Dr. Eduardo Arroyo Laguna
Decano Nacional del Colegio de Sociólogos del Perú / Miembro Directivo de la Asociación Latinoamericana de Sociología
26 de marzo de 2020
La pandemia del coronavirus ha paralizado a la globalización neoliberal hegemónica, que pasa de ser un modelo de puertas abiertas a terminar acuartelada en las casas de la población mundial.
Su carácter imponente y olímpico es mellado por las limitaciones del libre mercado, cuyas corporaciones transnacionales y empresas privadas están más interesadas en hacer valer la ley de la ganancia y su bienestar particulares. Retorna el Estado protector, el que frente a las pandemias y miedos globales recupera su rol de asistencia al bien público. Es, por tanto, el fin de las viejas seguridades y la conciencia de las vulnerabilidades del modelo global, de su individualismo, egoísmo y consumismo asfixiantes, permitiendo reflexionar sobre la importancia de la fraternidad en esta hora que golpea al conjunto de la humanidad. “Remar juntos” ha dicho el Papa Francisco en estos tiempos en que debería primar la solidaridad.
La incertidumbre se generaliza, es decir, la imposibilidad de saber qué pasará en el porvenir a partir del parteaguas que ha sido esta pandemia. No sabemos si regresaremos al trabajo, si este se irá a la quiebra ante un público quebrado que está gastando sus últimos ahorros en la cuarentena familiar, clases medias que viven en la pobreza y un mundo pobre que debe vivir de los subsidios estatales. Prefiguramos que las viejas formas de vivir en sociedad cambiarán. Es la agonía de los viejos tiempos y la inseguridad del presente y el futuro.
Nuestra época sigue en el cuadro recesivo abierto en el año 2008, en el que las grandes empresas bancarias quebraron. No hemos vuelto a la anterior productividad ni en EEUU ni en Europa manteniéndose una China ralentizada y el sudeste asiático con los tigres y dragones a la vanguardia. Es de suponer que la paralización planetaria actual acentuará la recesión.
La civilización global de hiperconsumo entra en crisis con esta súbita frenada así como sus manifestaciones (turismo, espectáculos artísticos, farándula; campeonatos deportivos a escala planetaria, olimpiadas; restaurantes, bares, cines, gimnasios, hoteles; escuelas, universidades, etc).
Los viejos mitos de libertad, igualdad y fraternidad no han sido aplicados en el mundo, de lo contrario no tendríamos los dantescos cuadros de desigualdad social en los casos de salud, educación; pobreza crónica y extrema; brechas de género, raciales, étnicas, etc. Toda una modernidad basada en el mito del progreso, la utopía y fe en la razón ilustrada se viene al suelo.
La especie humana ha demostrado ser sumamente irracional cayéndose el viejo pensamiento aristotélico y el pensamiento helenístico en su conjunto. Los miedos globales, el pánico reflejan el descontrol de la población mientras la codicia sin freno movida por la sempiterna ley de la ganancia de los consorcios internacionales está a la base de los enfrentamientos de clases, desigualdades y destrucción del medio ambiente.
Es tan fuerte el cataclismo que regresan los actores y axiomas repudiados por este modelo: vuelve el Estado, retorna la inversión en la gente pobre lo que no se acusa de populismo, trascienden las soluciones colectivas ya no calificadas de socialistas.
LA CRISIS ESTRATÉGICA DE LA MODERNIDAD CAPITALISTA
La modernidad ha generado un alto desarrollo tecnológico basado en la explotación de una clase sobre otra, ante la que Karl Marx y Federico Engels plantearon cambiar las cosas desde las miras del proletariado (1). Previo a ellos, maestros de la economía clásica como Adam Smith y David Ricardo habían considerado que el motor de la sociedad humana era la lucha de clases, solo que ellos defendían las miras burguesas.
La modernidad nace en una atmósfera preñada de agitación, turbulencia, “…transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos…En el siglo XX, los procesos sociales que dan origen a esta vorágine, manteniéndola en un estado de perpetuo devenir, han recibido el nombre de ‘modernización’…estos valores y visiones llegaron a ser agrupados bajo el nombre de ‘modernismo’…” (2).
