M. Sc José Octavio Toledo-Alcalde
14/05/24
El arquetipo del héroe nació con los mitos. Los encontramos en las narraciones religiosas (Biblia, Corán, Tanaj) hasta llegar a su trascendencia al corazón del imperio romano. Los césares, seres inmortales. La misericordia vendría del héroe. Otorgar derechos sobre quien merece vivir o morir atributos designados en el universo de poderes transmundanos de los dioses. Los césares fueron travestidos en monarcas/reyes y estos en pontífices y en la república en generales y presidentes. Todos seres del Olimpo de la omnipotencia militar-civil sobre la plebe. Las invasiones transoceánicas del siglo XVI implantaron las deidades monárquicas. Los virreyes fueron los magnánimos testaferros y los parlamentarios súbditos al servicio de la omnipresente monarquía. El Perú pasó del poder dual Inca-Coya al imperio patriarcal/patriótico del rey/virrey/presidente/general.
El estado terminal de la tragedia peruana nos remonta a la ilusión arquetípica del heroísmo patriótico. Doscientos años de república liberal en donde las desgracias heredadas del horror colonial se convirtieron en activos de una grosera imitación de sistemas de gobierno trasplantados y ajenos al monstruoso experimento económico-político de una moderna colonialidad del poder llamado república liberal democrática. El paradigma del paraíso perdido rescatado por seres inmortales fracasó desde sus orígenes. Fracasaron los césares, los monarcas, el papado y sus súbditos. Las presidencias y séquitos militares en el mundo pierden en el siglo XXI todo sentido lógico en el concierto de naciones de cara al extremo de toda sensibilidad llamada genocidio. Y, eso es el Perú. La suma del fracaso del gran engaño del salvador, el redentor del mundo, el encantador de serpientes, gran caudillaje criminal, experto en fechorías contrarias a las necesidades del Soberano. Eso y mucho más son los 500 años de patraña política-mercantil. En eso se resume el impolítico modelo de Estado-nación que en el Perú nunca llegó a formarse.
Y, como fue ayer, así lo es hoy. ¿Por qué esperar que las cosas cambien si nunca se hizo causa para ello? ¿Los inicios de la república fueron así de impolutas que podríamos esperar el más refinado sentido del patriotismo democrático en el siglo XXI? Falso de todas las históricas y lucrativas falsedades. Veamos, para muestra un botón. Con la independencia nacen los consignatarios, mercaderes empresariales, al servicio del Estado, corporaciones y gobiernos extranjeros. Esta suerte de testaferros del poder foráneo, como lo recuerda Julio Cotler (1987)[1], se convirtió en políticos y así fusionados crearon las redes institucionalizadas de la corrupción republicana liberal. El fracaso de la fusión mercaderes-políticos fue la privatización de lo público; fue cambiar al Estado por la Banca y al Pueblo por la Sociedad Anónima.
De allí que a los severos problemas sociales y económicos, de un Perú expoliado por las jaurías de poder, fueron, y lo siguen siendo, mal diagnosticados. A problemas sociales, soluciones militares; a problemas económicos, soluciones políticas; a problemas éticos, soluciones religiosas. A problemas de pobreza por consecuencia de enriquecimiento ilícito de funcionarios públicos, préstamos y endeudamiento interno y externo. A mitad del siglo XIX donde se consolidó el fracaso de la incipiente república se solía decir que la pobreza, protestas sociales y desequilibrio fiscal eran resultado del mal transporte (ausencia de carreteras, trenes, navíos, etc.) y la mala comercialización de productos de exportación (minerales, salitre, guano, cacao).
¡Ojo a la artimaña sembrada hasta nuestros días! Al decir que el problema era la ausencia de buen transporte y buena exportación se legitimaba el paso siguiente. El falso diagnóstico del problema encontraba eco en el escenario parlamentario y eran los consignatarios-políticos (empresarios, religiosos, militares) quienes haciendo de lobbies presionaban para lograr leyes a su favor. De un lado, se legislaba para endeudar a la nación por medio de préstamos en trenes y carreteras y, por otro lado, se abarataban los precios del guano, salitre, cacao y minerales promoviendo la inversión privada por medio de testaferros nacionales (funcionarios públicos/empresarios) con corporaciones empresariales y financieras inglesas y francesas. Del 100% de ventas de recursos nacionales casi en su totalidad iba a pagos de funcionarios públicos, de comisiones, intereses, gastos de representación y armas. No estamos hablamos del año 2024. Estamos aún hablando del siglo XIX.
Ahora llegamos al 2024 en un Perú sumido en el caos y desgobierno generalizado. En esta oportunidad les presentó un caso, a manera de ejemplo, de lo que llamaré “diagnóstico manipulado”. Algo así como cuando usted va al centro de salud (pública o privada) y dice que tiene dolor de cabeza. Bajo el desconcertante silencio del profesional de la salud, toma una decisión: Lyrica (Pregabalina). Según el vademécum, es un medicamento prescrito en casos de epilepsia, dolor neuropático causado por disfunciones del sistema nervioso periférico conectado al cerebro y medula espinal o para acasos de trastornos de ansiedad. Y, cuidado, si algún día decide no seguir consumiendo tal bendito medicamento: Pueden aparecer convulsiones y riesgo de pensamientos y comportamientos suicidas (Vademécum.es). En suma, algo así como ir con hipo y salir con una orden para operación de pulmones. Y, esto es lo que se hace intencionalmente como modus operandi propio de la depravada naturaleza de la neoliberal corrupción institucionalizada. La solución no es el cambio de gobierno, el paradigma fracasó.
