT en representación de la CGTP (Central General de Trabajadores del Perú), relacionándose con dirigentes del PCP y de la Intersindi- cal. A su juicio para noviembre de 1975, ya había triunfado el sector contrarrevolucionario, derechista, socialdemócrata de Soares con posiciones anticomunistas paralizándose las transformaciones revolucionarias del Núcleo Militar.

Otros vínculos relevantes surgieron de la presencia en Lima del presidente del go- bierno portugués Vasco Gonçalves que asistió a la Cumbre de los 77 en noviembre de 1974,

y en esas circunstancias se reunió con dirigentes del PC peruano, estableciendo relaciones de cooperación y solidaridad con los militares peruanos que lo acogieron con mucha simpa- tía, especialmente con Jorge Fernández Maldonado, Ministro de Energía y Minas del Perú, el hombre más izquierdista del proceso peruano.

En conversación con Álvaro Cunhal en Moscú, éste les expuso la síntesis que realizó sobre la razón del desplazamiento de los sectores militares portugueses más revoluciona- rios, sin haber logrado afirmar niveles de colaboración, cooperación y solidaridad suficien- temente sólidos con el grupo heterogéneo de los capitanes de abril. Tampoco consolidó una unidad de ideología y política, aconsejando dicha línea respecto a los militares peruanos. Sin embargo, la referencia de los capitanes Otelo Saraiva de Carvalho y Fernando Salgueiro Maia hacia el proceso insurgente peruano en 1968 constituyó esa primera conexión ideológica de movimientos militares progresistas contrapuestos a una orientación oligárquica y de corte autoritaria.

4.      El reflejo portugués de la Guerra Fría

La experiencia de transición portuguesa fue más o menos paralela al proceso que vivió América latina entre las décadas de 1960 y 1970 del siglo XX: un corriente de militarización sistemática y estratégica puesta en escena refundacional con un golpe de Estado. En este caso se trataba de la intervención del Estado por institutos castrenses a partir de un acto material y simbólico para desplegar un proyecto corporativo. A pesar de que las expresiones fueron diversas, la reflexión desde las Ciencias sociales concibió este tipo de militarización corporativa del estado como un nuevo autoritarismo (O’Donnell, 1976; Garretón, 1985). Unas y otras fueron expresión de militarismo, medible a partir de la autonomía castrense (Lleixà 1986a, 1986b; Varas 1984) que les permitió a los pretores ocupar una función política y posición social preeminente (Demarchi; Ellena, 1986), dejando la vida política su arbitrio.

El golpe contra Joao Goulart del 31 de marzo de 1964, inicialmente expresión de un nacionalismo anticomunista fue seguida por la asociación militar con elites partidarias des- pojando al Estado de su papel redistribuidor y administrador de la vida pública para asignar dichas funciones al mercado (tendencia menos delineada en el caso brasileño). La lógica de Guerra, que abrevó de la lucha colonial francesa contra la insurgencia y la doctrina de la seguridad estadounidense, se aplicó al disciplinamiento social hasta llegar al extremo de la represión y la eliminación adversarial descrita recientemente como axioma o método Ya- karta (Westad, 2917; Bevins, 2021).

Sin embargo, existió cierto tipo de experiencia muy distinta ya advertida por Alan Rou- quié en su celebérrimo “Estado Militar en América Latina” (1984) que distinguió 5 subgru- pos: los regímenes sultánicos y/o patrimonialistas en Nicaragua, República Dominicana, Cuba, y el Paraguay de Stroessner; los casos exitosos de control del poder militar con Costa Rica, Colombia, Venezuela y México; otros con Fuerzas Armadas laminando tradiciones ins- titucionales democráticas como Chile y Uruguay en 1973; Argentina y Brasil, rotuladas como Repúblicas pretorianas con ejércitos disponibles a intervenir en toda crisis, o con partidos militares. Pero junto a los anteriores estuvieron los casos de sectores castrenses categoriza- dos como progresistas que se inclinaron por cambios estructurales con Omar Torrijos, Juan

Velasco Alvarado, Guillermo Rodríguez Lara y Juan José Torres como líderes. Estos supusie- ron la participación de sectores no oligárquicos y unas FFAA comprometidas en la creación de nuevas bases de cohesión social, que le situaban en oposición a la gran propiedad rural y el capital transnacional para avanzar en la sustitución de importaciones (O’Donnell, 2000, p. 232), mediante un proyecto desarrollista de corte nacional revolucionario (Rafael Rojas, 2021). Se les denominó reformismo progresista (Rouquié, 1984) o “Bonapartismo progre- sista” (Cotler, 1970: p. 480). Más que el conflicto bipolar este-oeste, estas dictaduras estu- vieron animadas por la constatación de otro eje que dividía el norte rico y un sur pobre (Garretón, 1978: p. 1263), siendo este tipo de disquisiciones más cercanas al MFA portu- gués.

