Por JOSÉ ANTONIO EGIDO
El líder de México Andrés López Obrador como presidente pro tempore del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ha hecho un diagnóstico del principal problema del Planeta y ha propuesto un Plan para buscarle solución. Ha acertado en varios elementos sustanciales.
Afirma que los fondos buitres se dedican a la usura; que la justicia no es tal cuando condena a inocentes pobres y ofrece impunidad a los grandes capitales que cometen crímenes económicos; que la verdadera seguridad y paz provienen de la justicia social; “nunca antes en el planeta se había acumulado tanta riquezas en pocas manos”; que se ha privatizado lo que no debe tener dueño; que “nos deslizamos de la civilización a la barbarie”; que se produce una pérdida de valores morales y espirituales; mientras las farmacéuticas privadas han vendido el 94 % de las vacunas el mecanismo Kovacs creado por la ONU para los países pobres sólo ha distribuido el 6 %…
Ahora bien, según AMLO, esta crisis general de la Humanidad no tiene su origen y causa en el triunfo político en 1991 del capitalismo de los monopolios, es decir del imperialismo (no ha pronunciado ninguno de estos dos conceptos clave), ni de la hegemonía del grupo de potencias imperialistas agrupadas en el G-7, ni de la grave amenaza a la Paz que representa la alianza militar al servicio de los monopolios que es la OTAN ni del chantaje que estos medios imperialistas someten al Consejo de seguridad y otras agencias de las Naciones Unidas. Según el Presidente el causante es un concepto vago pintado de moralismo que llama “corrupción”. Dentro del cual incluye la evasión fiscal, el modelo neoliberal. Dice: “el principal problema del Planeta es la corrupción en todas sus dimensiones”.
AMLO guiado por una ideología, que podemos llamar “neo socialismo utópico”, no puede ver que la corrupción no es la causa sino la consecuencia del modo de producción capitalista en su fase imperialista, la más reaccionaria de todas, como advirtió Lenin en 1916. Es por eso que países socialistas como la URSS, China o Cuba han sufrido fenómenos de corrupción, pero los pudieron controlar y establecieron sociedades de justicia social al servicio de la clase trabajadora.
En cambio, países brutalmente imperialistas como la Alemania nazi liquidaron varias formas de corrupción de sus sociedades, pero no por eso establecieron regímenes de justicia, paz y democracia. AMLO impulsa el renacimiento de México sobre sus cenizas, pero expresa las limitaciones de la pequeña burguesía socialdemócrata formada en la UNAM que él mismo ha criticado y que produce un “marxismo inofensivo” como decía el filósofo Pedro Duno o un humanismo pequeño burgués superado intelectualmente por Marx, Engels, Lenin, Lucaks, Gramsci y el Che y también por Chávez que en la Asamblea General de la ONU arremetió justa y valientemente contra el imperialismo, verdadero mal a derrotar.
AMLO propone un Plan mundial por la fraternidad que se basa en crear un fondo anual de un billón de dólares que entregar a 750 millones de quienes viven con menos de 2 dólares diarios. Ese fondo provendría de una donación voluntaria del 4 % de sus fortunas de los 1000 magnates más ricos del planeta, de las 1000 principales corporaciones privadas y del 0,2% del presupuesto de las potencias del G-7.
Sólo el utopismo socialista, el humanismo ingenuo y el desconocimiento de las leyes que rigen el sistema imperialista permiten hacer pensar que “generosamente” estas fuerzas malignas, que crean conscientemente la pobreza, miseria, desigualdad, guerra y reacción a escala mundial, van a aceptar la propuesta mexicana.
El pueblo mexicano y latinoamericano para avanzar en su emancipación necesita complementar al pensamiento de AMLO con teorías más coherentes, racionales y radicales.