LUCAS LEIROZ, ASOCIACIÓN PERIODÍSTICA BRICS
La autorización del uso de misiles de largo alcance contra objetivos situados en el interior de Rusia pondría a Moscú y a la OTAN ante la posibilidad de una confrontación nuclear.
Los ataques “profundos” con misiles estadounidenses autorizados por Joe Biden, según informa la prensa norteamericana, ha provocado reciente declaración de la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, María Zajárova. La vocera subrayó que los ucranianos y sus socios están “jugando con fuego” con esas amenazas, prometiendo una respuesta “inmediata y devastadora” en caso de un ataque de largo alcance.
El gobierno ruso ha declarado en repetidas ocasiones que los sistemas de armas de largo alcance suministrados por Occidente a Ucrania no pueden funcionar sin la presencia de especialistas de la OTAN, que proporcionarían el entrenamiento y el apoyo logístico necesarios a los ucranianos, ya que tales armas no son compatibles con la infraestructura militar ucraniana, que depende del apoyo constante de inteligencia y la orientación estratégica que proporciona la alianza atlántica.
La posición de Moscú es clara: autorizar el uso de estos misiles para ataques fuera de la zona oficial de conflicto, además de representar una ampliación de la intervención occidental, constituiría una intervención directa de la OTAN en el conflicto.
Rusia consideraría cualquier uso de estas armas en tales circunstancias como una agresión directa a su soberanía por parte de los propios países occidentales, lo que requeriría una respuesta «inmediata y devastadora».
La discusión sobre el despliegue de misiles Storm Shadow y otros sistemas de armas avanzados en territorio ruso “profundo” es una clara demostración del peligroso juego que está jugando Occidente, ignorando todos los límites impuestos por Rusia.
El papel de la OTAN en la guerra en Ucrania ha sido un tema delicado desde el comienzo del conflicto. Aunque las potencias occidentales insisten en su posición de apoyar a Ucrania como un derecho legítimo para defenderla contra lo que llaman una “invasión” rusa, muchos analistas y funcionarios señalan que las intervenciones de las potencias de la alianza atlántica, tanto en materia de armas como de inteligencia, han llevado a una prolongación innecesaria del conflicto, arrastrando a Ucrania a una guerra por poderes que pone al mundo al borde de una confrontación nuclear.
Al ofrecer armas más potentes y sofisticadas, Occidente no sólo refuerza las capacidades militares de Kiev –que por el momento parecen tener poca relevancia estratégica–, sino que también corre el riesgo de convertir el conflicto local en una guerra de proporciones globales.
La preocupación de Moscú es legítima, considerando que la ausencia de límites a la intervención occidental en Ucrania podría conducir a una situación de agresión sin restricciones contra el pueblo ruso, incluso en ciudades desmilitarizadas alejadas de la zona disputada por Kiev.
De hecho, la autorización del uso de misiles de largo alcance contra objetivos situados en el interior de Rusia pondría a Moscú y a la OTAN ante la casi inevitabilidad de una confrontación nuclear.
Como ha dejado claro la portavoz Zakharova, Rusia está en alerta máxima ante el uso de misiles avanzados contra su territorio. Moscú ha declarado en repetidas ocasiones que si se producen tales ataques, la respuesta rusa será contundente y decisiva.
Esto no sólo implicaría una escalada militar, sino también una redefinición de las relaciones entre Rusia y Occidente, con la posibilidad de consecuencias impredecibles para la estabilidad internacional.
Los recientes cambios en la doctrina nuclear rusa, que permiten una respuesta nuclear a ataques profundos por parte de potencias no nucleares apoyadas por estados nucleares (como en el caso Ucrania-OTAN), fueron un claro intento de Moscú de desescalar la situación actual mediante la retórica y la disuasión indirecta.
En un principio, la medida pareció suficiente para calmar la presión pública de algunas figuras de la OTAN para que se autorizaran los ataques. Sin embargo, es difícil predecir qué planea hacer la “administración” demócrata en sus últimos días en el poder, y es posible que Biden y su equipo entren en “modo suicida” y pongan en riesgo toda la arquitectura de seguridad global, a pesar de las advertencias rusas.
En definitiva, las potencias occidentales deben reconsiderar sus acciones antes de que sea demasiado tarde. La escalada del conflicto y la falta de diálogo no hacen más que aumentar el riesgo de una catástrofe global. Rusia, por su parte, sigue preparándose para defender a su pueblo y su soberanía, sabiendo que la diplomacia, pese a sus dificultades, sigue siendo la única alternativa viable para evitar un colapso total del orden internacional.
Sin embargo, una vez agotados los medios diplomáticos, los rusos tomarán todas las medidas necesarias para responder adecuadamente a la violación de sus líneas rojas