Sin embargo, pese a todos los adelantos tecnológicos de la era presente, no se ha construido una civilización superior sino una destructiva del cosmos, hiperconsumista, individualista, narcisista, presentista, cayendo los valores que irradiara la revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad).
En estos tiempos de coronavirus, en las ciudades más prósperas según la OCDE, sea París, Hong Kong, Santiago de Chile o New York, la desigualdad social está a flor de piel generando grandes manifestaciones en las que son los jóvenes y las mujeres los manifestantes protagónicos. La historia mundial recuerda manifestaciones de dos millones de mujeres y feministas en Santiago de Chile, la multitudinaria este año en Madrid así como la gran marcha ¡NI UNA MENOS! en el Perú y la movilización del año pasado por el orgullo gay.
¿Qué fue de la libertad, igualdad y fraternidad? La globalización ha acentuado las desigualdades privilegiando el asunto de la libertad y dentro de las libertades la del mercado, no la libertad de expresión, de movilización, de migración. El libre mercado solo favorece la libertad de las corporaciones transnacionales y empresas privadas, no la de los de abajo que sienten la discriminación y no son iguales ante la ley aunque la Declaración de Derechos Universales de Naciones Unidas diga lo contrario. Hay conciencia a nivel mundial de las desigualdades y de las imposibilidades de este modelo para acercar a los seres humanos.
¿Hay entonces algo en la naturaleza humana que impide el vivir en común?
Ya Thomas Hobbes, más bien monárquico, en 1651 anunciaba en su Leviatán los horrores e irracionalidad de la especie humana. Dirá que donde haya humanos habrá rencillas, envidia, competencia, guerras. No sólo refuta ese axioma que procede de la antigüedad helena y es repetido por todos de que el ser humano es un animal nacido con disposiciones naturales para vivir en sociedad sino que plantea que “…los hombres no derivan placer alguno (sino antes bien, considerable pesar) de estar juntos allí donde no hay poder de imponer respeto a todos ellos…Así pues, encontramos tres causas principales de riña en la naturaleza del hombre. Primero, competición; segundo, inseguridad; tercero, gloria…El único modo de erigir un poder común capaz de defenderlos de la invasión extranjera y las injurias de unos a otros…es conferir todo su poder y fuerza a un hombre, o a una asamblea de hombres, que pueda reducir todas sus voluntades, por pluralidad de voces, a una voluntad… Esta es la generación de ese gran LEVIATÁN o más bien (por hablar con mayor reverencia) de ese Dios Mortal a quien debemos, bajo el Dios Inmortal, nuestra paz y defensa. Pues mediante esta autoridad concedida por cada individuo particular en la república…resulta capacitado para formar las voluntades de todos…a los fines de que pueda usar la fuerza y los medios de todos ellos, según considere oportuno, para su paz y defensa común…” (3).
Según Hobbes, la naturaleza humana estaba destinada al conflicto mientras Rousseau sostenía que el mal procede de la acción que el ser humano ejerce sobre la naturaleza humana. Para el primero, se requerirá de un Estado fuerte que modere las ambiciones de los seres humanos mientras el segundo acentuará la fuerza del hábito, las costumbres, la pedagogía, que llegue a establecer un contrato social que haga viable la vida en sociedad.
La propia revolución francesa y la modernidad que anuncia instaura grandes avances ideológicos, es un parteaguas con el feudalismo monárquico y augura el advenimiento del capitalismo de gran envergadura pero no considera la situación de los esclavos y las mujeres. De ahí que muera guillotinada Olimpe de Gouges, quien se atreviera a redactar una constitución alternativa en la que sí se consideraban los derechos de las mujeres y en que una mujer como Mary Wollstonecraft se enfrentara ideológicamente con Rousseau porque este intelectual relegara a éstas últimas a la escena doméstica. Así y todo, Rousseau nos deja interesantes notas sobre lo que consideraba los orígenes y fundamentos de la desigualdad entre los hombres. No habla de seres humanos sino de hombres asumiendo la caracterización de Aristóteles que asignaba al hombre la categoría de Uno, lo absoluto y a la mujer la categoría de lo Otro, el complemento.
