ESTADOS UNIDOS. DEMOCRACIA EN PELIGRO

Por Luis Manuel Arce Isaac

   El senador Bernie Sanders acaba de formular un dramático llamamiento a detener la acelerada marcha del gobierno de Donald Trump hacia la imposición de un régimen autoritario que viola la Constitución, la división de poderes y hace añicos a una democracia que tuvo la debilidad de no ser participativa y quedó estancada en su condición de representativa.

   La idea, expresó en un reciente post, es movilizar a la mayoría del pueblo aplastado por un gobierno de 13 multimillonarios encabezados por Elon Musk, denunciar la conculcación del Congreso y del Poder Judicial ante fallos condenatorios del presidente en sus 34 cargos judiciales, uno de ellos concluso para sentencia por hallarlo culpable, pero sin ejecutarla, lo cual estimula al mandatario a actuar con una impunidad inaceptable y soberbia.

   “Hegel decía que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”, expresa Karl Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, a quien Trump se quiere semejar tanto. 

     El mandatario encarna las dos al mismo tiempo y en ambos gobiernos, con la diferencia de que en el primero primó la farsa y en este segundo la tragedia. 

   Regresó a la Casa Blanca sobre los hombros de multimillonarios con la soberbia del autócrata y una sed insaciable de poder y venganza que lo ha llevado a cometer tantas arbitrariedades legales, jurídicas e institucionales, que fuerzas políticas opositoras están demandando un juicio político para obligarlo a renunciar a la primera magistratura de un país que si pierde estabilidad política y económica interna desequilibra también al resto del mundo. 

   El impeachment se hace cada vez más necesario, y según Sanders, la buena noticia es que el movimiento en favor de ese proceso político se desarrolla en los 50 estados de la Unión y las fuerzas democráticas avanzan hacia el objetivo de preservarse de la ola de autoritarismo promovida y respaldada por dueños de grandes medios de comunicación y redes sociales, como se ve en la peligrosa guerra arancelaria desatada con el único objetivo de engrosar la riqueza del gran capital estadounidense que busca lo imposible: doblegar al mundo. 

    Trump llegó como elefante en una cristalería, rompiendo esquemas, haciendo trizas el orden constitucional e invadiendo todos los poderes del Estado en tal magnitud que ha resentido en un cortísimo tiempo los pilares de la democracia estadounidense de por sí débil en sus principios y normas. 

    Mientras avanza la demanda de un impeachment, crece también el apetito del gran capital de conseguir un tercer mandato de Trump, para lo cual habría que revolcar y tirar al piso toda la institucionalidad estadounidense y nuevas enmiendas que transformarían de forma radical la Constitución.

   La guerra arancelaria, declarada unipersonalmente, sin buscar ni querer consenso en un bipartidismo que hace aguas o en la institucionalidad que está hundiendo, es una prueba de fuerza que el mundo no está aceptando y puede convertirse en la quiebra del naciente régimen unipersonal como un nuevo tipo de expansionismo basado en la fuerza del dinero y la apetencia de poder, que perjudicará grandemente el orden económico mundial y la estabilidad social y política al interior de Estados Unidos.  

    Trump se ha metido en un laberinto del que puede salir magullado y no ganancioso como cree, pues la correlación de fuerza en el concierto mundial no está tan a favor de EEUU como él cree. 

   En 200 años de batalla entre proteccionismo y librecambismo –o como se dice ahora, libre comercio-, los resultados nunca han sido favorables para nadie y sus llamas pueden alcanzar en cualquier momento el polvorín en que ambiciosos y prepotentes como Trump, han convertido las relaciones internacionales.

   No es que se niegue al proteccionismo ni al librecambismo, sino que es necesario mantenerlos acorralados en su dimensión propia, como señalaba nuestro José Martí al valorar y defender al último por sus mejores efectos comparativos para el trabajador si está despojado de toda intención de crear más plusvalía a costa de la explotación de la mano de obra. 

   Pero Martí no desdeñó del todo al proteccionismo aunque se opuso a él en sus términos absolutos, sino que lo valoró también como un arma positiva en el caso de lo que denominó países “no formados” -lo que hoy denominamos subdesarrollados-, para proteger sus riquezas y no dejarse arrebatar el valor agregado en un proceso de intercambio desigual entre productores y comerciantes.

   Ambos, por decirlo de alguna manera, han sido factores de desequilibrios en la economía y las finanzas tanto a nivel global como nacional, y siempre que se ha roto el equilibrio el precio pagado por los de abajo ha sido alto.

   En estos momentos no se percibe unanimidad entre las fuerzas económicas y sociales estadounidenses en el apoyo que busca Trump,