EL IMPERIALISMO, LA PATRIA GRANDE Y NUESTRO TIEMPO

Por Gustavo Espinoza M.

Publicado en Pensamiento Comunista. Octubre 2022

De hombres y de ideas, es nuestra fuerza

José Carlos Mariátegui

Algunos lo consideraron un poder ab- soluto, producto de la “guerra fría” y expresión de una etapa superada de la historia humana. El Imperialismo –decían– acabó con la caída del régimen socialista, por una sola razón: porque los Estados Unidos ganó la contienda, y no tiene contra quién luchar. Craso error, por cierto.

A la luz de los clásicos

Hoy, lejos en el tiempo de la definición de Rudolf Hilferding, ese antiguo admirador de Marx que luego derivó hacia las corrientes más oportunistas de la social Democracia; que en 1910 nos hablara del surgimiento del capital financiero como fenómeno inherente al imperialismo; y aún de los acertados rasgos que señalara Vladimir Ilich Lenin en 1916 sosteniendo que era una etapa superior y final la estructura económica capitalista; el imperialismo subsiste no sólo como fenómeno económico, sino también político. Por lo demás, conserva sus rasgos esenciales: concentración de la producción y el capital que genera los monopolios, la fusión del capital bancario con el capital industrial, que deriva en la aparición del Poder financiero, la exportación de capitales y el reparto de los mercados, rasgo este heredado del colonialismo.

Es, entonces, el Capitalismo en la etapa de los monopolios, pero, sobre todo, la política de do- minio mundial de las empresas transnacionales, que buscan apoderarse de toda la riqueza usando para el efecto el Poder que detentan en las naciones más desarrolladas, sobre todo en los Estados Unidos

La extrema concentración del capital y sus derivados; se complementa con el uso de la fuerza para imponer los intereses de los monopolios, al margen y en contra de la voluntad de los pueblos. Y se suma a ese esquema de dominación una inmensa capacidad operativa, acrecentada por los adelantos científico-técnicos de nuestro tiempo y una práctica concreta gracias a la cual el Poder Imperial busca doblegar cualquier resistencia e imponer su voluntad a cualquier precio.

El imperialismo en el siglo XX

Una expresión típica del Imperialismo, poco apreciada como tal en su momento, fue el discurso pronunciado por el entonces jefe de Estado Yanqui George W. Bush el 20 de septiembre del 2001 y que puso el punto final a la sociedad mundial organizada.

En aquella ocasión, y sin que muchos se dieran cuenta, el presidente norteamericano de la época, acabó definitivamente con la soberanía de los Estados, con la independencia de las naciones y con los derechos de los pueblos. De un sólo plumazo, proclamó la voluntad de los Estados Unidos como la única imperante; y la suya, como la expresión de la voluntad suprema de los Estados Unidos. Antes de eso, sólo Luis XIV –“el Rey Sol”– que había proclamado a los cuatro vientos: “El Estado, soy yo”.

Las acciones militares emprendidas a continuación por los Estado Unidos en el oriente medio y extremo –la guerra del Golfo, la intervención en Afganistán, la invasión a Irak, el ataque a Libia, las agresiones a Siria y el impulso a la expansión de la OTAN hoy en Ucrania– constituyen una notable muestra de la práctica imperialista.

Bajo los más burdos pretextos: combatir el terrorismo, restaurar la democracia, acabar con los regímenes dictatoriales o enfrentar al totalitarismo; han sido destruidos pueblos enteros y arrasadas brutalmente naciones. El signo de la muerte se ha mimetizado con el signo del dólar, al tiempo que han crecido vertiginosamente las desigualdades sociales y se ha incrementado ostentosamente la riqueza de los grandes capitalistas.

Hoy, los diez más grandes millonarios del planeta tienen bajo su control casi el 70% de la riqueza mundial, en tanto que el 30% restante de ella, se debe distribuir penosamente entre más de siete mil millones de personas, el 50% de los cuales vive en condiciones de Pobreza y Pobreza Extrema.

La fusión del capital y la estructura política del Estado

Fue Marx quien definió al Estado como la estructura de dominación de clase que en el marco de la sociedad capitalista está al servicio de las grandes corporaciones y de sus intereses. Es notable, entonces, registrar la fusión real que se opera en el Poder entre el Gran Capital y la estructura administrativa del Estado Capitalista, naturalmente a su servicio.

