“Nos quieren robar el país”
Escrito por Alonso Núñez del Prado Simons Revista Ideele N°298. Junio-Julio 2021
En medio de la más absoluta intolerancia un grupo de gente asumió el papel de dueños de la verdad. Insultaron a quien anunció que iba a votar en blanco y lo acusaban de tibio, incluso se permitieron citar a la Divina Comedia aseverando que en tiempos de crisis moral había que votar por Keiko Fujimori. En otras palabras, que frente a un dilema moral había que optar uno de los males. Dante sentiría que sus palabras han sido traicionadas.
Creo, no obstante, que lo peor de todo es el fundamentalismo del que se hace gala. Ellos tienen razón más allá de toda duda y pueden exigir a los demás que se sometan a su propia perspectiva. El sesgo de confirmación es impresionante. “En este caso es obvio y claro que hay que votar por Keiko”. Los que votaron por Castillo están equivocados y también los que viciaron o votaron en blanco. El voto no puede ser de conciencia, sino que tiene que ser utilitario. ¿Por qué? Porque ellos así lo creen.
Al final, se parecen a los fundamentalistas islámicos que están seguros de tener la razón más allá de toda duda e incluso pueden llegar a matar y destruir en nombre de ‘su verdad’.
Y ahora que el resultado no los ha favorecido están furiosos y dispuestos a ‘incendiar la pradera’ para que Castillo no sea declarado ganador. Han perdido toda perspectiva y prefieren destruir al país, sus instituciones y todo lo que se les ponga por delante, porque de lo contrario ‘nos vamos a convertir en Venezuela’. En el fondo, están aterrados porque ‘nos quieren robar el país’ (quizá más bien se los robamos antes nosotros). Como si el Perú fuera sólo nuestro y no de los más pobres y necesitados, esa mitad del país que ha votado por Perú libre, porque les ofrece la posibilidad de un cambio. No saben exactamente cuál, pero no tienen nada que perder, el COVID-19 los ha puesto en la miseria.
La respuesta desde los ‘defensores del modelo’ es la exhibición de cifras que muestran la reducción de la pobreza en los últimos años, como si eso se comiera, te proporcionara oxígeno o te curara el COVID-19. Lo ocurrido en Chile muestra que a las personas de pocos recursos no les interesan los números, en especial, si ven que otros ciudadanos de su misma ciudad, sus vecinos, tienen y de sobra. No están interesados en comparar su situación con la de antes o con la que tienen personas que no conocen ni verán nunca en otros países de la región que han progresado menos que ellos.
En algún momento durante el proceso, poco después de terminada la primera vuelta, se oyeron algunas voces que reconocían la responsabilidad del empresariado y de la clase dirigente, en general, por haber permitido que llegáramos a esta situación. Durante las últimas tres décadas hemos oído que el libre mercado solucionaría todo, a lo que colaboraban las cifras, no obstante, ha bastado la pandemia para desnudar nuestra miseria y demostrar la fragilidad de un modelo enfocado en la creación de riqueza que supuestamente chorrea, pero que no ha permitido solucionar los problemas de fondo.
Recién ahora se ha hecho evidente el daño que causó el fujimorismo de la década del noventa con la destrucción de las instituciones, en especial de los partidos políticos. Muchos analistas han tornado a buscar explicación en lo más reciente: el obstruccionismo de Fuerza popular, Kuczynski, Merino y Vizcarra, sin percatarse que ellos son también el producto de nuestra falta de instituciones y de la corrupción que es inmemorial en el Perú, pero que perdió la vergüenza con el primer gobierno del Apra, por el descaro con que García hizo barbaridades para luego escudarse en la prescripción. La decencia de Bustamante y Belaunde quedó en el olvido y poco después la frase ‘roba, pero hace obra’ tenía aceptación general.
Mas, como siempre se encuentran excusas y lo que se sostiene en los últimos tiempos es que la responsabilidad no es de la clase dirigente, sino de los gobiernos y algunos empresarios corruptos que no han traído hasta donde estamos. La realidad es que hemos sido cómplices cuando no culpables directos de lo que venía pasando. En el ambiente empresarial y en los altos círculos casi todos sabían lo que ocurría en los negocios con las entidades estatales. No se puede separar a los gobiernos de quienes los sostenían. Como lo dije en otro artículo, a poco que asumiera la presidencia Humala, en el Perú la derecha ‘pierde, pero gobierna’[1] y pretender separar a los apestados ahora que ‘las papas queman’ es no aceptar la responsabilidad que sin duda corresponde.
Me parece de un descaro sin nombre que se le eche la culpa de la corrupción a la descentralización, sencillamente porque basta con leer ‘Historia de la corrupción en el Perú’ para percatarse que había tanta o más corrupción cuando todo estaba centralizado. Estoy convencido que no se hizo bien la descentralización por lo complicado que resultaba en el plano político, pero pretender desandar lo andado, por la corrupción demostrada en algunas regiones, es un despropósito. Tenemos que enfrentar el principal problema que es la falta de capacidad de gestión en todos los niveles, en especial en las regiones, pero de ninguna manera volver a centralizar las decisiones. Me temo que eso nos llevaría a una mayor corrupción, quizá más sofisticada y menos descarada de la que hemos visto en la gestión de algunas regiones. También tiene que haber mayor control, pero no centralizado.
[1] Artículo titulado ‘Pierde, pero gobierna’ publicado en el diario ‘Gestión’ el 28 de diciembre de 2011.