Lo que ha sucedido en Villa el Salvador es una verdadera desgracia. Las fotos que los vecino/as del barrio me han compartido por interno son verdaderamente impublicables.
No exagero si les digo que es lo más cercano al apocalipsis: casas que estallan en cadena, niños y sus madres calcinados llorando en las esquinas de sus calles.
Pero si nos quedamos solo con el dolor de las imágenes corremos el riesgo de olvidarnos del responsable de esta desgracia: el Estado que ha fracasado, en todos sus niveles de gobierno, en garantizar un mínimo de orden y atención a los problemas de sus ciudadanos.
Por supuesto que este desborde de incompetencia no sucedería en todos lados. Sucedió en un barrio popular, que está dentro del grupo de los distritos con mayor desigualdad y pobreza, con altos índices de informalidad, con todas las peores plagas asociadas a la corrupción; en un barrio, en fin, donde conviven todos los males de un estado desmantelado desde adentro y desde afuera.
¿El Estado actuaría así de incapaz e indolente si una desgracia parecida – ¡que ojalá nunca más se repita, ¡por favor! – sucediera en un distrito pudiente de nuestra Marca Perú?
1). Avanzaban las horas, y no había autoridad que dé la cara. ¿El alcalde, un representante del gobierno central? Nadie.
Su declaración posterior fue para decir nada, y para enviar “condolencias a los muertos” (¿?) . (Mis respetos a los bomberos, que hacían la función de todos los que no estaban haciendo su trabajo).
2) Una pista principal mal hecha. Los vecinos reiteradas veces alertaron sobre este problema, pero nadie respondió como debe ser. Ahí vemos las consecuencias: el camión cisterna se salió de control al cruzar el tumor que tenía la pista justamente en un cruce peligroso.
Ahora los responsables se tiran la pelota: que la obra es responsabilidad de la Municipalidad de Lima, que eso le corresponde al alcalde de Villa, que es responsabilidad de la gestión anterior, etc.
3). No hubo protocolo ante un evento de este tipo. Policías y bomberos cruzándose en sus funciones, ante la necesidad de contener la desgracia, sin indumentaria adecuada para hacer frente a una clara expansión de tóxicos en un radio que se extendía cada vez más. No hubo coordinación del Estado y los medios locales para activar un plan de contingencia y calmar a la población.
4) Consecuencia de lo anterior, la gente se mantenía al frente de los hechos, observando y filmando, arriesgando sus vidas. Las autos y buses se atravesaban por el mismo lugar donde la cisterna de gas seguía despidiendo su tóxico en forma de tormenta: ninguna autoridad había cerrado las avenidas, no hubo reordenamiento del tránsito en pleno infierno.
5). Niños regados por las avenidas, calcinados, sentados, llorando, sin una asistencia adecuada. ¿Dónde estaban las instituciones protectoras de los infantes? Los pocos brazos que existían disponibles se encontraban apagando los incendios y resolviendo los problemas que se despamarraban por varias cuadras a la redonda. Podemos seguir…
Queda por aclarar cuál fue la responsabilidad de la empresa transportadora de gas. Pero ante este triste cuadro de miseria e incertidumbre, no nos olvidemos de la gente de a pie, del barrio, que aun cuando su vida corría riesgo, intervino para rescatar y salvar a sus vecinos, a sus niños y abuelitos, a sus animales: utilizaron mototaxis, autos, cargaban en sus brazos a los heridos, avisaron a los vecinos, apagaban los cuerpos de las personas que salían despidiendo fuego de algún rincón que ya nadie quiere recordar.
Pero también vale reconocer que el sistema de salud hizo su trabajo con mucha sensibilidad. Según los vecinos, los médicos se quedaron por encima de sus horas de trabajo, que hubo atención en los centros médicos, que la gente al menos encontró un poco de reposo en esta solidaridad.
Uno ve los acalorados debates en las redes sociales y en los medios de comunicación, y se termina preguntando si los candidatos y líderes de la opinión pública se preocupan por este Perú del día a día. Parece que muchos de ellos buscarían competir en un auditorio suizo.
Si alguna lección se debe sacar de esta desgracia, es que el Estado no puede seguir en manos de intereses de consorcio y operadores indolentes que solo buscan tener una representación o un puesto y beneficiarse. Y aunque el Estado si bien está quebrado ante situaciones de este tipo, solo el Estado puede garantizar que las cosas cambien.
Hay que recuperarlo, hay que hacer que funcione, especialmente para los de abajo. No esperemos otro apocalipsis.
(Enviado por Marianela Pérez. La Habana. Cuba)