Paulo Cannabrava Filho*
El anuncio de Donald Trump, convocando a 800 generales y almirantes y declarando una especie de estado de guerra contra los cárteles, no es solo retórica electoral: es una estrategia belicista que refuerza el complejo industrial-militar de los Estados Unidos y alimenta la narrativa de que la seguridad nacional debe defenderse con cañones y flotas navales.
Bajo ese pretexto, unidades navales en el Caribe dispararon contra embarcaciones venezolanas —simplemente por ser venezolanas—, hundiendo barcos y resultando en el asesinato de 17 personas. La guerra contra las drogas, transformada en guerra contra países enteros, abre camino para justificar intervenciones militares y agresiones contra vecinos incómodos como Venezuela e incluso Brasil.
En realidad, el problema de la droga no está en Venezuela, que es un Estado que efectivamente combate el narcotráfico. El verdadero objetivo de Trump es la Revolución Bolivariana, que se apropió de los ingentes recursos del país y busca mantenerlos bajo soberanía nacional. Derribar ese proceso es el objetivo oculto de la retórica belicista.
Trump explota el miedo de la sociedad estadounidense ante la epidemia de drogas, especialmente de las metanfetaminas que devastan comunidades. Señala hacia afuera: el enemigo estaría en México, en Venezuela, en Colombia, en Brasil. Pero omite que la mayor parte del consumo está dentro de sus propias fronteras, sostenido por una demanda que mueve miles de millones y por un sistema financiero que lava ese dinero a escala global.
Los cárteles mexicanos, como el de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación, son piezas centrales de esa maquinaria. Controlan producción y distribución, operan como verdaderas multinacionales del crimen y tienen ramificaciones internacionales. El Cártel del Noreste, sucesor de los Zetas, añade aún más brutalidad al escenario. Y Brasil, con el PCC, se ha convertido en un eslabón fundamental en la logística y las finanzas de ese circuito criminal. El PCC, lejos de ser solo una facción carcelaria, actúa como socio de los cárteles, moviendo drogas y capitales con sofisticación empresarial.
La retórica belicista de Trump intenta vender la idea de que buques de guerra y bombardeos resolverían un problema que es, en esencia, social, económico y político. Al mismo tiempo, esa postura permite ampliar presupuestos militares, fortalecer su base política y desplazar responsabilidades. Es una cortina de humo que encubre el fracaso interno en el enfrentamiento a las drogas, echando la culpa a los vecinos.
El desafío para Brasil y toda la región es no caer en esa trampa. La militarización del combate al crimen, bajo comando estadounidense, no resuelve: solo aumenta la violencia, crea pretextos para intervenciones externas y debilita las democracias latinoamericanas. El enfrentamiento al narcotráfico exige inteligencia, cooperación y soberanía, no flotas militares patrullando mares y ríos. Trump, con su retórica de guerra, alimenta el miedo y el odio, pero no ofrece soluciones reales.
*Paulo Cannabrava, periodista editor de la revista virtual Diálogos do Sul Global