Rousseau nos dice al tratar de entender si las desigualdades entre los seres humanos se acreditaban por la ley natural que “…Si seguimos el progreso de la desigualdad a través de las distintas revoluciones, encontramos que el establecimiento de la ley y del derecho de propiedad constituyó su primer término; la institución de la magistratura, el segundo; y el tercero y último fue el cambio del poder legítimo en poder arbitrario… apenas están reunidos en una misma sociedad, porque están obligados a compararse entre sí y a tomar en cuenta las diferencias que observan en el trato continuo. Estas diferencias son de varias clases, pero puesto que, en general, la riqueza, la nobleza o el rango, el poder y el mérito personal son las principales distinciones por las que se mide la sociedad, demostraría que el acuerdo o el conflicto entre semejantes fuerzas es la señal más confiable de un Estado bien o mal constituido. Mostraría que estas cuatro clases de desigualdad, dado que las cualidades personales son el origen de todas las demás, la riqueza es la última a la cual finalmente se reducen porque, al ser la más inmediatamente útil al bienestar y la más fácil de comunicar, suele utilizarse para comprar todo lo demás…Se colige de esta exposición que la desigualdad es casi inexistente en el estado de naturaleza, que saca su fuerza y su crecimiento del desarrollo de nuestras facultades y de los progresos del espíritu humano, y que finalmente se vuelve estable y legítima con el establecimiento de la propiedad y de las leyes…..la ley de la naturaleza se opone a que un niño mande a un anciano, a que un imbécil guíe a un hombre sabio y a que un puñado de gente nade en lo superfluo mientras la mayoría hambrienta carece de lo necesario” (4).
Rousseau llegará a percibir que los seres humanos pasarán a ser dependientes de la tecnología de la modernidad capitalista y que la industrialización depredaría a la naturaleza y, al hacerlo, corrompería y degeneraría a la especie humana.
La modernidad abierta por la revolución inglesa (1760), la guerra independentista norteamericana (1776), la revolución francesa (1789) que anunciaban una civilización diferente y superior no fueron tanto y asistimos al declive de esta civilización que bajo la égida del modelo global, la ha llevado al clímax de su avance y destrucción a la vez.
Hoy el imperio estadounidense naufraga con Trump a la cabeza, Bolsonaro en Brasil y el primer ministro italiano Salvino ha desaparecido de la escena pública en una Italia que agoniza ante la actual pandemia mientras China, Rusia y países del sudeste asiático (Singapur, Corea del Sur) vienen superando esta epidemia. Asombra que en plena pandemia y con una Europa muy infectada, lleguen sin mayores explicaciones 30,000 soldados estadounidenses a hacer maniobras con las tropas de la OTAN. Rusia está advertida y sus fronteras cerradas con el ejército en situación de alerta máxima. América, por su parte, participa dividida ante la actual pandemia con países que entran en cuarentena y otros que se niegan a hacerlo.
LA HERENCIA PASADA NOS DA BASES PARA UNA NUEVA CIVILIZACIÓN
Este modelo global data de la década del 90 del siglo XX y por tanto cumple treinta años de ejecutoria. Es heredero de la gran época de cambios que fueron los turbulentos años 60 del siglo XX de los que proceden las redes informáticas, las primeras computadoras, una sociedad virtual; una economía en red y una crítica al patriarcalismo y a toda la cultura que conlleva esta concepción de la vida sometida a fuego por las concepciones feministas, las ecologistas, las pacifistas, los movimientos por la defensa de los derechos humanos; los movimientos juveniles; las guerrillas; el movimiento negro, chicano, piel roja; la iglesia católica y el Concilio Vaticano renovador con Juan XXIII y Paulo VI con su encíclicas “De la vita humanae” y la “Populorum progressio”; el rock, el amor libre, la psicodelia.