Baste recordar –para sustentar esta formulación– que, en los años 50 y 60 del siglo pasado, el Secretario de Estado de los Estados Unidos, John Foster Dulles, fue un destacado abogado de las grandes corporaciones con intereses específicos en las bananeras instaladas en Centroamérica. Combatir al comunismo y proteger a los monopolios multinacionales, fue su tarea como lo recuerda Naomi Klein. Por eso, cuando con motivo de la crisis de Guatemala, en 1954, se le preguntó acerca de si la política norteamericana podría resentir incluso a gobiernos amigos de los Estados Unidos, repuso tajantemente: “Estados Unidos no tiene amigos; tiene intereses”.

En años posteriores esta relación entre el Estado yanqui y las grandes corporaciones ha quedado meridianamente confirmada. Citemos apenas, algunos ejemplos. Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de los Estados Unidos fue también Presidente de la Golead Sciencies; John Ashcroft Fiscal General Principal en su momento, fue impulsor de la Patriot Act, por lo que apuntaló contratos federales con empresa de Seguridad bajo su esfera de in- fluencia. Tom Ridge, jefe del Departamento de Seguridad Nacional, fue representante del consorcio Ridge Global.

Rudy Giuliani, alcalde de Nueva York condujo la empresa Giuliani Parthens y fue asesor en situaciones de crisis. Richard Clarke, asesor calificado de Billy Clinton presidió la Good Harbor Consulting. James Woolsey, jefe de la CIA hasta 1955 perteneció también a Capital Group, importante consorcio norteamericano; en tanto que Francis Fukuyama –vinculado a las grandes corporaciones– predijo el fin de la historia y la victoria final de los Estados Unidos, luego de la descomposición y caída de la URSS. La lista de estos verdaderos testaferros del Gran Capi- tal es larga, pero podría ser mucho más extensa aun si se tiene en cuenta que hoy mismo el hijo de Joe Biden es un alto representante de las corporaciones gasíferas en Ucrania.

Cabe preguntarse con legítimo derecho si hombres como estos hablaban y actuaban en nombre del pueblo de los Estados Unidos, o más bien en representación de las grandes corporaciones cuando definían el rumbo político de ese país, en representación de más de 250 millones de habitantes.

Hoy, cuando el Imperialismo alienta la economía de guerra, produce armas y las comercializa; prepara empresas privadas a las que les “concesiona” tareas militares; esa relación entre el Estado y el capital privado se torna aún más tangible.

Hay que recordar, en este contexto, que, en nuestro tiempo, el gobierno de los Estados Unidos se vale de ingeniosos artificios arrancados del mercantilismo otorgando concesiones a empresas a las que adjudica contratos para el mantenimiento de cárceles, toma de ciudades, control del orden público; bajo modalidades empresariales que reinan ahora en el mercado

El poder imperial es sinónimo de guerra

En nuestros días, el Gobierno de los Estados Unidos se empeña por traer las expresiones de la guerra en todos los confines del planeta. Para ese efecto, mantiene un millón de soldados fuera de sus fronteras, alrededor de 900 bases militares diseminadas en 93 países y prepara y adiestra combatientes por doquier

El efecto de esa política se registra en América Latina, nuestro continente, que fuera declara- do Zona de Paz, por la CELAC, en el 2011. Aquí, se vale de todos los procedimientos imaginables: instala Bases Militares; envía “instructores” y soldados; adiestra destacamentos “antiguerrilleros” en todos los confines del continente; pero impone y usa los Tratados de Libre Comercio para confirmar su voluntad y quebrar la estructura productiva independiente de Estados Soberanos.

Al mismo tiempo, se vale de presiones y amenazas diplomáticas y políticas, estableciendo mecanismos de injerencia descarada en los asuntos internos de las Repúblicas americanas. Y, claro, no muy en secreto, opera constante- mente el papel de la Agencia Central de Inteligencia –la CIA– que penetra diligentemente en todas las estructuras de los Estados de la región. Pero usa también a la DEA en similares funciones.

