NICOLAS J.S DAVIES , PERIODISTA ESTADOUNIDENSE
Uno de los hallazgos más sorprendentes de la investigación del sociólogo militar Slam Marshall fue que sólo un 15% de las tropas estadounidenses en combate dispararon sus armas contra el enemigo en la II guerrra mundial
Associated Press informa que muchos de los reclutados bajo la nueva ley de reclutamiento de Ucrania carecen de la motivación y el adoctrinamiento militar necesarios para apuntar sus armas y disparar a los soldados rusos.
“Hay gente que no quiere disparar. Ven al enemigo en posición de tiro en las trincheras, pero no abren fuego… Por eso mueren nuestros hombres”, dijo frustrado un comandante de batallón de la 47ª Brigada de Ucrania. “Y como no utilizan el arma, son ineficaces”.
Este es un tema familiar para cualquiera que haya estudiado el trabajo del general de brigada estadounidense Samuel “Slam” Marshall, un veterano de la Primera Guerra Mundial y el principal historiador del Ejército de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Marshall llevó a cabo cientos de sesiones en pequeños grupos posteriores al combate con tropas estadounidenses en el Pacífico y Europa, y documentó sus hallazgos en su libro Men Against Fire: the Problem of Battle Command.
Uno de los hallazgos más sorprendentes y controvertidos de Slam Marshall fue que sólo un 15% de las tropas estadounidenses en combate dispararon sus armas contra el enemigo. En ningún caso esa cifra superó el 25%, incluso cuando el hecho de no disparar ponía en mayor peligro la vida de los soldados.
Marshall concluyó que la mayoría de los seres humanos tienen una aversión natural a matar a otros seres humanos, a menudo reforzada por nuestra educación y creencias religiosas, y que, por lo tanto, convertir a los civiles en soldados de combate requiere un entrenamiento y un adoctrinamiento expresamente diseñados para anular nuestro respeto natural por la vida de los demás seres humanos.
Hoy en día se entiende que esta dicotomía entre la naturaleza humana y el asesinato en la guerra es la raíz de gran parte del trastorno de estrés postraumático que sufren los veteranos de guerra.
Las conclusiones de Marshall se incorporaron al entrenamiento militar de los EE. UU., con la introducción de objetivos de tiro y un adoctrinamiento deliberado para deshumanizar al enemigo en la mente de los soldados.
Cuando realizó una investigación similar en la Guerra de Corea, Marshall descubrió que los cambios en el entrenamiento de infantería basados en su trabajo en la Segunda Guerra Mundial ya habían llevado a tasas de tiro más altas.
Esa tendencia se mantuvo en Vietnam y en guerras estadounidenses más recientes. Parte de la impactante brutalidad de la hostil ocupación militar estadounidense de Irak se debió directamente al adoctrinamiento deshumanizador de las fuerzas estadounidenses, que incluyó vincular falsamente a Irak con los crímenes terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos y etiquetar de “terroristas” a los iraquíes que resistieron la invasión y ocupación de su país por parte de Estados Unidos.
Una encuesta de Zogby realizada entre las fuerzas estadounidenses en Irak en febrero de 2006 concluyó que el 85% de las tropas estadounidenses creían que su misión era “tomar represalias por el papel de Saddam en los ataques del 11 de septiembre” y el 77% creía que la razón principal de la guerra era “impedir que Saddam protegiera a Al Qaeda en Irak”.
Todo esto era pura ficción, orquestada por los propagandistas de Washington y, sin embargo, tres años después de la ocupación, el Pentágono seguía engañando a las tropas estadounidenses para vincular falsamente a Irak con el 11 de septiembre.
El impacto de esta deshumanización también quedó confirmado por los testimonios en los tribunales militares en los raros casos en que se procesó a tropas estadounidenses por matar a civiles iraquíes.
En un tribunal militar celebrado en Camp Pendleton, California, en julio de 2007, un cabo que testificó por la defensa dijo al tribunal que no consideraba que el asesinato a sangre fría de un civil inocente fuera una ejecución sumaria. “Lo considero como matar al enemigo”, dijo al tribunal, y añadió: “Los marines consideran que todos los hombres iraquíes forman parte de la insurgencia”.