También habría que agregar que detrás del movimiento militaristas portugués existió también un apoyo popular considerable como proceso de lucha de masas contra el fascismo de Salazar que incorporó inmediatamente a los partidos de oposición del régimen colonial (Fallaci, 1978: p. 468). Acerca del caso chileno los elementos electorales también son rele- vantes para el análisis final, en cuanto las últimas elecciones celebradas en el Chile de la Unidad Popular dieron en marzo 1973 un 58% para la oposición aunada en la Confederación Democrática (CODE), y tras 16 años de dictadura Pinochet dejó el poder con un 44% de apoyo electoral.

Sobre el fenómeno portugués EE.UU. había agudizado los sensores de sus agencias externas. El Departamento de Estado evaluaba el rupturismo del proceso con el nítido rol del pro-soviético PCP. Desde fines de 1974 Kissinger consideraba a Portugal una causa pér- dida con potencial de transformarse en la Cuba de Europa Occidental. Pero para el verano de 1975, Kissinger coincidió con Olof Palme respecto a que la escalada del PCP podría des- encadenar un resultado similar al de Chile. El secretario de Estado descartó irónicamente la posibilidad de replicar un caso chileno al socialismo: “Which Chile, Allende?” (Del Pero, 2011).

Similar lectura quedó reflejada en las memorias del canciller de la República Federal Alemana Willy Brandt, quien recordó que, a mediados de 1975, durante una reunión en Moscú con el líder soviético Breznev, tuvo la misma impresión cuando percibió que “a la Unión Soviética le podría tocar en suerte algo así como una Cuba Europea”. Sin embargo, el perspicaz Brandt prefirió tocar otra fibra de Breznev: “Le dije que había que temer que un movimiento extremista de izquierdas acarrearía un contragolpe reaccionario, como ocurrió en Chile” (Brandt, 1976: 500). Así, la referencia a Chile fue recurrente, así un telegrama del Departamento de Estado al consulado de Jerusalén del 19 de marzo de ese año afirmaba que la Unión Soviética contemplaba la situación portuguesa con precaución y esperanza: “They, like Communists everywhere, have been led by their reading of events in Chile to avoid adventurous bids for power unless they can be sure that the levers of power—the police, the armed forces—are in safe hands”. (Rasmussen; Howard, 2014: p. 503).

Los paralelismos típicos de los “cisnes negros” implicaron la interpretación con “es- pejo retrovisor”, aludiendo a febrero y octubre en la Rusia de 1917. Cuando Kissinger se entrevistó con el ministro de Relaciones Exteriores portugués en septiembre 1974, el socia- lista Mario Soares, le comparó con Kerenski. Soares demostraría que la vía de “Kerenski” de cambio gradual bajo control, sin interrupción del desarrollo capitalista podía triunfar. Para ello requirió la complicidad y ayuda de Occidente.

A esas alturas, según el citado telegrama, Estados Unidos advertía 3 grupos: los mo- derados, particularmente influyentes en la política exterior portuguesa; los comunistas que entendía se movían en dirección al bloque soviético, y la izquierda radical que evaluaba pro- clive a un régimen militar, nacionalista y no alineado con Moscú, del tipo peruano Velas- quista o libio de Gadafi (Rasmussen; Howard, 2014: 499). Las perspectivas no eran promiso- rias, pero después del escándalo de Watergate y de las comisiones del senado auscultando operaciones encubiertas, el embajador en Lisboa Frank Carlucci prefería dejar la iniciativa a otros gobiernos europeos, con la condición de que no se permitiera modificar el statu quo de la OTAN en su flanco sur. Lo anterior pasaba por respaldar el derrotero socialdemócrata de diplomacia sutil y sobre todo apoyar materialmente al socialismo portugués. En conse- cuencia, la CIA canalizó la inyección entre 2 y 10 millones de dólares a los liderados por Soares (Maxwell, 1994: p. 194)

El citado telegrama insistía en:

Encourage European Socialist leaders, including the Swedes, to use their good offices to counsel moderation in Lisbon and warn of the conse- quences otherwise. We would also want to raise this with Brandt during his visit here March 27 (…)

That you make clear to Soviets soon, perhaps to Gromyko when you meet him next week that they should refrain from meddling in Portugal. How- ever tempting the opportunities for outside interference in this period of instability, Soviets should be reminded that such interference could raise serious questions about principles on which U.S.-Soviet relations are based. (Rasmussen; Howard, 2014: p. 506).

