Por Fredy Leon
La vida es un leve parentesis que media entre el nacer y el morir, entre el alba del amanecer y la oscuridad de la noche la vida se consume irremediablemente. Ningún mortal escapa a ese destino, aunque Elon Musk esté obsesionado con alcanzar la inmortalidad.
Para algunos llegar a la vejez es un acto de rebeldía y heroismo, para otros una pesada rutina de la vida, pero para todos es la estación final donde la vida termina. Jorge Borges, el afamado escritor argentino que se fue de este mundo sin llevarse su Premio Nobel, describió con terrible frialdad la agónica muerte de su abuela que dice llegó a disculparse por tardar tanto en morir «No soy más que una vieja muriéndose despacio. Eso no tiene nada de notable ni de interesante».
Morir de viejo no tiene nada de heroico ni interesante cuando uno vivío aferrado al pasado, matando toda ilusión y esperanza en el futuro y sembrando temor en el cambio.
¿Qué de heroico puede tener una vida dedicada a vigilar los sueños de los nadies, propagar miedo en el cambio y difundir lo absurdo de que «detrás de las altas puertas no hay nada, ni siquiera el vacío»?
Vargas Llosa llega al ocaso de su existencia con el merecido reconocimiento de ser uno de los más importantantes novelistas peruanos -personalmente medio peldaño abajo de José María Arguedas, Manuel Scorza y Miguel Gutiérrez-, una mente brillante que recreó mundos ficticios, pero con una imaginación que se desvaneció frente a la realidad del mundo y presentó la historia como un destino aciago ante el cual solo queda inclinar la cabeza.
Vargas Llosa no es un conservador ilustrado sino un reaccionario de pensamiento. Un conservador defiende una forma de vida, un reaccionario se dedica a sembrar miedo en la lucha y cerrar a cal y canto todas las puertas a todo intento de cambio, una voz que ahoga la esperanza y con su pluma se dedica a espantar los sueñosVARGAS LLOSA porque siente «que los movimientos que producen revoluciones en el mundo se originan en los sueños y visiones producidas en el alma de un labriego en la ladera».
Y es que Vargas Llosa además de reaccionario es un intelectual clasista que despreciaba todo lo indígena. Su visión del mundo indígena no pasó de ser una grotesca caricatura de lo superficial de ese mundo reducido a un «pueblo de bastardos, frutos de la violencia, la derrota y el engaño» e incapaces de ser una fuerza renovadora de esa vieja nación peruana fracturada por el colonialismo español.
