SE ENCIENDEN LAS HOGUERAS


Por Manuel Guerra

El COVID 19 está remeciendo nuevamente las placas tectónicas del capitalismo mundial, que ya el 2008 sufrió un terremoto devastador, provocando fisuras que persisten hasta la actualidad. Entonces esa crisis que fue catalogada como “la peor de la historia” provocó la ruina de millones de personas que perdieron sus empleos, sus viviendas, un bienestar artificial logrado a punta de tarjetas de créditos e intereses onerosos, mientras que las grandes empresas que habían estado jugando al casino global, especulando e inflando la burbuja financiera, una vez que la cosa reventó acudieron en tropel a beneficiarse con los millonarios salvatajes a cargo de los recursos públicos.

El imperialismo norteamericano capitaneando al G7 y a los organismos multilaterales hizo lo que son sus usos y costumbres. Obligó a los países de economías débiles a ajustes macroeconómicos dejando de lado las políticas sociales, redobló su ofensiva intervencionista apoyándose en su poderío militar, se dedicó al pillaje al saqueo de los recursos naturales, a armar oposiciones “democráticas” para traerse abajo a los regímenes que no comulgaban con sus intereses, a tratar de contener el proceso inexorable de multipolaridad que traía consigo la acción de las “economías emergentes” y el imparable ascenso de China que modifican el eje de la economía mundial y provocan reacomodos geopolíticos, disputas y tensiones de diversa índole.

La irracionalidad capitalista llevada a su máxima expresión por el modelo neoliberal ha destruido como nunca antes a la naturaleza y al ser humano; ha provocado guerras, muertes, enfermedades, desempleo crónico, hambre, millones de desplazados; ha arrasado con bosques, fuentes de agua dulce, tierras de cultivo; ha depredado los mares y los recursos naturales; ha destruido la capa de ozono y provocado el calentamiento global. Todo para saciar su voracidad, provocar la concentración de la riqueza en pocas manos dar rienda suelta al insultante despilfarro.

Los neoliberales impusieron su credo, sus valores y sentido común; prepararon sus gurús, sus acólitos y sacerdotes de mentalidad colonial; contaron con los grandes medios de comunicación, fundaciones, universidades, reformadores del sistema educativo; con partidos políticos y maquinarias electorales, con gente que practicara el asistencialismo, con iglesias que llamaran a la resignación y promovieran el conservadurismo, fabricaron sus propios opositores, convivieron con teóricos posmodernistas, con reyes del espectáculo y bufones de todo tipo.

Y toda esa gente, después del susto volvía al frenesí en medio de su decadencia, sin imaginar que un virus aceleraría los procesos que se venían configurando hace varias décadas, provocando cambios de gran magnitud y a una velocidad extraordinaria, impensables hace poco tiempo atrás. Tampoco imaginaban que en medio de la crisis el viejo topo de la lucha de clases saldría a la superficie para encender sus hogueras. Estados Unidos ahora no solo es el foco mundial de la pandemia; es también el epicentro de un estallido social de enormes proporciones que se viene extendiendo a otros lugares del planeta. El asesinato de un afrodescendiente por un policía racista ha sido el detonador de un descontento acumulado al interior de un país, cuyos gobernantes promueven y toleran el racismo, la discriminación, la persecución política, el fascismo, pero que no tienen empacho en presentarse como los defensores de la libertad, la democracia y los derechos humanos para justificar sus tropelías intervencionistas fuera de su territorio.

Un fantasma recorre el mundo, los fachos hacen sonar sus tambores de guerra, las hogueras resplandecen. Son tiempos tumultuosos, no de calma; de lucha, no de pasividad.