Willy Brandt y la Socialdemocracia Internacional siguieron el guion y se implicaron en una tarea para enmarcar las transformaciones portuguesas dentro de los estándares euro- peos occidentales, de manera discreta y decidida, además de fortalecer el tipo de “socia- lismo en libertad” que requería una evolución democrática portuguesa acorde con los mo- delos de las sociedades euro-occidentales. Ya en octubre de 1974 Brandt había volado a Lisboa para respaldar al PSP frente a un PCP en auge. La victoria electoral socialista del 75 confirmó la vía socialdemócrata, deslizándose el PSP a la oposición al abandonar el IV go- bierno provisional. Desde dicha postura enfrentó el predominio gubernamental comunista.

Pero aún quedaba el período de mayor activismo, en ocasiones violento, del verano boreal del 75 con facciones de la izquierda radical alienándose con otro militar, el mayor Otelo Saraiva de Carvalho, parte del grupo de capitanes que planificaron el golpe del 25 de abril y aliado previo de Cunhal de quien se alejó posteriormente, que había comenzado a cultivar vínculos con La Habana. Portugal era más permeable a las diversas gravitaciones externas, a la que hay que sumar la creciente influencia de los medios de comunicación que se habían librado de la censura del Estado Novo, al tiempo que experimentaban las presio- nes del ala más izquierdista de la revolución. En ese contexto se produjo el debate televisivo entre Cunhal y Soares del 6 de noviembre que casi todo el Portugal siguió por pantallas. La densa conversación de casi cuatro horas enfrentó concepciones de la democracia: liberal y popular; el socialismo y las libertades; y la revolución y su antítesis. Cunhal lució más verti- calista y doctrinario frente a Soares que jugó la carta de la empatía y la horizontalidad. Las audiencias se inclinaron a favor del socialista.

Soares en mayo de 1975 había planteado la necesidad de distanciarse para evitar que el proceso conllevara a una situación parecida a la de Albania, Cuba o el Chile de Pinochet, dado que conoció la experiencia chilena y había tenido conversaciones con Allende, por lo que estaba al tanto de las conspiraciones extranjeras para ocasionar un golpe (Fallaci, 1978: 465). La preocupación central resultaba también acerca del peligro de la ejecución de un “golpe dentro del golpe” y tergiversar el sentido de la revolución de los claveles, sobre todo por razones económicas (467). Orlando Sáenz, líder empresarial de la oposición durante la Unidad Popular afirmó que junto al Canciller Ismael Huerta en octubre de 1973 emprendie- ron un viaje a Washington para reunirse con Henry Kissinger. El último informó a Sáenz la idea original de plebiscitar una nueva constitución y restablecer el poder civil en Chile en 1976, planificación que habría sido boicoteada por Pinochet, quien en el verano de 1974 ejecutó un “golpe dentro del golpe” al interior de la Junta de Gobierno para perpetuarse personalmente en el poder. Nuevamente se espejan las preocupaciones contrarias que acontecen en el desenlace de las luchas por el poder entre las facciones de los movimientos militares.

En el mismo sentido, las facciones anticomunistas del MFA actuaron cautelosamente, sin fomentar la represión abierta contra saqueos y tomas, aunque socavando la posibilidad de una alianza revolucionaria. Cuando uniformados radicalizados sin oficiales autodenomi- nados “Soldados Unidos Vencerán” declararon la huelga el 20 de noviembre de 1975, cinco días después el grupo castrense al mando del general Eanes actuó para aplastar cualquier atisbo de indisciplina militar. La deliberación de los cuarteles había concluido con una reac- ción militar proclive a una política pluralista y abierta a Europa Occidental.