La globalización a partir del Consenso de Washington (1990) unió todo el planeta, su espacio y su tiempo en uno solo, el espacio como un solo mercado y el tiempo como único, no la hora que varía según las latitudes. Nunca como ahora todos estamos en el mismo espacio y tiempo a la vez y conectados en el tiempo real. Disfrutamos de los adelantos de la informática, cibernética, robótica, biogenética, nanotecnología, lo que hace que la nuestra sea la especie humana más universal de todas.
Asentándose el proceso global, la sensación de bienestar que se abría con la caída del modelo soviético de construcción del socialismo y la paz que advenía (1985-1990) fueron rápidamente cortadas con la voladura de las Torres Gemelas y la Guerra del Golfo (1991) y con desajustes económicos en diferentes países, fuera en Japón, México, Argentina, Brasil hasta la quiebra de la gran banca desregulada en el año 2008.
A treinta años de hegemonía del modelo global del sistema capitalista crecen diversas crisis como la climática, hídrica, energética, alimenticia, recesiva, financiera, de valores morales.
Las potencias imperiales luchan por el control del planeta declinando la hegemonía de occidente (Atlántico norte) mientras insurge la fuerza del Asia y la presencia cada vez más protagónica del Océano Pacífico. El eurocentrismo declina ante nuevos enfoques para entender las cosas.
La guerra para controlar territorios y recursos (Irak, Afganistán, Libia, Siria) de parte de las potencias ha generado un descomunal movimiento migratorio. Hoy ante el belicismo, la exacción de recursos naturales, las sequías, desertificación de suelos, millones de ciudadanos se desplazan de sus lugares de origen y deambulan por Europa y Medio Oriente en busca de un lugar en que radicar.
Ello genera miedos globales, la fobia a lo diverso culturalmente, lo diferente racialmente, los sexos diversos, los géneros, la homofobia. Pese a la xenofobia, el mestizaje se extiende por todo el planeta.
La guerra avanza al terreno digital. De ahí el 5G chino que supera el 4G norteamericano y el 6G japonés, superior a todos. La guerra es digital, quien controle la información mundial controlará al poder.
El incendio de bosques en Australia, el Amazonas, África nos retraen a la crisis climática y el calentamiento global amenazador sobre el planeta.
Finalmente, la guerra epidemiológica del coronavirus, superior a las dos guerras mundiales del siglo XX, llevan a toda la población mundial al encierro en sus cubiles para no contaminarse. Estamos en la etapa de pandemias, es decir que las epidemias se tornan planetarias y afectan a todos por igual, de cualquier país, clase social, género, siendo los adultos con enfermedades el sector social en mayor riesgo. Es un fiel reflejo del nivel de contaminación de nuestro ambiente y se convierte en un problema estratégico.
Guerras militares por territorios y recursos, inmigrantes por todo el orbe y xenofobia, guerras digitales y hoy pandemias globales nos permiten concluir planteando que el mundo nuestro en su dinámica va quemando etapas y, por tanto, no volverá a ser lo que era antes. El capitalismo que se imponga será más democrático o más sanguinario dependiendo de las correlaciones de fuerzas planetarias que se vertebren. Así lo ha planteado el sociólogo Wallerstein: “Lo excepcional es la transición que desde hace 30 años venimos viviendo, desde el sistema-mundo capitalista hacia otra formación sociohistórica. A mi juicio podemos estar seguros de que en 30 años no viviremos en el sistema-mundo capitalista. En ese sentido, con la crisis coyuntural del capitalismo, converge una crisis estructural, un declive histórico del sistema-mundo. En eso se distingue esta fase de recesión económica mundial de otras anteriores: el nuevo sistema social que salga de esta crisis será sustancialmente diferente. Si evolucionará en un sentido democrático e igualitario o reaccionario y violento es una cuestión política y por tanto abierta: depende del resultado del conflicto entre lo que llamo “el espíritu de Davos” y el “espíritu de Porto Alegre”. En otras palabras, de la inteligencia y el éxito político de los movimientos antisistémicos” (5).