Al grano. Hace unos días, el presidente del Consejo de Ministros, Gustavo Adrianzén se manifestó sobre el incremento de la pobreza: “El Poder Ejecutivo toma estas cifras dadas a conocer por el INEI con absoluta responsabilidad. Respecto al año 2022, la pobreza alcanzaba el 27,5 respecto al 2023. Ha cerrado el año con un 29%, es decir, un incremento de 1,5% más. Esto significa que tenemos 9 millones de peruanos en situación de pobreza y por eso la responsabilidad del Gobierno por conocer estas cifras y revertirlas”. Hasta aquí la descripción del problema. Veamos la hipótesis que, por conducto regular, conducirá a los cerebros legislativos de inmediato a ver las formas de legislar a favor de las soluciones. ¿Cuál fue la explicación sobre el incremento de la pobreza? Sentenció el Primer Ministro: “Pero voy a decir algo más, el año 2023 fue un año singular. Primero, los violentos extremos estuvieron paralizando nuestro país por meses. Luego, tuvimos que adoptar medidas de previsión frente a los anuncios de El Niño. Luego, tuvimos el ‘Yaku’, que nos afectó de manera significativa. Y otros problemas singulares que afectaron el normal desarrollo y la conducción del país”.
Días después de indignamente haber postergado la publicación del informe del INEI, con el pretexto de no “darle malas noticias al pueblo”, la mandataria Boluarte se dignó comentar sobre el hecho: “Las causas (aumento de la pobreza). El país vivió una convulsión política-social en diciembre 2022, y enero y febrero 2023. Las cifras económicas de esta convulsión política de casi 500 manifestaciones, todas ellas violentas, económicamente han sido más fuerte que la misma pandemia del covid-1. Luego tuvimos el Yaku y demás eventos como consecuencia de ello”, expresó en la ceremonia de inauguración del seminario internacional “Constitución Política, Democracia y Valores Institucionales”. ¡El primer Ministro pareciera haber estudiado mejor el libreto!
Y, es en este punto, en el cual las hipótesis, las cuales serán aceptadas como leyes sin necesidad de ensayo y demostración al igual que el siglo XIX, que la anomalía anti-ética e inmoral del aparato estatal, corroído por la corrupción, invoca al magnánimo Poder Legislativo. La misma mandataria se ubicó, o la ubicaron, en línea con la histórica red de saqueo y corrupción institucionalizada de una república liberal que ya no puede sostenerse sobre sí. En palabras de Boluarte: “respeto a nuestra constitución, la madurez democrática de los políticos, el respeto al estado de derecho y la unidad nacional, para que nuestro país se pueda desarrollar y podamos acortar esa brecha de la pobreza y pobreza extrema”.
Así funciona la maquinaria legitimadora de la corrupción. Después del falso diagnóstico solo queda solicitar al Congreso: 1. Aumentar el presupuesto en Seguridad Nacional, FFAA y adquisición de armas a favor de la “lucha antiterrorista” equivalente a represión social; 2. Empréstitos para paliar el Niño y la Niña y 3. Empréstitos para reconstrucción de daños ambientales.
Para ver. ¿Acaso los diagnósticos de problemas éticos, sociales, económicos y políticos no fueron equivocados tanto en el siglo XIX como el XXI bajo el mismo régimen republicano liberal? ¿Acaso no encontramos en los dos ejemplos el uso del aparato legislativo como herramienta legitimadora del endeudamiento nacional y la consecuente acción generalizada de rapiñas especialistas en comisiones y pagos de representación, honorarios profesionales e intereses sobre lo endeudado? ¿A quiénes pretenden seguir engañando con el slogan “terminar con la pobreza” si en su agenda, no existe, ni en pintura, “terminar con la riqueza? Esa es la medular farsa de la Agenda 2030 y del castillo de naipes donde está construido el sainete institucional que es solo la punta de un iceberg montado sobre el falso mesianismo patriótico trasvertido de democracia.
Lo preocupante, más allá del factor penal por los crímenes sistémicos aún en investigación, desde la sicología podríamos asociar esta institucional disfunción como un trastorno de identidad disociativo, anteriormente conocido como trastorno de personalidad múltiple. No insinúo que el crimen público debe ir al psiquiátrico para dictar sentencia. La pena la estipula el Código Penal. Entonces, ¿Cómo se pueden presentar como héroes de la democracia, la paz, la justicia y la verdad, si entrañan en sus actos la más cruda expresión de la traición a la patria y al pueblo que los eligió? Será que así como nacen los mitos de la misma forma dejan de ser.
[1] Julio Cotler. (1987). Clases, Estado y Nación en el Perú. 4ª ed. Lima: IEP