La imagen romántica de una transformación revolucionaria conducida por militares formados en el que consideraban un duro fascismo, enfrentados a la descomposición del Estado colonial, la emergencia de escenario de anarquía política partidista complejizó el desarrollo vertiginoso de los acontecimientos. Ante esto Fallaci (1978) en septiembre de 1975 cuestionó a los militares, y que, “Lo menos que podía esperarse de ellos era un nuevo cambio de chaquetas: un golpe de Estado estilo Pinochet. El nombre de Pinochet se oía en muchas bocas. Muchos miraban en torno diciendo: ¿quién será aquí el Pinochet?” (pp. 477- 478).

Y aunque no ocurrió aquello el siguiente abril de 1976, dos años después de iniciada la Revolución de los Claveles, Eanes fue elegido Presidente y el socialista Mario Soares nuevo Primer Ministro de la consolidada Tercera República Portuguesa, que había transitado desde una dictadura reaccionaria a un proceso de visos revolucionarios no muy distinto a otros patrocinados por el bloque soviético, para decantar finalmente en una transición liberal acorde con los estándares de la Unión Europea y Estados Unidos.

5.       Conclusiones

Se pueden proponer algunas reflexiones paralelas entre la Vía chilena al socialismo y la revolución de los claveles, en cuanto fenómenos históricos que se plantean como movi- mientos transformadores en contrastes con sus sistemas políticos pasados. El primero en contra de la democracia liberal y representativa -desafiada por la propuesta revolucionaria

de la Unidad Popular- y el segundo en contra de la dictadura colonial, siendo ambos catali- zados por sendos movimientos militares de orientación ideológica divergente. Ambas expe- riencias históricas de quiebre son inauguradas con un acento humanitario dispar, cruento en el caso chileno y apenas violento en el portugués, marcando su proyección democrática en el tiempo con muchas deudas en el caso latinoamericano. Desde el presente, global- mente se observa el fin de la Unidad Popular de manera trágica por la forma dramática y acompañada de la subsecuente represión institucional regional, mientras la revolución de los claveles perfuma un romanticismo como hito de cambio pacífico de tránsito colonial.

Sin embargo, lo verdaderamente relevante, es que hasta cierto punto se puede decir que los casos de Chile y Portugal asemejan a dos barcos que se cruzan con direcciones opuestas, aunque también pueden ser comprendidos como parte de la denominada tercera ola democratizadora de Huntington, iniciada por Portugal en 1974 y que alcanzará a Chile en 1990. La experiencia portuguesa recibió durante los dos primeros años de cambio diver- sas influencias propias de las tensiones de la Guerra Fría, aunque la reacción europea del golpe en Chile y la anatemización política de la Junta Militar, incidió en la mente de los mili- tares portugueses en cómo no debía derivar su movimiento, otorgándole un presentismo negativo al movimiento militar chileno. Desde el plano doméstico, destacó el papel de los dirigentes socialistas por hacer la diferencia con el caso chileno respecto de la incidencia de Washington, así como también la acción de dos de los partidos comunistas más alineados con la Unión Soviética de la periferia occidental.

El hecho de observar reflejos contrarios del militarismo revolucionario peruano y del contrarrevolucionario chileno sobre el espejo de la revolución de los claveles, resulta el as- pecto más llamativo para observar el impacto en el sur de Europa de elementos represen- tativos de la Guerra Fría Austral. Dos movimientos militares latinoamericanos claves en am- bas historias nacionales, incidieron desde sus representaciones globales, en un proceso de- mocratizador anticolonial portugués con complejas consecuencias para el desarrollo inde- pendentista de países africanos. Acerca del caso del Perú como un referente de corte anti- imperialista y progresista del militarismo latinoamericano contrario a las clásicas dictaduras conosureñas, en contraste con el caso chileno que pagó un repudio internacional también por abortar la Vía chilena al socialismo, además de interrumpir una de las democracias más longevas de la región.

Tras el triunfo de la revolución de los claveles, la proyección de actores no estatales del PCCH y el PSCH realizando acciones de cooperación civil en Mozambique, resultará en un contraste con el alineamiento del gobierno de la dictadura chilena hacia Sudáfrica, cons- tituyéndose como otras consecuencias y resonancias inesperadas de las conexiones que se articularon durante el periodo estudiado, y de los posteriores alineamientos que asumieron los diferentes actores latinoamericanos sobre el tablero de la Guerra Fría africana en la lucha contra el Apartheid.

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