PROBABLEMENTE NO VOLVAMOS A LOS VIEJOS TIEMPOS
La vida no volverá a ser la misma, sobretodo porque las pandemias serán incontrolables. Superaremos una pandemia y caeremos en otra. Volveremos a nuestros trabajos y al cabo de algunos meses se declarará una nueva cuarentena. Nada está dicho.
La globalización ha sido extravertida y nos ha acostumbrado a grandes shows, farándula y consumismo. El tránsito abrupto al acuartelamiento sin anestesia presenta una especie humana no preparada para una larga cuarentena y la sana costumbre de la meditación. Hay muchas vidas vacías y sin sentido. La globalización ha achatado la existencia, la chabacaniza. Esta cuarentena ha demostrado a muchos la incapacidad de estar a solas, de soportarse a sí mismos.
Hay una posibilidad de que la población busque más bien a sus gobiernos nacionales más que un sistema hiperglobalizado. Es el tiempo de los Estados nación actuales, los que saben convivir con lo global ya que lo han hecho en estos últimos treinta años.
Asistimos al declinar de la globalización neoliberal y crisis estructural del sistema capitalista. Difícil y arriesgado predecir el futuro cuando las aguas están tan movidas. Los pobres, sin embargo, son los sectores más afectados y las clases medias no las tienen seguras. Son tiempos en que los Estados nacionales deben usar su ahorro para soportar la crisis. Por ser un asunto global, salir de esta pandemia requiere de soluciones globales en donde América Latina tiene mucho que decir dadas sus potencialidades en recursos, población y modo conductual de ser.
Si bien habrá una contracción mundial recesiva, el mundo sabrá salir adelante. La humanidad debe evaluar el papel de las corporaciones transnacionales que han industrializado en base al fósil petróleo y han destruido el medio ambiente. Ante la paralización de la industrialización, el planeta se ha descontaminado. La especie humana aparece como la más predadora en la historia del planeta. No se recordará otra especie más sanguinaria y tanática.
De otro lado, otro sector de la humanidad rinde culto a la vida, a eros. Allí la encíclica “LAUDATO SI”, del Papa Francisco, un excelente texto con explicaciones sociológicas, geográficas, ecológicas, verdadero himno llamando a cuidar nuestra casa a punto de ser liquidada por las fuerzas tanáticas. En el culto a la creación, la juventud y las mujeres cumplen una función central como lo han venido mostrando en sus movilizaciones. Greta Thunberg es el emblema juvenil de lucha contra el cambio climática, épica de nuestros tiempos.
Finalmente, hay que considerar que son tiempos en que Asia se perfila a la vanguardia y aguarda su hora. Baste ver que es la región que mejor controla la pandemia virológica mientras Europa está a la zaga así como EEUU y Latinoamérica reacciona dividida.
Agoniza una época y llegan tiempos diferentes.
(1)
Marx Karl y Engels Federico, “Manifiesto del Partido Comunista”. 1848.
(2) Berman Marshall, “Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad”. Siglo XXI de España Editores, S.A., Madrid, 1988, páginas 1-5.
(3) Hobbes Thomas, “ LEVIATÁN 1”. Editorial La Página S.A., Editorial Losada S.A., Buenos Aires, 2003, páginas 126 a 164.
(4) Rousseau Jean-Jacques, “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”. Traducción: Fabienne Bradu con prólogo de Jesús Silva-Herzog Márquez. Gobierno Federal de México, Dirección General de Publicaciones con el apoyo de Pro Helvetia, primera edición en Cien del Mundo, 2012, páginas 93 a 95.
(5) Wallerstein Immanuel, “El sistema que salga de la crisis será muy diferente”. Entrevista de Íñigo Errejón y Pablo Iglesias, Revista Diagonal. Reproducida en “SOCIOLÓGICA” Nª 1, Revista del Colegio de Sociólogos del Perú, agosto de 2009, páginas 44-45.