Drones sobre Estados Unidos
La hipótesis
Por Luis Manuel Arce Isaac
Enjambres de drones, según la definición del gobierno de Estados Unidos y sus institutos
militares y de investigación científica, invaden desde al menos el año 2022 el espacio aéreo de
ese país, aunque no de forma masiva y constante como está ocurriendo desde mediados de
noviembre pasado.
El hecho, admitido públicamente por los tres poderes de la Unión, es de difícil definición
porque el propio gobierno y su mando militar lo han decidido así, de manera que la inmensa
mayoría de la gente dentro y fuera de Estados Unidos, está en la inopia en cuanto al manejo de
factores que le permitan hacerlo.
El asunto es que los drones están ahí, no son inventos, las fuerzas armadas, la CIA, el FBI, la
inteligencia militar, y hasta el mismísimo presidente, les restan importancia aunque
sobrevuelan objetivos militares, regiones estratégicas, y ni una sola arma antiaérea les
apuntan aunque sea por un “porsiacaso”, como dice el vulgo ante cualquier duda que le pueda
perjudicar.
Tal anormalidad la usa el presidente electo Donald Trump para reconfirmar ante sus
votantes su talante de hombre de espada y escudo al instar a la administración demócrata a
derribarlos, algo bastante fácil de hacer sin mucho gasto y de forma efectiva con ayuda de la
Inteligencia Artificial que ya tiene creado armamentos antidrones.
Trump no tiene por qué apurarse ni reclamarle a Biden porque no lo haya hecho todavía,
pues el 20 de enero de 2025, apenas unos pocos días, estará libre de hacerlo e incluso él
mismo podría hasta empuñar un simple fusil de largo alcance y hacerlo como se hace en las
ferias en los tiros al blanco contra patos de latón, y recibir su premio. Son tantos los drones y
tan localizados en la costa este, que seguramente tumbará alguno.
Si el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, le confesó a ABC News que el
fenómeno genera preocupación, pero que hasta el momento no saben quién está enviando los
dispositivos ni por qué.
Si admite que han desplegado recursos, personal y tecnología adicionales para ayudar a la
Policía Estatal de Nueva Jersey y otros seis estados a abordar los avistamientos de esos
artefactos, y la gobernadora de Nueva York, Kathy Hochul, lo secunda y revela que trabajan en
un “sistema de detección de drones de última generación” en la zona, ¿qué hipótesis hay que
manejar?
Pero he ahí el detalle, como diría Cantinflas, pues hasta el momento, las autoridades no han
reportado conocer el origen de los drones ni cuáles son los motivos de su despliegue, como
repite la gran prensa estadounidense.
Ante las evasivas de las autoridades y la inconsistencia de sus argumentos de que podrían
ser naves tripuladas legalmente reconocidas, y no drones, surge otra pregunta que no han
podido o querido responder ni desde la Casa Blanca, el Pentágono y la Secretaría de Estado:
¿Por qué no revelan a qué naves atípicas se refieren y quiénes son sus dueños? O ¿Cómo es
posible que se registren cientos y cientos de vuelos por casi toda la costa este y sobre objetivos
militares sin que el Pentágono pestañee?
¿Por qué esa situación no se ha repetido en algún otro país de las características militares,
económicas y territoriales de Estados Unidos, sino que es hasta ahora un fenómeno exclusivo
de este país?
Es importante –y creo que bastante- que el gobierno de Biden haya aclarado en diferentes
diarios y canales de televisión, e incluso en redes sociales, que no hay evidencias concretas de
que estos movimientos estén relacionados con operaciones o actividades extranjeras de
espionaje. “No son los iraníes, ni los chinos, ni los marcianos”, dijo de manera enfática el
parlamentario demócrata por Connecticut y miembro del Comité de Inteligencia de la Cámara
de Representantes, Jim Himes. Entonces, ¿quiénes?
Lo cierto es que, por ahora, todo lo que vemos y leemos es puramente anecdótico, pero no
por ello deja de ser un hecho más preocupante de lo que parece ser a simple vista. En el
ámbito de la especulación, y solamente en esa dimensión, los “misteriosos” drones no surcan
el espacio estadounidense por gusto ni por cuenta propia, y si no hubiese un control sobre
ellos, ya los hubieran derribado, y nadie lo cuestionaría, pero las autoridades aseguran que
ninguno de esos cientos de aparatos ha violado el espacio restringido, y si lo dicen ellos,
¿quién va a decir lo contrario?
