RESPUESTA A CESAR HILDEBRANDT

RESPUESTA A CESAR HILDEBRANDT

Por Gustavo Espinoza M.

Cuando la semana pasada Cesar Hildebrandt escribió una extensa página referida a la Izquierda, supuse que se trataba de un hecho fortuito. Pensé que alguna mala pastilla le había estropeado el hígado y que, como resultas del mal, el leído periodista había incubado un exabrupto. El que en su más reciente edición vuelva sobre el tema, con el mismo mensaje vitriólico que le conocemos, ya resulta preocupante. No tanto por su destino personal -que finalmente dependerá de su propia manera de encarar las cosas- sino sobre todo por su mensaje, que dice representar una voluntad que sistemáticamente desmiente: la indispensable identificación con la causa de los pueblos.

En verdad, desde la platea, los exponentes de la clase dominante han de haberlo aplaudido de pie, saludando sus imprecaciones contra el socialismo y sus exponentes. Vale la pena, entonces, reflexionar un poco en torno a ellas como una manera de responder al vértigo de palabras que nos depara el periodista. 

Contrariamente a lo que sostiene, la Izquierda piensa. Si no pensara, se guiaría seguramente por Hildebrandt en sus Trece, y estaría maldiciendo a todos. Hablando mal de unos y de otros, denunciando a los que cantan y a los que bailan; a los que leen y a los que escriben; a los que ríen y a los que lloran. Y respondería tan sólo a sus reflejos hepáticos, maldiciendo intermitentemente a sus jueces. Pero así, no crecería, como supo crecer (la izquierda) en determinadas etapas de su historia.

Es verdad que en su honrosa historia, la izquierda ha cometido errores. Tuvo etapas solventes, como cuando encabezó la lucha de los trabajadores mineros del centro del Perú, en los años treinta del siglo pasado; o cuando levantó las banderas de la restauración democrática respaldando a Bustamante y Rivero, el 45; o cuando supo ver en el horizonte el inicio de un proceso transformador con Velasco Alvarado en los años setenta y se sumó a su apoyo sin pedir  nada a cambio; o cuando se convirtió en una alternativa de gobierno y de poder, con las banderas de la Izquierda Unida a fines del  pasado siglo.

En estas etapas, hubo periodistas -y otros- que se acercaron a nosotros, que colaboraron con nuestras publicaciones, y que nos invitaron a conversar con ellos en tribunas públicas. Eran otros tiempos, sin duda, y algunos de los que así actuaron, pensaron que a la sombra de nuestras luchas, algo podrían alcanzar, por lo menos en laudatorios reconocimientos formales. Los reveses del socialismo, finalmente los desalentaron, y optaron por creer solo en la estéril virtud de la negación y la protesta,

Y también es cierto que cometimos errores sobre todo en las últimas décadas, cuando algunas cúpulas partidistas se dejaron ganar por los anzuelos lanzados en su entorno. Allí asomaron posiciones electoreras y oportunistas, que muchos denunciamos, y esperamos corregir con el tiempo. Pero esos lastres no pesan tanto en nuestra conciencia como para que caigamos en la desesperación o el abandono. 

Sabemos del peso de la clase dominante y somos conscientes que ella, es capaz de infiltrar, desorganizar y aún desorientar nuestras filas.

Recordamos por supuesto a ese argentino bueno, Aníbal Ponce. Él nos decía con soltura: “alentando en los unos la vanidad siempre despierta, aumentando en los otros la codicia nunca ahogada,  la burguesía retiene aún entre sus manos  algunos de los resortes del alma proletaria”.  Nos hablaba así de una conciencia de clase que se adquiere en la lucha, y que se pierde cuando ella cesa, y cuando se imponen las tesis de “la concertación” y “el diálogo”, y se las cambia por la acción independiente y de clase.

Por ahí asoman nuestros retos y retardos, que procuramos encarar con paciencia y perseverancia, conscientes que vivimos aún en etapas previas a una convulsión social que asoma inexorable.  Sabemos que, en la medida que maduren las cosas y que se eleva, como corresponde, la experiencia de las masas, ellas sabrán construir la herramienta que aún no hemos logrado forjar. Y en eso, también, somos leales a Lenin: “cada país, debe parir su movimiento”.

Objetivamente, aún no hemos alcanzado el alumbramiento indispensable, y los nueve meses de un embarazo rutinario parecen ser en el caso de nuestro movimiento, un periodo mucho más largo de lo previsto. Quizá ése, sea tan extenso que muchos de nosotros no alcanzaremos a ser actores de ese desenlace; pero él ocurrirá, pese a los turbios presagios de los pesimistas de siempre.

Nosotros –es bueno que se sepa- no nos desalentamos por las derrotas, ni arriamos banderas por los contrastes. Hemos nacido y crecido al calor de las expectativas de nuestro pueblo. Y por eso, más allá de reveses, incubamos con orgullo la esperanza viva.

Nos alienta el ejemplo de grandes hombres y mujeres que supieron de dignidad y de justicia, de valores y de lealtades, y que nunca se inclinaron, sino para rendir homenaje a las causas más justas de la humanidad entera. Vallejo, Neruda, Nazim Hikmet integran la mochila ideológica que contiene también las enseñanzas de Marx, Lenin, Mariátegui. Con esos referentes, no tenemos nada de qué arrepentirnos y nada de lo cual renegar.           

César se proclama enemigo de todo: de la izquierda peruana, de sus líderes y representantes, de sus partidos y movimientos, de su obra intelectual y política, de sus expresiones y esfuerzos. Todo eso, es comprensible, y podría entenderse como la actitud de un ácrata honesto, incorruptible y enérgico, que blande su espada contra quienes se han equivocado con buena –o mala- intención. Pero no es así. Arremete con la misma ira contra lo que existió, y aún existe, en el mundo: Contra la Revolución Rusa, contra la Unión Soviética; contra China y contra Cuba; contra el proceso emancipador bolivariano, contra la Venezuela de hoy y Nicaragua. Y, por supuesto, contra cada una de las personas que representan esos movimientos. No se salva nadie. Todos, sin excepción, han claudicado, capitulado, o deshonrado su mensaje, traicionado a sus pueblos, y se han hecho merecedores de los calificativos más bajos. Su ruindad, no ha tenido límites.

Con esa actitud, olvidan del consejo del Amauta: “elevarse por encima de sentimientos e intereses negativos, destructores, nihilistas” se aleja del más elemental espíritu revolucionario, es decir, espíritu constructivo Quizá de él podría decirse: “El proletariado, lo mismo que la burguesía, tiene sus elementos disolventes, corrosivos, que inconscientemente trabajan por la disolución de su propia clase”

Ciertos periodistas -los que han cultivado su espíritu y escriben bellamente-  pueden ser considerados verdaderos escritores y hasta poetas. Marx entendía que a ellos “había que dejarlos marchar libremente por la vida”; que no se les podía medir con el rasero de los otros hombres. “No había más remedio que mimarlos un poco si se quería que cantasen; con ellos, no valían las criticas severas”.

Si tomara en cuenta la voluntad de lucha de los revolucionarios, la consecuencia de quienes dieron sus vidas combatiendo por una misma causa, la firmeza espiritual y moral de quienes no se doblegan hoy porque cayeron algunas de sus fortalezas; César podría ser más objetivo y más justo, más legítimo y hasta más creador. En suma, podría crecer (políticamente, claro) y servir mejor la causa de su pueblo. (fin)