Gloria Helfer
Cuando la pedagogía encuentra a la ternura se vuelve poderosa. La relación pedagógica entre un maestro y sus alumnos es primero y fundamentalmente una relación entre seres humanos, y por tanto afectuosa. En épocas de sufrimiento y de incertidumbre como las que vivimos hoy en nuestro país y el mundo, más aún. Cuando un maestro al fin ubica al alumno que le faltaba y le da la bienvenida; cuando consuela a otro porque perdió un familiar; cuando habla con los padres para que no castiguen ni usen la violencia con sus hijos; cuando les enseña que nadie puede abusar de ellos o ellas; cuando, tomando mucho más tiempo de su horario de trabajo, se queda hablando con cada uno para animarlos a seguir peleando para estudiar a pesar de las dificultades, ese maestro ha encontrado la pedagogía de la ternura*.
Sabemos que los alumnos aprenden más y mejor cuando se sienten bien, son queridos y reconocidos. Es también su manera de aprender a ser nobles, solidarios, ciudadanos responsables. Sin embargo, el cariño, el afecto, la capacidad de conmoverse ante el sufrimiento de nuestros alumnos y el tiempo dedicado a ello son difíciles de medir, de informar, de estandarizar. Nuestros mejores sentimientos no son fáciles de ser puestos como evidencias. Por eso es que, teniendo claro lo importante, el sentido de nuestro quehacer, la misión encomendada, lo que queremos lograr como resultados de los aprendizajes, el Estado tiene que confiar en sus maestras y maestros.
El clamor de los maestros para que las autoridades confíen en ellos es inmenso y crece. Ellos han hecho todo lo necesario para ganar esa confianza, nos han dado una demostración de ejercicio de ciudadanía. Con seguridad trabajan más que antes, están enfrentando un desafío inmenso de aprender, a paso de polka, a moverse en la educación a distancia con Aprendo en Casa y, además, le encuentran lo bueno – “Lo remoto hace equidad, hay la oportunidad de acceder al conocimiento que antes nos era vetado.
Esto equipara.”; ubican a sus alumnos no matriculados o ausentes; trabajan con las familias conciliando horarios – “El padre me dice, sólo a las tres, cuando traigo las ovejas, en la loma hay conexión”. También han gastado de sus propios recursos en materiales, celular, electricidad y mucho más – “¿Y quién me va a pagar mi internet?” Han producido, inventado, creado miles de recursos para enseñar en las condiciones actuales, los vemos todos los días haciendo algo nuevo para mantener la atención y motivar a sus alumnos – “El maestro es inteligente en el hacer, a eso nadie nos gana” – nos dice una colega. Sin embargo, algo en la gestión educativa le sigue poniendo candado a la confianza. Es una manera de hacer gestión caduca, ineficiente, rutinaria, basada en el control, la supervisión, y la sanción. -“Si no llenas y entregas las fichas no te vamos a pagar”. Nada en las leyes y las normas generales establece cosas semejantes.
En la gestión estatal hay esta tendencia, pero hay la tendencia inversa también: autoridades cercanas que conocen la realidad, escuchan, comprenden, corrigen y ajustan a tiempo. Y también reconocen, felicitan, estimulan, propician el intercambio entre colegas creativos y generosos que comparten lo que saben y lo que descubren. Pero esa gestión necesita de una propuesta organizativa a nivel local, de una gobernanza que permita la articulación con otros sectores para actuar juntos de manera pertinente y oportuna hoy frente a la emergencia y siempre. La gestión de la docencia, esa forma de relacionarse entre la autoridad y los docentes, tiene que estar regida por esa nueva forma de concebir la gestión.
Tengámoslo claro, restablecer esa confianza entre peruanos es casi condición de sobrevivencia. Es tan duro y doloroso lo que tenemos y tendremos que enfrentar todos, especialmente los jóvenes y niños, que necesitamos crear vínculos fuertes para hacerlo juntos, fortaleciendo el sentimiento de comunidad donde exista. Nadie mejor que el contingente de maestros para movilizarse en una tarea semejante. Representan la más grande presencia del Estado en el territorio nacional ¿Cómo convocarlos, cómo tenerlos como aliados para vencer la enfermedad y la pobreza si no confiamos en ellos? Es por eso que planteamos que la pedagogía de la ternura exige de la gestión de la confianza.
Esto supone ir al fondo del problema, asumir que la reforma de la gestión educativa es una tarea absolutamente indispensable y que no puede ser postergada. Esa es una decisión política del más alto nivel. Las experiencias que alimentan el “imaginario posible” de una nueva gestión está en curso. Los que toman las decisiones tienen que escuchar, recoger y legitimar estas propuestas y todos tenemos que poner el hombro para demostrar cómo, ese, es el buen gobierno de la educación.
*Gracias Alejandro Cusiánovich por regalarnos el concepto de pedagogía de la ternura y por tu testimonio de haberla puesto en práctica.