EL FASCISMO. DE HORST WESSEL A CHARLIE KIRST

Por Gustavo Espinoza M.

Domingo 28 septiembre 2025l}

El pasado 10 de septiembre fue abatido en los Estados Unidos Charlie Kirst, un militante del Partido Republicano y miembro del ala más conservadora liderada por Donald Trump,  y considerado por algunos como “el niño símbolo del fascismo cristiano”. 

El hecho, que conmocionó al escenario político norteamericano, ocurrió en el campus de la Universidad del Valle en Utah en circunstancias que el atacado dirigía un discurso a un conglomerado estudiantil justificando la política de los Estados Unidos en el Medio Oriente y las acciones del régimen de Netanyahu al frente de Israel.

Por eso, en un inicio los medios de comunicación atribuyeron el hecho a un supuesto palestino que habría actuado en respuesta a ese discurso en favor de genocidio de Gaza. Y en esto, se registró un equívoco monumental, porque el autor del crimen fue identificado como Tyler Robinson, también conservador, cristiano, blanco y Republicano, es decir un joven de 22 años, idéntico en ideas y praxis al caído.  No hubo, entonces, el “móvil” político indispensable para canonizar al difunto. De todos modos, el Mandatario yanqui siguió con el empeño.

Por eso, la muerte de Charlie Kirst  fue usada falsamente la Casa Blanca para exaltar la figura de un “mártir” que ofrendara su vida defendiendo al sistema imperante en los Estados Unidos, presuntamente acosado por los “enemigos de la democracia”.

 En el extremo del paroxismo, el presidente USA  elevó a su abatido seguidor al más encumbrado altar de la democracia y dispuso le sea otorgada póstumamente la Medalla Presidencial de la Libertad, galardón creado para honrar a los grandes héroes, y conferida a los civiles defensores de la Patria.

Esto permitirá que se busque tejer un manto de olvido respecto al verdadero “legado”  de Kirst que en  su momento recusó la Ley de Derechos Civiles macerada con la sangre de Martin Luther King, y rechazó  adicionalmente las disposiciones referidas a la segregación racial porque siempre sostuvo la tesis de la superioridad de la raza blanca.

Años antes, y en otro escenario, el 23 de febrero de 1930 cayó abatido en Berlín Horst Wessel, un hombre de 23 años, líder de choque de las Camisas Pardas, el ala Paramilitar del Partido Nacional Socialista.  Su muerte fue usada por las huestes Nazis a partir de entonces y su nombre quedó impregnado como símbolo del valor y la entrega, y fue legado por el propio Fuhrer a las Juventudes Hitlerianas como la más alta expresión del patriotismo alemán.  Wessel fue venerado como mártir hasta el fin del régimen Nazi.

Con su nombre en los labios cayeron millares de imberbes soldados alemanes en la terrible batalla de Berlín, librada en los últimos días de abril de 1945.

En verdad, tampoco Wessel cayó propiamente como un mártir. Aunque nunca fue posible conocer con exactitud los detalles que ocurrieron en ese invierno berlines, si se supo que el hecho se redujo a una rencilla vecinal por la posesión de una precaria vivienda. Con los ánimos caldeados en una Alemania convulsa, alguien disparó contra Wessel y le quitó la vida.

El hecho fortuito que el autor de la acción fuese una persona familiarmente ligada a otra a su vez militante del Partido Comunista Alemán, permitió que se le otorgara a la acción una connotación política que nunca tuvo, pero que facilitó el martirologio de un Partido que se valió del terror para abrirse  tumultuoso paso,  camino al Poder.

Póstumamente, Wessel logró que una canción que él había creado pasara a convertirse en una suerte de himno de las Juventudes Hitlerianas y fuera entonado en todos los eventos solemnes celebrados en suelo germano hasta el fin de la II Gran Guerra. “La Canción de Horst Wessel”  fue un emblemático signo de batalla en aquellos años aciagos de horror y de muerte.   

Ahora cabe preguntarse ¿qué podrían tener en común estos dos personajes nacidos en épocas distintas y en diferentes países, actores de escenarios formalmente disímiles?. En primer lugar, su concepción referida a la supremacía de la raza blanca. También la noción aquella de pertenecen a “un pueblo elegido” , llamado a “salvar al mundo”.

En definitiva, un galopante complejo de superioridad que implica un clamoroso desprecio a las “razas inferiores” considerando como tales a negros, mulatos, chinos, mestizos y pobladores originarios del “tercer mundo”.

También, ciertamente, una opción ideológica profundamente antisocialista y anticomunista, un culto a la sociedad elitista y al dinero, una aceptación de corte oligárquico, empresarial y aun aristocrático. Y un orgullo desmedido   por haber nacido en los Estados Unidos y representar allí los intereses de la clase dominante.  Igualmente, un odio visceral a todo lo que se aproxime a los conceptos de igualdad, libertad o justicia. 

Y a ambos los movió también el culto a una personalidad “descollante”. Para Charlie Kirst, esa era Donald Trump, el hombre escogido para conducir los destinos de La Unión y asegurar la felicidad del mundo.

Para Horst Wessel, era Adolfo Hitler, ejefe supremo del Estado Nazi que llevara al mundo al borde del holocausto en nombre dela “Gran Alemania” y de la superioridad de la raza Aria.

Ocurre que Hitler fue el antecesor de Trump y éste la reencarnación del Fuhrer, e líder Nazi de nuestro tiempo. Por eso orquesta el accionar de sus propios alfiles: Netanyaju, Zelensky, Bolsonaro,. Milei y otros.  Y por eso en nuestro suelo otro Nazi -Rafael López Aliaga- le “rinde homenaje” a Kirst en el Parque de las Aguas, un espacio público infantil que merece mejor suerte.

De alguna manera esas adhesiones se explican por sí mismas y complementan la identificación de Donald Trump con el Estado Sionista de Israel y su rechazo enfermizo al pueblo Palestino. En el escenario de nuestro tiempo, Wessel y Kirst ocuparían la misma trinchera.

Al cumplirse, en mayo de este año los 80 de la caída del Nazismo y del fin de la II Gran Guerra, se suponía que los conceptos enarbolados por Hitler habían caído en el descrédito más absoluto.

Por cierto, que no es así. Como lo dijera Bertold Brech, el vientre del fascismo, aún es vientre fecundo. Y es que simboliza la muerte, que aún no ha sido vencida. (Fin)