Para llevar adelante estas acciones, en cada país, el gobierno de los Estados Unidos apuntala el Poder de las Oligarquías locales, los regímenes corruptos que pululan en el continente, y la perpetuación de una Clase Dominante envilecida y en derrota. Por si fuera poco, alienta “guerras internas” en algunos  países como Colombia; enfila sus baterías contra Venezuela y Nicaragua; renueva sus ataques contra Cuba; y busca golpear en todas partes a las fuerzas progresistas, democráticas y revolucionarias que amagan su Poder. En todos los casos, se vale de diversas instancias dependientes de su gestión administrativa, como a DEA, o de fundaciones que se inmiscuyen abiertamente en todos los países de la región.

El nefasto papel de los medios de comunicación

Es notable también su influencia en los medios de comunicación, a través de los que busca neutralizar la resistencia ciudadana a sus políticas de sometimiento, haciendo uso de sofisticadas interpretaciones de la historia, o de la vida de los pueblos. Para todos los efectos, se vale de los mismos mensajes con los que pretende machacar la conciencia de los hombres y mujeres de América hasta persuadirlos de “las bondades” de su política de dominación.

En el plano continental, las empresas periodísticas se han unido en la Sociedad Interamericana de Prensa –la SIP– y despliegan una intensa campaña orientada a demostrar que ella encarna la verdadera prensa; y que cualquier medida que se tome para controlarla o impedir sus excesos, constituye un “atentado contra la libertad de prensa”. De ese modo busca inmunidad para todas sus acciones.

“Estados Unidos en un país aliado y protector”, “tiene bases militares en todas partes, incluyendo Europa”, “lucha como nosotros contra el terrorismo”, hacen repetir como papagayos a ciertos editorialistas mediáticos. Para ellos, la soberanía de los Estados, no existe; los derechos de las naciones han sido abolidos, y la dignidad de las personas ha desaparecido. Hoy, solo la voz del Imperio tiene vigencia. Los medios de comunicación buscan embellecer la vida en el Gran Hegemón. Se empeñan en hacer creer a la gente que Estados Unidos es un país democrático, no obstante que allí impera la discriminación racial y social, se mata a los negros y se estigmatiza a los pobres; las tarifas de salud son exorbitantes; la educación es un lujo, el costo de vida es carísimo y las condiciones de vida de los pobres –60 millones de personas– son deplorables. Aun así, alientan “el modo de vida americano” y lo incentivan como aliciente para las poblaciones al sur del río Bravo.

Eso explica también las caravanas migratorias que salen sobre todo de Centroamérica y el Caribe, y que son inhumanamente repelidas en el país del Norte. Eso explica que mientras los migrantes ucranianos son acogidos, los haitianos son perseguidos a caballo y con varas, en la frontera con México, para impedir su acceso a los Estados Unidos.

Aunque la globalización se haya impuesto en el escenario mundial y aunque nuestro planeta haya logrado inmensos avances en todas las áreas del desarrollo, el Imperialismo levanta cabeza para el estupor de ingenuos políticos y amenaza creciente contra todos los pueblos. El “modelo” que quiere imponer a rajatabla, es el neoliberalismo, que implica la quiebra de la estructura productiva de los países, la informalización de la economía, y el abandono de las políticas públicas en áreas esenciales, como al educación, la salud, el empleo y otras. Dramático ejemplo de ello lo tenemos en la actual Constitución Peruana que privilegia abiertamente al capital privado y a los monopolios y relega la función pública a nefastos extremos.

En el Perú se puede decir que muchísimos de los inmensos daños infringidos a la población en el marco de la aún inacabada Pandemia, se basaron precisamente en la aplicación funesta de los preceptos constitucionales vigentes, gracias a los que la Estado no pudo proporcionar atenciones de salud ni apoyo a las poblaciones más necesitadas

Hoy el imperialismo norteamericano no está en posibilidad de valerse de los métodos abiertamente terroristas que usara en América sobre todo en la segunda parte del siglo pasado adiestrando y alimentando a regímenes oprobiosos como la dictadura militar brasileña de 1964, el régimen de Stroessner en Paraguay, las dictaduras fascistas en Chile, Uruguay y Argentina o las “democracias” formales puestas a s su servicio, como ocurrió en el pasado con Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y aún Bolivia; pero nadie duda que recurrirá a métodos similares en la medida que vea amenazadas sus posiciones de Poder en el continente. La crisis altiplánica vivida entre 2019 y el 2021, lo confirma.