Las muertes de Estados Unidos en combate en Irak y Afganistán (6.257 muertos) fueron sólo una fracción de las que se registraron en Vietnam (47.434) o Corea (33.686), y una fracción aún menor de los casi 300.000 estadounidenses muertos en la Segunda Guerra Mundial.
En todos los casos, otros países sufrieron cifras de muertes mucho más elevadas. Sin embargo, las bajas estadounidenses en Irak y Afganistán provocaron oleadas de reacciones políticas en Estados Unidos, que llevaron a problemas de reclutamiento militar que persisten hoy. El gobierno estadounidense respondió abandonando las guerras que implicaban grandes despliegues de tropas terrestres estadounidenses para recurrir en mayor medida a guerras por delegación y bombardeos aéreos.
Tras el fin de la Guerra Fría, el complejo militar-industrial y la clase política de Estados Unidos creyeron que habían “superado el síndrome de Vietnam” y que, liberados del peligro de provocar una Tercera Guerra Mundial con la Unión Soviética, podían ahora usar la fuerza militar sin restricciones para consolidar y expandir el poder global de Estados Unidos. Esas ambiciones traspasaron las líneas partidarias, desde los “neoconservadores” republicanos hasta los halcones demócratas como Madeleine Albright, Hillary Clinton y Joe Biden.
En un discurso en el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR) en octubre de 2000, un mes antes de ganar un escaño en el Senado de Estados Unidos, Hillary Clinton se hizo eco del infame rechazo de su mentora Madeleine Albright a la “Doctrina Powell” de guerra limitada.
“Hay un estribillo”, declaró Clinton, “que dice que sólo debemos intervenir con la fuerza cuando nos enfrentamos a pequeñas guerras espléndidas que seguramente podemos ganar, preferiblemente con una fuerza abrumadora en un período de tiempo relativamente corto. A quienes creen que sólo debemos intervenir si es fácil hacerlo, creo que tenemos que decirles que Estados Unidos nunca ha eludido ni debe eludir la tarea difícil si es la correcta”.
Durante la sesión de preguntas y respuestas, un ejecutivo bancario entre el público cuestionó a Clinton sobre esa afirmación: “Me pregunto si usted cree que todos los países extranjeros –la mayoría de los países– realmente acogerían con agrado esta nueva asertividad, incluidos los mil millones de musulmanes que hay ahí fuera”, preguntó, “y si no existe o no un grave riesgo para los Estados Unidos en esto, lo que yo diría, no un nuevo internacionalismo, sino un nuevo imperialismo”.
Cuando la política de guerra promovida por los neoconservadores y los halcones demócratas fracasó en Irak y Afganistán, está experiencia debería haber motivado un replanteamiento serio de las suposiciones equivocadas sobre el impacto de los usos agresivos e ilegales de la fuerza militar estadounidense.
En cambio, la respuesta de la clase política estadounidense a las consecuencias de sus catastróficas guerras en Irak y Afganistán fue simplemente evitar grandes despliegues de fuerzas terrestres estadounidenses o “botas sobre el terreno”, y en su lugar adoptaron devastadoras campañas de bombardeo y artillería en Afganistán, Mosul en Irak y Raqqa en Siria, y guerras libradas por intermediarios, con pleno y “férreo” apoyo de Estados Unidos, en Libia, Siria, Irak, Yemen y ahora Ucrania y Palestina.
La ausencia de un gran número de bajas estadounidenses en estas guerras las mantuvo alejadas de las primeras planas de los diarios de Estados Unidos y evitó el tipo de reacción política generada por las guerras de Vietnam e Irak.
La falta de cobertura mediática y de debate público significó que la mayoría de los estadounidenses sabía muy poco sobre estas guerras más recientes, hasta que la impactante atrocidad del genocidio en Gaza finalmente comenzó a resquebrajar el muro de silencio e indiferencia.
Como era de esperar, los resultados de estas guerras por delegación de Estados Unidos no son menos catastróficos que las guerras en Irak y Afganistán.
Las repercusiones políticas internas de Estados Unidos se han mitigado, pero las repercusiones reales en los países y regiones implicados son tan letales, destructivas y desestabilizadoras como siempre, y socavan el “poder blando” de Estados Unidos y sus pretensiones de liderazgo global a los ojos de gran parte del mundo.
