ATILIO BORON (Desde Caracas)
Si el gobierno venezolano hubiese sido derrotado, el futuro de nuestra región se convertiría realmente en un espanto, dadas las condiciones en las cuales quedarían las correlaciones de fuerzas en el plano regional.
El triunfo de Nicolás Maduro marca el inicio de una nueva etapa en la historia de la revolución bolivariana. Estamos en presencia de un momento de refundación del proyecto iniciado por el presidente Hugo Chávez en 1999. Entonces todos los esfuerzos de la diplomacia de los Estados Unidos se habían concentrado en una serie de tácticas que resultaron insuficientes para obtener los resultados buscados: probaron con el golpe de estado en el 2002 y fracasaron; luego con el paro petrolero y también fracasaron.
El chavismo se consolidaba y el gobierno de Estados Unidos profundizaba su ataque desde Colombia y, posteriormente, armaba distintas coaliciones en la región para aislar al gobierno de Chávez. Pero no lo lograron. Más tarde pensaron que con la muerte de Chávez el proceso se paralizaría y nuevamente la historia desmintió sus predicciones.
Intentaron por la vía de las guarimbas y con la violencia callejera precipitar un cambio de régimen en el 2014 y en el 2017 durante mucho tiempo -en algunos casos casi tres meses- las guarimbas sembraron el terror en toda Venezuela. Gente que era quemada viva simplemente por portación de cara chavista, pero el gobierno no entró en el juego y finalmente las guarimbas se quedaron huérfanas de apoyo, incluso dentro de los partidos de la derecha sus principales líderes se exiliaron para huir de la acción de la justicia.
Intentaron luego el asesinato de Maduro a través de un dron y el plan fracasó; poco tiempo después intentaron un desembarco de una tropa mercenaria que realmente sufrió una derrota aplastante a manos de la comunidad de pescadores que vio que llegaban estos tipos y los desarmaron. Y los pusieron a disposición de la justicia en cuestión de minutos, lo cual demostraba lo arraigado que estaban las enseñanzas de Chávez y sus mensajes permanentes en el famoso programa televisivo Aló Presidente.
La guerra económica iniciada por Barack Obama con su infame orden ejecutiva establecía que Venezuela era una «amenaza excepcional e inminente a la seguridad Nacional de los Estados Unidos». Dicho hoy, tras nueve años, demuestra lo absurda que fue esa fundamentación que dio lugar a una serie de medidas que fueron creando un clima cada vez más hostil y más tenso dentro de Venezuela.
Con Donald Trump esas restricciones ya asumen un carácter masivo y sistemático: 935 medidas coercitivas unilaterales, en realidad sanciones económicas, fueron emitidas por el gobierno republicano deseoso de apoderarse cuanto antes de las inmensas reservas petroleras de este país.
A pesar de todo eso la economía venezolana pudo absorber este tremendo impacto- basta con mencionar que las exportaciones de Venezuela a partir de todas las agresiones se redujeron al 1% a partir del año 2019- pero de a poco comenzó a recuperar su producción de petróleo con la ayuda fundamental de tres países: China, Rusia e Irán -por algo son los enemigos a vencer según la generala Laura Richardson.
El desprecio del gobierno de Estados Unidos por Venezuela se hizo patente de una manera increíble durante la pandemia, ya que ni Cuba ni Venezuela podían recibir insumos para combatir el covid 19 en un gesto que habla de la putrefacción moral de la dirigencia y del imperio norteamericano.
Pese a todas las circunstancias, Venezuela sobrevivió a la guerra económica y en los últimos dos años ha estabilizado su economía, ha logrado abatir la hiperinflación, algo que en la Argentina no se ha podido hacer a pesar de la palabrería hueca de Javier Milei. Venezuela ahora es capaz de garantizar su autoabastecimiento alimentario, ha dejado de importar alimentos como lo hizo durante tanto tiempo.
La apuesta estadounidense siempre fue la de obtener un cambio de régimen, con la colaboración de la oligarquía mediática de los países latinoamericanos y caribeños e incluso con el oligopolio mediático existente en España.
La derecha derrotada es una gran noticia para el futuro de América Latina y el Caribe, porque la revolución bolivariana sigue siendo un puntal fundamental en los procesos de integración.
Si el gobierno venezolano hubiese sido derrotado, el futuro de nuestra región se convertiría realmente en un espanto, dadas las condiciones en las cuales quedarían las correlaciones de fuerzas en el plano regional.
Con Venezuela reestablecida e insisto, transitando una fase refundacional del chavismo, aprendiendo de los errores del pasado, se abre una perspectiva muy interesante, luminosa en cierto sentido, para los países de la región.
También es una muy mala noticia para el gobierno argentino, porque demuestra los límites que puede tener un proyecto basado en el atropello de las libertades públicas, de la democracia, la utilización de la presión de la extorsión y todos los elementos que han caracterizado la gestión gubernamental de Milei en la Argentina.
Por lo tanto, como dice la consigna: «Chávez vive, la lucha sigue» y en poco tiempo más tendremos noticias muy interesantes desde Estados Unidos.
El posteo de Kamala Harris cuando todavía se estaban contando los votos habla de una necesidad estructural que hay para avanzar en un diálogo entre Estados Unidos y Venezuela, en momentos en que la superpotencia muestra una incapacidad de producir las municiones que se necesitan para librar la guerra en Ucrania.
Un acuerdo entre Washington y Caracas para ir levantando la restricciones económicas va a ser Inevitable a partir de la jura del nuevo gobierno que haya en Estados Unidos, sea quien quiera que sea su gobernante.