DONALD TRUMP NAUFRAGA EN EL CARIBE

Por Gustavo Espinoza M.

Domingo 5 de octubre 2025

Hace dos semanas, con bombos y platillos, el presidente de los Estados Unidos anunció al mundo el inicio de una operación militar en las aguas del Caribe “para combatir el narcotráfico”. Con ese pretexto desplegó frente a las costas de Venezuela enormes navíos de combate premunidos con misiles, aviones de guerra y miles de Infantes de Marina prestos a desembarcar en la Patria de Bolívar a la pronta orden de la Casa Blanca.

Podría suponerse que el “plan” del gobierno norteamericano era más bien simple: atacar con misiles lanzados desde los barcos algunos puntos claves de la defensa militar venezolana y lanzar escuadrones de combate sobre el Palacio de Miraflores para tomarlo por asalto, apoderarse del presidente de ese país y trasladarlo hasta Washington, más o menos como lo hizo con José Antonio Noriega en 1989.

Tal idea se proyectó seguramente sobre la base del enorme desequilibrio bélico entre los dos países y el pánico que una acción así podría desencadenar sobre la sociedad venezolana al extremo de paralizarla. Pareciera que hoy, las cosas han tomado otro rumbo.

Es probable que Donald Trump y sus estrategas del Pentágono no hayan tomado en cuenta tres elementos: el gobierno de Caracas no se intimidó ni se mostró presto a la rendición, sino a la lucha; la población venezolana, no se asustó, sino que se arredra con el ánimo de poner el pecho y enfrentar la agresión a cualquier precio; el escenario exterior no se quedó impávido. Por el contrario, rechazó con presteza el juego agresivo de Washington y desde distintos confines del planeta, fue creciendo la ola de solidaridad con Venezuela y el apoyo a su causa. 

En otras palabras, quedó en evidencia que la Patria Llanera no estaba sola sino que, en torno a ella, surgía viva y vigorosa una voluntad de apoyo procedente de todas partes.

Grandes potencias, como China y Rusia, pero también otros países militar y políticamente fuertes como Corea  e Irán, la India o Brasil expresaron su intención de respaldar la resistencia venezolana ante la agresión imperial; en torno al cual latino américa registró reacciones similares procedentes de Colombia, México, Nicaragua, Honduras e incluso Chile y Uruguay.

En otras palabras, creció una idea: si Estados Unidos iniciaba una agresión militar contra Venezuela, no estaría atacando a un país, sino a un continente. Para horror de los “pitiyanquis” -así les llaman en Venezuela a los rendidos admiradores del Vecino del Norte-   ese ataque no sería “el fin de Maduro” sino el inicio de una guerra continental que desangraba a los Estados Unidos hasta su colapso.

Por eso se impone hoy que lo que busca el Imperio, es otra cosa: que la presión norteamericana sea tan asfixiante que dé lugar a que en el interior de la Fuerza Armada Bolivariana surja alguna “corriente militar dispuesta al diálogo” y capaz de hacer “algunas concesiones” al señor Trump. Ese primer cálculo por cierto falló.   Es claro ahora que la palabra “traición” ha sido borrada del diccionario de la Fuerza Armada gespino Bolivariana.

Lo otro que podría haber pretendido Washington es que en el interior de ese país, los núcleos vacilantes civiles, timoratos o asustadizos, que sienten pánico ante el peligro de una guerra que trastoque la tranquilidad de la población, opten finalmente por “escuchar” la voz quebradiza y lloriqueante de Carina Machado y sus acólitos, y se muestren partidarios de “una solución pacífica” que ahuyente el peligro de una confrontación armada con los Estados Unidos.  Y eso, podría dar lugar a una movilización de masas en demanda de un “cambio de hombres en el gobierno”.

Ni la primera, ni la segunda opción, encontraron viabilidad. Ni los militares se vendieron, ni el pueblo se quebró. La contrarrevolución interna fracasó en toda la línea, con el agravante de que ese fracaso ocurrió en el momento más grave de la historia de Venezuela, cuando el país estaba en peligro de ser atacado, invadido e incluso destruido, de convertirse en algo así como una Gaza Latinoamericana.

Es claro que el operativo yanqui no tuvo nada que ver con el combate al narcotráfico.  Comenzando por el hecho que el 85% de la droga que llega desde las costas de América hacia el vecino el Norte, proviene no de Venezuela, sino de Colombia, Ecuador, Perú y México, y no precisamente por responsabilidad de sus gobiernos, sino porque en esa región actúan más libremente las mafias intercontinentales accionadas precisamente desde los Estados Unidos, donde operan las grandes distribuidoras y comercializadoras de la droga en USA.

Por quinta vez el señor Trump ordenó hundir una pequeña nave don 4 tripulantes. Nuevamente los asesinos contaron la misma historia: se trataba de Narcos y de terroristas. Y entonces, simplemente los mataron. No los capturaron, ni les hicieron juicio, ni les incautaron droga, ni los presentaron para que la opinión pública supiera lo que hacían. No. Nada de eso. Los mataron, y punto.

No es la droga. obviamente, lo que mueve a Washington, sino el petróleo, que Estados Unidos lo necesita urgentemente incluso en previsión de un agravamiento de la situación mundial que derive en un conflicto armado con China que incluso podría dar lugar al bloqueo de envíos de petróleo rumbo a los Estados Unidos desde Irak, Arabia Saudita o los Emiratos Árabes  por mediación de Irán.

Pero hay que considerar, adicionalmente, que Estados Unidos no está pensando sólo en el Petróleo que hoy Venezuela puede proporcionar. Sobre todo, está dentro de sus cálculos la ya conocida Franja del Orinoco que contiene las más altas reservas de petróleo del mundo y gracias a las que el país llanero superará largamente a todos los países situados en el continente asiático.

Si al oro negro hoy en disputa, le sumamos el otro, el oro metálico cuyo precio en el mercado mundial ha crecido enormemente, y que forma parte también de la riqueza que ostenta el país que hoy gobierna Nicolás Maduro; tendremos un panorama más completo de la voracidad de Washington, que ya lleva casi tres siglos en el reparto de la riqueza en el mercado mundial

En todo caso, cualquiera fuere el rumbo de las cosas en los días subsiguientes, algo queda muy claro: los venezolanos no se habrán de rendir en ninguna circunstancia, y la Patria de Bolívar no estará sola. El mundo habrá de luchar con ella.

Gracias al esfuerzo unido de pueblos y gobiernos, Donald Trump habrá de naufragar en las aguas del Caribe sólo que esas aguas estarán, por cierto, teñidas de sangre  (fin).     

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