De hecho, estas políticas han ampliado el enorme abismo que existe entre la cosmovisión de los estadounidenses mal informados que se aferran a la idea de que su país es un país en paz y una fuerza para el bien en el mundo, y la gente de otros países, especialmente en el Sur Global, que está cada vez más indignada por la violencia, el caos y la pobreza causados por la proyección agresiva del poder militar y económico de Estados Unidos, ya sea mediante guerras directas, guerras por delegación, campañas de bombardeos, golpes de Estado o sanciones económicas.
Ahora, las guerras en Palestina y Ucrania, respaldadas por Estados Unidos, están provocando un creciente disenso público entre los socios de Estados Unidos en esas guerras. La recuperación por parte de Israel de seis rehenes muertos más en Rafah llevó a los sindicatos israelíes a convocar huelgas generalizadas, insistiendo en que el gobierno de Netanyahu debe priorizar las vidas de los rehenes israelíes por sobre su deseo de seguir matando palestinos y destruyendo Gaza.
En Ucrania, la ampliación del reclutamiento militar no ha logrado superar la realidad de que la mayoría de los jóvenes ucranianos no quieren matar y morir en una guerra interminable e imposible de ganar.
Los veteranos curtidos ven a los nuevos reclutas de forma muy similar a como Siegfried Sassoon describió a los reclutas británicos que estaba entrenando en noviembre de 1916 en Memorias de un oficial de infantería: “La materia prima para ser entrenada era cada vez peor. La mayoría de los que se incorporaban ahora se habían unido al ejército contra su voluntad y no había ninguna razón para que el servicio militar les resultara tolerable”.
Varios meses después, con la ayuda de Bertrand Russell, Sassoon escribió Finished With War: a Soldier’s Statement, una carta abierta en la que acusaba a los líderes políticos que tenían el poder de poner fin a la guerra de prolongarla deliberadamente.
La carta se publicó en los periódicos y se leyó en voz alta en el Parlamento. Concluía: “En nombre de quienes sufren ahora, hago esta protesta contra el engaño que se les está practicando; también creo que puede ayudar a destruir la insensible complacencia con la que la mayoría de los que están en casa consideran la continuación de agonías que no comparten y que no tienen suficiente imaginación para comprender”.
Mientras los líderes israelíes y ucranianos ven cómo se desmorona su apoyo político, Netanyahu y Zelensky están asumiendo riesgos cada vez más desesperados, al tiempo que insisten en que Estados Unidos debe acudir en su ayuda.
Al “liderar desde atrás”, nuestros líderes han cedido la iniciativa a estos líderes extranjeros, que seguirán presionando a Estados Unidos para que cumpla sus promesas de apoyo incondicional, que tarde o temprano incluirán el envío de jóvenes tropas estadounidenses a matar y morir junto a las suyas.
Las guerras por delegación no han logrado resolver el problema que pretendían resolver. En lugar de actuar como una alternativa a las guerras terrestres en las que participan las fuerzas estadounidenses, han generado crisis cada vez más graves que hacen que ahora las guerras de Estados Unidos con Irán y Rusia sean cada vez más probables.
Ni los cambios en el entrenamiento militar de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial ni la actual estrategia estadounidense de guerra por delegación han resuelto la vieja contradicción que Slam Marshall describió en Hombres contra el fuego, entre matar en la guerra y nuestro respeto natural por la vida humana.
Hemos dado un giro completo, volvemos a esta misma encrucijada histórica, donde debemos volver a hacer la fatídica e inequívoca elección entre el camino de la guerra y el camino de la paz.
Si elegimos la guerra, o permitimos que nuestros líderes y sus amigos extranjeros la elijan por nosotros, debemos estar preparados, como nos dicen los expertos militares, a enviar una vez más a decenas de miles de jóvenes estadounidenses a la muerte, arriesgándonos también a una escalada hacia una guerra nuclear que nos mataría a todos.
Si verdaderamente elegimos la paz, debemos resistir activamente los planes de nuestros líderes políticos de manipularnos una y otra vez para que entremos en guerra. Debemos negarnos a ofrecer nuestros cuerpos y los de nuestros hijos y nietos como carne de cañón, o permitirles que trasladen ese destino a nuestros vecinos, amigos y “aliados” en otros países.
Debemos insistir en que nuestros malos líderes vuelvan a comprometerse con la diplomacia, la negociación y otros medios pacíficos de resolver disputas con otros países, como de hecho lo exige la Carta de las Naciones Unidas, el verdadero “orden basado en reglas”.