En un discurso firme, Lula exige coraje político, denuncia el desajuste entre la diplomacia y la realidad de los pueblos y lanza la Cumbre como símbolo de justicia ambiental enraizada en la Amazonía
Paulo Cannabrava Filho
La ciudad de Belém, en el corazón de la Amazonía brasileña, se convirtió en escenario de un momento histórico: la apertura de la Cumbre del Clima (COP30), que por primera vez tiene lugar en la selva tropical que más regula el clima del planeta. Ante jefes de Estado y representantes de todo el mundo, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva hizo un llamado a la acción, a la verdad y a la justicia.
«Esta será la COP de la verdad», declaró Lula, dejando claro que ya no hay tiempo para discursos vacíos ni buenas intenciones sin acción concreta. En uno de los pasajes más contundentes de su intervención, el presidente brasileño afirmó: “Es el momento de tomar en serio las alertas de la ciencia. Es hora de enfrentar la realidad y decidir si tendremos o no el coraje y la determinación necesarios para transformarla”.
Lula recordó que 2024 fue el primer año en que la temperatura media global superó los 1,5 °C respecto a los niveles preindustriales — una marca simbólica que pone en jaque el objetivo del Acuerdo de París. «La crisis climática ya está presente, y son los más pobres quienes sienten primero y con más fuerza sus impactos», advirtió.
El presidente identificó dos grandes desajustes que deben abordarse con urgencia. El primero es entre el lenguaje técnico de las negociaciones diplomáticas y la vivencia concreta de los pueblos. «Las personas pueden no entender qué son las emisiones o las toneladas métricas de carbono, pero sienten la contaminación, ven arder los bosques, secarse los ríos, desaparecer los alimentos de los estantes o volverse impagables», afirmó.
El segundo desajuste es entre la urgencia climática y el escenario geopolítico internacional. Lula fue directo al decir que los conflictos armados y las rivalidades entre potencias desvían recursos y atención de la lucha contra el colapso climático. “Si los países ricos siguen gastando billones en armas y guerras, no quedará nada para salvar el planeta”, criticó.
El discurso fue también un homenaje a la Amazonía. Lula agradeció que la COP se realizara en Belém e insistió en que la elección fue intencional: «Queríamos que las personas vieran la Amazonía, su pueblo, su cultura, su biodiversidad — y enfrentaran el desafío con los pies en el suelo caliente de la selva, no en salones climatizados de Europa.»
Entre los anuncios concretos, se destacó la consolidación del Fondo para los Bosques Tropicales, que ya reúne a 53 países y ha recaudado hasta ahora 5.600 millones de dólares — más de la mitad de la meta de 10 mil millones. El fondo, apoyado por países como Brasil, Indonesia, Noruega, Francia, Países Bajos y Portugal, estará destinado a preservar las mayores selvas tropicales del mundo y apoyar a los pueblos que las habitan.
Por último, Lula insistió en que no hay solución climática sin justicia social. Denunció la desigualdad entre países y dentro de ellos, y defendió que la transición ecológica sea un camino para erradicar el hambre, el racismo, el patriarcado y el autoritarismo.
“La COP30 será el punto culminante de lo que estamos construyendo en el G20 y en los BRICS. No queremos una feria ideológica. Queremos un pacto de supervivencia”, concluyó.
Belém, con su humedad, calor y vitalidad, fue convocada a ser no solo escenario, sino símbolo del cambio. La selva quiere respirar. El planeta también.
*Paulo Cannabrava Filho, periodista editor de la revista virtual Diálogos do Sul Global





