¿Llegó la mala hora de los PRD?
Por Luis Manuel Arce Isaac
Probablemente ningún mexicano se sorprendió con el anuncio hace pocas horas de la Unidad Técnica de Fiscalización del Instituto Nacional Electoral, de que el Partido de la Revolución Democrática (PRD), feneció en estas elecciones generales en las que resultó electa presidenta de México, Claudia Sheinbaum.
Se sabía de antemano que, para el PRD, y en una medida menos degradante también para el Partido Revolucionario Institucional (PRI), estas elecciones eran una batalla por la sobrevivencia de la agrupación fundada por Cuauhtémoc Cárdenas en 1989, época marcada por movimientos sociales surgidos al calor de la crisis económica y estimulados por corrientes democráticas desprendidas de un PRI que perdía sus principios fundacionales.
El PRD nunca pudo superar sus divisiones internas por una corrupción contaminante que lo fue debilitando de manera peligrosa, y perdiendo fuelle por un liderazgo rebasado por la ambición y la traición, que abandonó los principios cardenistas y obligó a abandonarlo a dirigentes que fueron su columna vertebral, como el propio Cuauhtémoc, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador a quienes, junto con Heberto Castillo, Gilberto Rincón y Amalia García, se deben sus mejores resultados, pero estos se les fueron de las manos como arena de mar.
Su decadencia fue indetenible, y en sus maniobras de sobrevivencia violaron sus principios fundacionales y se convirtieron en un partido social demócrata vacío de ideología, lo que provocó una diáspora importante de militantes y líderes y se fue quedando como un saco vacío, y desmoralizado.
El peor extremo fue aliarse a sus entonces peores enemigos los partidos Acción Nacional (PAN), y el PRI, el clavo caliente al que se aferraron para luchar por no desaparecer.
La situación se agudizó en estas elecciones de 2024 cuando, ya sin esperanzas de vida se transformaron en archienemigos de López Obrador, y el PRD se convirtió en un apéndice inútil y ridículo del PRIPAN para llevar a la presidencia de la república una candidata ajena, Xóchitl Gálvez, quien debutó como una perdedora por su condición humana y cultural empeorada por una campaña proselitista errática de sus mentores quienes demostraron ineptitud y desespero, al punto de que, presintiendo una gran derrota, no pudieron cambiarla pues ya no podían cambiar de caballo en plena carrera, ni tenían tampoco a mano un jamelgo que la sustituyera. Estaban entrampados por sí mismos.
El 2 de junio el PRD firmó su sentencia de muerte, al ni siquiera lograr la mitad del 3,0 por ciento de representatividad en las estructuras de gobierno para conservar su registro como partido en el padrón, del cual fue retirado esta semana.
La coalición encabeza por el partido Morena dejó en paños menores a la dirigencia de los tres partidos, y enfermos de amargura a sus ideólogos, intelectuales conservadores, conductores de debates televisivos, quienes temían una derrota, pero no de tanta envergadura, y mucho menos que esta incluyera la Ciudad de México, la joya de la corona respecto a las nueve gubernaturas en lid, con 10 alcaldías en manos del oficialismo.
Un conductor de TV reconocido adversario del gobierno de Amlo, dijo con una cara sufrida y párpados oblicuos: “qué paliza”, cuando se vio obligado a leer esa negra noche dominguera los dígitos finales y concluyentes de las elecciones más importantes en la historia republicana de México.
En un campamento revuelto como el del PRIPAN y el PRD, con las lonas de los tabernáculos rodando y los relinchos de los caballos mezclándose con el ulular de un viento de tempestad desatado por un fracaso mayúsculo, los cerebros débiles son incapaces de discernir y sus dueños buscan el escape, por el ascensor o la escalera, y desaparecen como el actor cuando hace mutis por el foro. Fue el caso de Jesús Zambrano y sus acólitos, y lo puede ser el de la actual dirigencia priísta tan venida a menos.
El círculo cero de ese tripartidismo -ahora bipartidismo- quedó desbalanceado, sus integrantes no asimilan que ya todo acabó, y su confusión es tal que no relacionan lo ocurrido con una profunda crisis del espíritu que el egocentrismo y la vanidad habían creado, en particular en el PRI y el PRD.
Sus actuales líderes no se percataban, o no quisieron percatarse, de que habían dado a luz un sistema de antihéroes, probablemente el más cabal que hayan tenido ambas agrupaciones en toda su historia. Como ya el PRD no existe, a partir de ahora al PAN y al PRI no les quedara otra que reinventarse para tratar de combatir con mayor éxito en 2030. Lo más probable es que haya un recambio de líderes, como cuando se pinchan los neumáticos de un vehículo.
Pero será harto difícil revertir sus tendencias a la degradación en cuanto a agrupación política, y no es improbable que otras agrupaciones con nuevas dirigencias y mejores perspectivas, los desplacen como principales fuerzas de oposición, pues tanto el PRI como el PAN han perdido demasiado terreno frente a una coalición como la que encabeza Morena que llevó a Claudia Sheinbaum a la presidencia con un poder descomunal, ilustrado con el control absoluto en el congreso, las gubernaturas estatales, alcaldías y parlamentos regionales.
Llama poderosamente la atención que otro partido, con las mismas siglas que la del mexicano -Partido Revolucionario Democrático (PRD) fundado por el general Omar Torrijos-, esté padeciendo un proceso similar, gravemente evidenciado en las recientes elecciones presidenciales del 5 de mayo, ganadas por José Raúl Mulino.
No hay que ir muy atrás para darse cuenta de que, a pesar de lo reciente de las dos elecciones anteriores, las que ganaron Ricardo Martinelli y Juan Carlos Varela, este último con una sospechosa actitud negativa de Juan Carlos Navarro, la victoria del PRD con Laurentino Cortizo Cohen empeoró los problemas internos, la corrupción erosionó a su gobierno y terminó por oxidar aún más los resortes que lo mantuvieron en pie.
El triunfo de Mulino no responde tanto a una preferencia de los electores, como a una decadencia del PRD, una crisis de liderazgo, y un gobierno muy errático y de privilegios de Nito Cortizo, cuyas consecuencias se expresan en el insignificante 8,0 por ciento que obtuvo su aspirante José Gabriel Carrizo.
Algunos analistas achacan la debacle del PRD panameño a la pandemia de Covid-19 y a los problemas económicos que no fueron generados por la falta de agua del canal ni del virus SarsCov-2, sino de una crisis interna del partido que perdió su esencia torrijista y el rumbo de su pensamiento nacionalista.
Tampoco es causa del conflicto minero que existe desde mucho antes de Nito Cortizo en una batalla por el control que se libra algunas potencias sobre todo del oro, y en la que intervienen los ambientalistas que han denunciado a las empresas de esos países de una contaminación brutal y peligrosa del subsuelo y de los ríos. Las causas de esa derrota del PRD son más profundas y complejas y falta ahora ver si son superables o si siguen el camino de su homónimo mexicano.
Lma
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