Ángel Guerra Cabrera
Quienes se dicen satisfechos con la supuesta constitucionalidad de la brutal destitución del presidente Pedro Castillo por la dictadura parlamentaria peruana, le hacen un flaco favor al movimiento democrático y progresista, ya sea consciente o inconscientemente. De la comprensión de esta realidad depende el grado de lucidez de un político progresista o revolucionario en la dura disputa por nuestra América entre las fuerzas populares y el imperialismo asociado a las serviles derechas locales.
Castillo no intentó ningún golpe. En cambio, sí lo llevaron a cabo la neoligarquía peruana, los medios hegemónicos nacionales e internacionales, el corrupto fujimorismo, las transnacionales mineras y la derecha internacional simbolizada en Mario Varga Llosa, ese gran escritor peruano devenido ciudadano español y marqués de los borbones.
La candidatura del líder magisterial fue repudiada por las racistas y clasistas elites peruanas no más dada a conocer y nunca tuvo la simpatía de las fuerzas armadas, que inclinaron la balanza contra el presidente a la hora decisiva. Desde el principio de su mandato no dieron un minuto de tregua al maestro y campesino cholo y serrano.
Cuando se conoció que había ganado la primera vuelta en las elecciones, toda la derecha y el capital se volvieron contra él. Muchos que, como Vargas Llosa, habían dicho pestes contra la dictadura fujimorista y su sucesora Keiko – corrupta y reaccionaria, como su padre- se convirtieron en activistas de su candidatura. A Castillo, en un acto insólito, lo hicieron esperar 42 días para la toma de posesión a fin de propiciar que la hija del dictador y los medios crearan el sentido común de que el maestro había llegado a la presidencia mediante un fraude electoral, buscado con lupa y nunca demostrado.
Cuando se va a la esencia, queda claro que Castillo fue víctima del golpismo, común hoy a todas las derechas cuando la democracia no satisface sus intereses. Cierto, el presidente, acosado, sometido ya a dos votos de vacancia(destitución) que no tuvieron mayoría y en circunstancias no acalaradas disolvió el Congreso y llamó a elegir una Asamblea Constituyente, exactamente la clamorosa exigencia popular del Perú profundo que hoy inunda las calles del país, pero al hacerlo vulneró la Constitución fujimorista y dio pie para el éxito del voto de vacancia y su ilegal secuestro por la policía.
Pero formalidades aparte, su caso está en total sintonía con los golpes parlamentarios, mediáticos o militares contra otros líderes progresistas y revolucionarios de la región. Si censuramos los viles e inconstitucionales golpes o exclusiones ilegales y antidemocráticas contra los presidentes Zelaya o Lugo, contra Dilma, Cristina, Evo o Correa. O el juicio y condena espuria contra Lula para impedirle ganar la carrera presidencial al impresentable Bolsonaro, con la misma vara debemos medir el golpismo contra Castillo.
A su escala y circunstancia, el maestro sufrió los embates del golpe continuado desde que se anunció su candidatura hasta hace unos días, el fatídico 7 de diciembre. Lo mismo que intentaron en Venezuela y, con peculiaridades únicas, contra Cuba aunque hayan fracasado en ambos casos. Cuba, con el bloqueo yanqui de 60 años como telón de fondo de una guerra no convencional que ha pasado por invasiones, olas terroristas, guerra mediática recientemente incrementada, junto a un endurecimiento sin precedente de la asfixia económica.
Volviendo a Perú, ¿cómo su pueblo sí ha entendido tan cabalmente el tiro de gracia que pretende asestarle a los más elementales derechos democráticos el parlamento mafioso y dictatorial? Si, saben que Pedro Castillo cometió el error de hacer concesiones a la derecha para sostenerse, de no apelar a la movilización social sino cuando fue muy tarde para defender el encargo que le entregaron los nadies del Perú.
No es casual que hayan sido los líderes de México, Cuba, Venezuela y Bolivia los que más temprano enfatizaron en el carácter racista y golpista de la destitución de Castillo. Desde días antes venía advirtiendo AMLO los peligros que corría el gobierno del maestro. Consecuente con su tradición, le ofreció asilo político en cuanto se supo de su destitución y apresamiento inconstitucional. Incluso en los términos de la constitución fujimorista, que es gran parte del problema del sistema político peruano.
Es todo un poema la contentura de Washington y del jefe de la OEA, Luis Almagro, con este desenlace profundamente autoritario y antipopular empujado por un Congreso rechazado por la gran mayoría de peruanos. O renuncia el Congreso y un gobierno provisional convoca a elecciones verdaderamente democráticas y a una Asamblea Constituyente que eche al bote la Constitución fujimorista y redacta una nueva, o correrá en Perú quién sabe cuánta más sangre inocente
@aguerraguerra