Por Luis Manuel Arce Isaac
Las elecciones generales de México del 2 de junio convirtieron en una carretera bien asfaltada el camino de la Cuarta Transformación (4T) de México, cuyo terraplén fue construido por Andrés Manuel López Obrador en el sexenio más importante del país en 200 años de vida federativa y republicana, y será una mujer quien le dé continuidad a esa histórica obra.
La impronta de López Obrador está en la gran hazaña del pueblo mexicano de entregarle a las fuerzas de la 4T la mayoría calificada de la Cámara de Diputados donde se decide el presupuesto nacional y se dan los pasos más importantes y decisivos para las reformas constitucionales.
En el Senado, la coalición oficialista quedó a solamente a dos curules de los 85 necesarios para lograr también la mayoría de dos tercios de los 128 en pugna, lo cual le da un amplísimo margen para negociar las iniciativas de reforma que se aprueben en la Cámara Baja, pues sus más rancios opositores, los partidos Acción Nacional (PAN) y Revolucionario Institucional (PRI), bajaron su representación a solamente 22 y 17 respectivamente, y los seis restantes curules se los repartieron el Movimiento Ciudadano con cuatro y ya casi inexistente Partido de la Revolución Democrática (PRD), con dos.
A esa acumulación de fuerzas oficialistas hay que sumarle las no menos importantes que le dan al gobierno que encabezará Claudia Sheinbaum el dominio absoluto en 24 estados federales de 31, más la Ciudad de México que es como un país dentro del país y donde ganaron 10 de las 16 alcaldías.
También ganaron la mayoría parlamentaria en 26 estados, el control total en las alcaldías municipales en 17 de ellos y mayoría simple en otros 13, además de una enorme cantidad de regidores y otros cargos menores.
El cambio descomunal en la correlación de fuerzas en la nación posibilita que los pendientes que le fueron imposible cumplir en su programa de transformación de la vida social del país a Amlo, como las reformas energética, económica y electoral, entre otras muchas, puedan ser ejecutados de forma más laxa por el gobierno de Claudia, en lo que ella denomina el segundo piso de la 4T.
Eso implica que a los cambios de mediana profundidad a la Constitución de 1917 hasta donde pudo llegar López Obrador por no tener mayoría parlamentaria y un Poder Judicial en su contra, y por la feroz oposición que le hicieron los empresarios que dominan de forma encubierta al PRI y al PAN, le sigan a partir de septiembre de este año los de mayor envergadura, en particular los correspondientes a la estructura administrativa y de gobierno, comenzando por los poderes Judicial y Legislativo, principales piedras de traba en la construcción de un México nuevo y moderno.
Es necesario destacar que el camino hacia esos objetivos fue desbrozado por el gobierno de Amlo en estos seis años, y aunque siempre pondrán obstáculos los conservadores, ya no les será tan fácil empedrarlos de malas intenciones como han estado haciendo para impedir que la 4T se concretara y se enrumbe hacia el cambio de época que está ocurriendo en el mundo tras la quiebra del neoliberalismo y el agotamiento de una globalización que ha alterado a grados insoportables el sistema socioeconómico imperante.
El fracaso en estas elecciones era esperado por la oposición, pero nunca de que fuera de tal magnitud y tan demoledor para los partidos que adversaron el cambio. Sabían del grave error cometido con la pésima elección de una candidata sin las mínimas condiciones de estadista y rigor político y partidista para representar a un país emergente de tan gran peso internacional, y no tuvieron ni la inteligencia ni el coraje para corregirlo, ni tampoco, por supuesto, un candidato idóneo para reemplazarla.
La batalla por la presidencia fue más formal que real, porque en un contexto tan adverso, advertido hasta por sus propias encuestadoras, lo más urgente, práctico y pragmático, era que el frente principal de la batalla electoral se trasladara del Palacio Nacional al Congreso, a las gubernaturas de los estados y sus asambleas, para impedir a como diera lugar que Claudia llegara a la presidencia con esa fuerza más, y dificultarle concretar la continuidad de la 4T.
Ese fue el caballito de combate de la presidenta electa y nunca dejó de proclamarlo para que la gente entendiera que debían votar por la obra iniciada en diciembre de 2018 con un programa de 100 puntos leído en el Zócalo capitalino y sobrecumplido, y que esa continuidad sería el rumbo obligado para construir el nuevo México conducido, además, por una mujer.
El PRI y el PRD, y en buena medida hasta el PAN, hicieron, además, demasiado evidente que para ellos se trataba también de una batalla por la sobrevivencia de esos partidos, y los tres cometieron el grave error de no remover a sus dirigentes sin prestigio, credibilidad y carisma, y que la crisis de liderazgo les hiciera un daño enorme, no colateral, sino sustantivo, y que fuera una de las causas por las cuales terminaron con la más baja representación en el padrón de partidos en sus historias, y más temprano que tarde tendrán que hacer cambios estructurales desde sus cimientos para revertir la situación, o correr el riesgo real de desaparecer.
El triunfo de la coalición Sigamos Haciendo Historia no es un simple reacomodo en la correlación de fuerzas internas de México favorable a los sectores nacionalistas y populares, sino una expresión de los nuevos tiempos que se avecinan.
lma
ResponderReenviarAgregar reacción |