¿Un virus para coronar el Bicentenario?
Por VICTOR CARRANZA
Desde las hordas primitivas hasta las sociedades actuales, el grado de su humanización está en relación con los modos en que son cubiertas las necesidades básicas de alimentación, salud, vivienda, seguridad, educación. Por ello, el conocimiento que garantiza la sobrevivencia y desarrollo de toda población adquirió carácter social. Y, por estos motivos, la civilización moderna ha asignado a las entidades de ciencia, tecnología e innovación (CTI) dos funciones esenciales: primero, prospectiva y vigilancia para la imprevisibilidad dada la enorme inestabilidad del mundo globalizado; y, segundo, compromisos estratégicos que garanticen la soberanía de sus países. Esta evidencia hizo decir a Martín Heidegger que la esencia de la tecnología no es tecnológica, sino social.
Pero, cuando el carácter social del conocimiento entra en contradicción con la forma privada de su apropiación (vía patentes, p.ej.), la agenda de la investigación científica y tecnológica sirve, básicamente, a los intereses de las corporaciones trasnacionales, más no a las necesidades de la población. La situación se agrava en países como el nuestro cuyas estructuras económicas y sociales están mediadas por el uso intensivo de conocimientos producidos y comercializados por empresas internacionales.
En el Perú, la inversión en investigación y desarrollo alcanza solo el 0.11% del PBI (mientras que la inversión promedio en Latinoamérica es del 0.67%). Este orden de magnitud nos coloca a la cola del mundo globalizado en producción científica y tecnológica, afectando dramáticamente el tejido social que sobrevive, en su mayoría, con necesidades básicas insatisfechas.
Es el caso de la salud. Su organismo rector para la investigación, el Instituto Nacional de Salud (INS), carece del financiamiento y de la gestión adecuada que le permitan gestionar objetivos y estrategias pertinentes en investigación y desarrollo. Por ello, en el Plan Nacional de CTI no se advierte un Programa sectorial de ciencia y tecnología en salud.
Al margen de una visión estructural, estas limitaciones del Sistema Nacional de CTI vienen siendo camufladas con proyectos de investigación individuales y con actividades reactivas frente a enfermedades que inhiben la vida saludable y producen muertes: según el INEI, las dos terceras partes del total de las 150 mil 32 defunciones ocurridas el año 2017 fueron causadas por tuberculosis, diabetes, cáncer, enfermedades infecciosas y parasitarias, y afecciones al aparato circulatorio. Todo esto sin contar a la anemia que se incuba en toda la población y que afecta al 40.1% de los niños de 6 a 36 meses (datos del Midis, 2019) ocasionándoles taras para toda su vida. Esta precariedad se evidencia frente a la pandemia del coronavirus: mientras desfilan miles de pacientes en estado crítico, ni siquiera tenemos la tecnología propia que nos permita ampliar el stock de 250 respiradores artificiales.
La gestión para promover un ambiente sanitario adecuado para toda la población es, entonces, un factor crítico anclado en la política económica del país cuya estructura está diseñada para favorecer a los sectores dominantes, en agravio de millones de ofendidos y humillados por el sistema. Los Chamas lo decían en tondero: «La gripe llegó a Chepén, están muriendo muchos pobres y no muere la decente ¿por qué será?». Por ello, en un contexto global, con el que estamos conectados subsidiariamente como país primario exportador, la solución no pasa solo por encerrar a la gente en sus hogares; se requiere armar una visión de futuro que permita cerrar las inmensas brechas de la sociedad peruana en su conjunto.
En esta perspectiva histórica: ¿Qué significación tienen la ciencia, la tecnología y la innovación para los peruanos, y de qué manera hacen referencia a nuestra soberanía y nuestro futuro? Y, teniendo en cuenta que la racionalidad económica impuesta por la globalización no nos está conduciendo al desarrollo ¿qué tipos de conocimiento alternativo debemos construir y gestionar para sostener eficientemente nuestros sistemas productivos, sociales y ambientales? Estas son preguntas que académicos, políticos y empresarios del país no las están respondiendo adecuadamente.
Construir las respuestas es el reto a asumir. Esto exige construir la mayoría política y social que recupere su soberanía y la exprese en una praxis que ponga en valor nuestra biodiversidad sobre la base de programas de investigación estratégicos para el desarrollo. Realizarlo nos permitirá comprender que gestionar el conocimiento es la mejor manera de hacer política por otros medios.