ERNESTO CARDENAL. VISTO POR HILDEBRANDO PEREZ

En el río espléndido de la poesía latinoamericana del siglo XX, hay voces que nos conmueven y deslumbran y alumbran en estos tiempos sombríos. Una de ellas es la de Ernesto Cardenal (Granada, Nicaragua, 1925- 2020). Un tanto porque su quehacer lírico renueva la escritura, las formas discursivas y la visión y misión de la poesía en nuestra América, pues, a caballo entre formas poéticas de carácter tradicional como los epigramas y los salmos y los cantares con resonancias homéricas y otro tanto por la  audacia y resolución con las que entreteje de manera magistral en poemas de tono mayor sus inquietudes sociales, religiosas, incluso místicas y científicas, con los mitos y la ardiente épica de nuestra historia continental, que, sin duda, lo entropan con la obra de aquellos escritores que apuestan por la construcción de un discurso decolonial, para lograr, digamos, que “Solintiname” no sea tan sólo una utopía personal sino una ardiente realidad social de la expresión americana.

En su inolvidable Poesía ignorada y olvidada, Jorge Zalamea señala que en poesía no existen pueblos subdesarrollados. Una prueba irrefutable, en nuestra lectura,  sería Nicaragua, que nos ha regalado dos grandes poetas: Rubén Darío y Ernesto Cardenal. Por un lado está el poeta sonoro, sensual, musical, que derrocha un delirio verbal que nos envuelve mágicamente. Por otro lado, está Cardenal y su exteriorismo: imagen tras imagen, sin recurrir a la metáfora ni a otro vano artificio retórico, que nos sacude con la textura de la oralidad, a veces pleno de ironía y de humor y otras con un fraseo severo y urticante. Ya lo han dicho de manera inmejorable: Cardenal no escribe, describe de manera puntual, sin soslayar nada de lo que es la condición humana, es decir, las bondades y miserias de nuestra contemporaneidad.

Desde Hora cero (1957) hasta Canto cósmico (2012), pasando por El origen de las especies (2012) y los ya clásicos SalmosEpigramasOración por Marilyn Monroe, y Homenaje a los indios americanos, la poesía de Ernesto Cardenal y su ejemplar entrega, desde la militancia religiosa y sandinista, en la construcción de un  mundo mejor, siempre será un estímulo fraterno. Más de una vez tuvimos el privilegio de disfrutar de su sabiduría y amistad en la intrincada geografía de nuestro continente, bajo cielos revueltos o beneficiados por brisas amables.

El Perú no guardaba secretos para él. Caminó por sus calles tristes, por sus andenes milenarios y navegó sobre la gamuza sublevante del Amazonas y gozó con la membresía de ser un  “poeta amazónico honorífico”, como lo consignó en su poema “Manaus resucitado”. Consternados por su partida pero reafirmando nuestro  compromiso partidario, con Vallejo podríamos decir que Ernesto Cardenal fue un hombre que ha sido y que sufrido. Nada ni nadie empañará su callada victoria, el esplendor de su palabra entrañable.