De forma secundaria, también en el terreno anecdótico, las redes se ha repletado de
especulaciones sobre un fenómeno extraterrestre y que es por ese motivo que el gobierno de
Washington guarda silencio y sus respuestas son demasiado tangenciales.
Sean o no ciertas las afirmaciones del gobierno y las especulaciones alienígenas, este raro
episodio de los drones nos hace regresar a las enseñanzas que nos dejó el memorable filme de
HG Wells La guerra de los mundos, en el que el famoso y reconocido creador se adelantó a su
tiempo y puso al desnudo las contradicciones de la naturaleza humana que se agudizan en una
época de crisis.
Muy pocos dudan de que el mundo está en una fuerte y prolongada crisis del espíritu, que es
tanto o peor que las socioeconómicas, y tiene lugar cuando hay un desarrollo vertiginoso de la
ciencia y la tecnología cuyo camino se bifurcará en algún momento hacia la guerra o la paz, de
lo cual la invención de los drones es solo una muestra que puede ser muy positiva o
extremadamente negativa, como la Inteligencia Artificial creada por el mismo hombre de
quien depende y dependerá en primera y última instancia, para bien o para mal de sí mismo.
La crisis del espíritu se convierte en hecho tangible cuando dos edades, dos generaciones,
dos formas diferentes de ver la vida y actuar en consecuencia, se superponen -como está
ocurriendo hoy en el mundo y de forma particular en Estados Unidos-, y sus protagonistas y
víctimas al mismo tiempo, son incapaces de solventarla mediante normas superiores de
convivencia a fin de que no haya una ruptura de la unidad y lucha de los contrarios, una ley
inexorable garante del equilibrio social y político.
Lo que sucede con los “misteriosos” drones mencionados pudiera ser un ensayo de
laboratorio con fines maquiavélicos o tal vez muy redituables, y quizás por eso no afloren los
detalles ni se haya derribado alguno, aunque sea para despejar dudas de si en realidad son
máquinas tripuladas o no tripuladas, que es el punto hacia el cual el Pentágono y la Casa
Blanca quieren desviar las miradas e impedir escudriñar el verdadero propósito de tan
inusitada aventura.
Sea lo uno o lo otro, el proyecto debe ser de mucha envergadura cuando se ha requerido
una verdadera invasión de esos aparatos en una zona específica, la costa este de Estados
Unidos, para lo que pudieran ser ensayos sobre el terreno, con el cuidado de intentar algo casi
imposible: no crear expectativas de guerra ni de un fenómeno alienígena, y por eso la
incógnita y las especulaciones son tan amplias y casi universales.
Lo que logran con esto –si es en realidad un proyecto de la naturaleza que sea- es revelar la
fragilidad de la civilización humana tal como hizo en La guerra de los mundos Wells. Pero lo
curioso es que no con el sentido y el objetivo del cineasta de resaltar la flaqueza de la sociedad
de la que todos somos parte y cuya supervivencia puede estar en estos momentos en peligro si
no se toman medidas para protegerla, sino para demostrar que cualquier cosa puede ocurrir
en las aguas del régimen social en las que, por desgracia, todos nadamos.
En consecuencia, el misterio de los drones –no los drones misteriosos, que no deben serlo-
tiene que hacernos reflexionar sobre la evolución y el progreso humano, cuestionar la posición
privilegiada de una minoritaria parte de la humanidad en el universo y recordar que el avance
tecnológico y científico puede tener consecuencias impredecibles si no es bien conducida. La
ciencia es libre y sus ancas deben ser largas, pero, como el caballo, debe llevar arnés.
La hipótesis que propongo es no esperar ni creer que estamos ante una invasión de
extraterrestres que vienen a salvarnos de las ambiciones y el caos en el que nos encontramos
en todos los continentes, sin excepción, porque los terrícolas no podemos controlarlos.
Agrego que no es posible ver este tema de los drones con la frivolidad de una ficción bien
montada y sorprendente, sino con la visión de una casa desordenada, sin control o peor aun,
fraccionada por las grandes y graves divisiones y desigualdades entre y en cada uno de los
países que se reparten el planeta, lo cual hace del ser humano una especie más frágil y
vulnerable ante un futuro incierto con demasiadas mechas encendidas al lado de polvorines
atómicos.
lma