Un cambio cualitativo en la región

América Latina fue, hasta 1959 el patio trasero de la dominación imperialista. Fue un inmenso depósito de riquezas básicas que los consorcios imperiales mantuvieron para usarlos en su beneficio. Riqueza minera, bio diversidad, plantaciones, agua, producción agraria y otras; estuvieron siempre a disposición de las grandes corporaciones. Y Estados Unidos castigó a quienes ofrecieron algún nivel de resistencia a esas políticas. Eso explica la presencia de la Infante- ría de Marina de los Estados Unidos en diversos países de la región, sobre todo en América Central y el Caribe. Solo la heroica resistencia de Sandino, entre 1927 y 1933 contuvo la voracidad yanqui en la región, dado que incluso el gobierno democrático de Jacobo Arbenz, en Guatemala, fue derribado en 1954 con la descarada intervención de los Estados Unidos.

La Revolución Cubana generó lo que podría considerarse un cambio cualitativo en la región. América Latina dejó de ser un resignado depósito de riquezas, y se convirtió en un cam- po de batalla en el que los pueblos lucharon -algunas veces con las armas en la mano– por un nuevo esquema de dominación. Acontecimientos valiosos, como la guerrilla del “Che” en Bolivia, aportaron inmensas lecciones a los pueblos, pero mostraron también que más allá incluso del uso de las armas, el coraje y la dignidad, eran herramientas indispensables para vencerla opresión.

Experiencias notables se vivieron en nuestro continente en la segunda parte del siglo XX. En 1968 la insurgencia militar de Juan Velasco Alvarado, en el Perú, abrió un camino inédito, pero extremadamente valioso. Señaló la posibilidad de ganar para la causa de los pueblos a segmentos de la Fuerza Armada secular mente al servicio de la clase dominante. Como lo señalara en aquellos años el propio Juan Velasco, la Fuerza Armada “trocó su papel de cancerbero de la oligarquía, para actuar al lado de su pueblo” e impulsó profundas transformaciones sociales de claro de contenido liberador anti oligárquico y antiimperialista.

Esa experiencia recogió vivencias registradas en la década de los años 60, pero la irradió a todo el continente. Las rebeliones de Puerto Cabello y Carúpano fueron organizadas y ejecutadas por militares venezolanos; en tanto que, en Uruguay, el Frente Amplio surgió con el liderazgo de un soldado, el general Líber Seregni; pero el foco se extendió pronto a varios destacamentos militares del continente. En Chile asomaron militares patriotas, como Rene Schneider y Arturo Pratt; en Panamá, Omar Torrijos; pero también se registró la influencia peruana en Ecuador y aún en Argentina en menor medida. Y luego ocurrió en Bolivia el ascenso de Juan José Torres brutalmente asesinado en Buenos Aires luego que fuera derribado del Poder en agosto de 1970.

El gobierno de la Unidad Popular y el valeroso ejemplo de Salvador Allende impactaron decisivamente la conciencia de los pueblos de nuestro continente, y señalaron un derrotero de recuperación que avanza con fuerza en el nuevo siglo. Se confirmó así lo que asegurara Arismendi que toda auténtica Revolución es históricamente un hecho singular.

Hoy en América Latina se han afirmado victoriosamente tres procesos revolucionarios de corte socialista. Con sus diferencias naturales y sus rasgos específicos se desarrolla la iniciativa de los pueblos en Cuba, Nicaragua y Venezuela; en tanto que, pese a diversos contrastes, asuman fuerzas progresistas en varios otros países de la región

Estamos, evidentemente, ante un cambio en la correlación de fuerzas en América Latina. Hoy se afirma el Proceso Emancipador Bolivariano y los sueños de nuestros Libertades hacen carne en la conciencia de los pueblos. América Latina no será sólo un continente de paz sino también de justicia y de dignidad.

En lo que a los peruanos se refiere, tenemos la ruta trazada por el heroísmo y el valor de Túpac Amaru; la fortaleza de quienes nos die- ron Patria y el pensamiento y la acción de José Carlos Mariátegui, considerado el Primer Marxista de América.