Por M.Sc. José Octavio Toledo-Alcalde
29/04/24
Los indicios de caos generalizado a nivel mundial nos acercan a la inminente llegada de un nuevo estado de cosas, un nuevo orden mundial nacido del actual desorden generalizado. El irrespeto absoluto al mundo, el quiebre del derecho internacional, ante la mirada cómplice de la mayoría de países occidentales y ante el timorato voto por el cese al ataque en Gaza decretado por ONU, no acatado por Israel y avalado por Estados Unidos, Europa y aliados, y la nueva negativa de Estados Unidos a aceptar a Palestina como miembro de las Naciones Unidas, nos impone releer, reinterpretar y resignificar hasta el cansancio las raíces del problema no tan solo como un habitual ejercicio analítico, sino como el desarrollo de la histórica herramienta crítica sobre la cual se construirá las bases del nuevo paradigma.
El siglo XX estuvo plagado de profecías sobre un nuevo mundo multipolar, y esa fue la consigna después de 1945. La Sociedad de Naciones fue el escenario estratégico del sueño de un nuevo mundo, pero lo que surgió fue el refrito de un viejo mundo unipolar colonialista de facto y de jure, con toda la estructura normativa en salud, economía, academia, militar, alimentación, cultura, educación, religión, ciencia y tecnología, la cual regularía el nuevo paradigma hasta nuestros días. Este fue la puesta en marcha global del gran patio trasero norteamericano ideado por Woodrow Wilson, Theodore Roosevelt y John Keynes.
Ese mitológico paradigma liberal se plasmó como alternativa global ante el no menos mitológico nuevo orden surgido en la Revolución Bolchevique (1917) y posteriormente en la Revolución Cultural china (1966). Es allí donde fueron etiquetados como totalitarismos todos aquellos sistemas fuera del eje de control hegemónico occidentalizado. El nuevo modelo global colocó la piedra angular ontológica con la creación del Banco Mundial (BM, 1944) y el Fondo Monetario Internacional (FMI, 1944). De esta manera se sentaron las bases del imperio de la democracia liberal representativa, de los grupos de factos, sostenida en la naciente ideología desarrollista que dividió el mundo entre países desarrollados y subdesarrollados, en vía de desarrollo o emergentes (colonias y neocolonias).
Una vez establecidos los pilares financieros, se estructuró el marco jurídico interdisciplinario para llevar adelante la empresa más ambiciosa del siglo XX, ad infinitum: la colonización democrática, económica, militar, religiosa y cultural del mundo. Empresa amparada en la jurisprudencia del derecho internacional y el consenso global de los países neocolonizados invitados de piedra a la ONU pero sin derecho a decidir el destino del mundo en manos del Consejo de Seguridad y la OTAN. Así nacieron la Carta de las Naciones Unidas (ONU, 1945), el Consejo de Seguridad (1945), la Declaratoria Universal de Derechos Humanos (1947), la Organización Mundial de la Salud (OMS, 1948), la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, 1945), la Organización Internacional del Trabajo (1919) que pasó a formar parte de las Naciones Unidas (OIT, 1946), la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN, 1949), etc. Todo esto tendría, dentro de no mucho, que ser, en palabras del cantante boricua Héctor Lavoe, un periódico de ayer.
Es en este marco normativo global en el cual se reconfiguró el sistema colonial, pasando a conformarse las bases de la colonialidad del poder nor-eurocéntrico del cual hablaron Aníbal Quijano, Franz Fanon, entre otros. Se quitó, aparentemente de las manos, las pretensiones del control geopolítico global al fascismo y nacionalismo europeo para atomizar las mismas pretensiones en manos del nuevo bloque del poder nor-europeo. En la actualidad y remitiéndonos a los hechos es innegable reconocer el resurgimiento de expresiones fundamentalistas de neofascismo y nacionalismos cual jauría detrás del mayor bocado del planeta que puedan arrebatar. El imperio de la democracia liberal representativa fue parido del genocidio cometido con el pueblo palestino a partir de 1948 hasta nuestros días. En nombre de la libertad, el progreso, el derecho internacional y la democracia, Israel-Norteamérica y aliados asesinaron –y lo siguen haciendo- en los últimos 5 meses a más de 33 mil personas en Palestina entre los cuales en su mayoría son mujeres, niñas y niños. En palabras de Bernie Sanders: “Acusar a Israel de matar a 33 000 palestinos no es antisemitismo, sino esclarecer una realidad”.
El inicio de la Guerra Fría, al término de la Segunda Guerra Mundial, dividió el mundo de igual forma, entre este y oeste, norte y sur. Las colonias tuvieron que transitar el proceso de descolonización, como lo hizo la India del dominio británico en 1947, cuando fue dividida en tres dominios: La Unión India, Pakistán y Ceilán. Al igual que la India, Japón (1947), Alemania Occidental (1949) e Italia (1948) optaron por un régimen democrático liberal, ingresando a formar parte de los países aliados. Después de los procesos de descolonización, el ingreso de la democracia liberal representativa fue el modelo impuesto a seguir.
De la mano de la imposición del sistema democrático liberal representativo, como señal de aceptación del eje hegemónico nor-europeo, el modelo fue impuesto por medio de regímenes cívico-militares a nivel mundial. Como es de conocimiento internacional, esta democracia liberal representativa y el modelo de Estado-nación fueron la mejor coartada creada a favor del nuevo orden hegemónico establecido, corporaciones financieras, militares, científicas-tecnológicas, publicitarias, educativas, alimenticias, entre otras. La arquitectura del control geopolítico se montó sobre la base del imperio del derecho internacional, orden democrático y modelo de Estado-nación neocolonizador-liberal. La Guerra Fría se estructuró sobre este hollywoodense guión, el cual continúa en nuestros días en lo que vendría a ser el retorno de la Guerra Fría, ad portas de una posible guerra abierta entre occidente y oriente entre norte y sur.
Organizaciones como la ONU, OEA, BM, FMI, y en el área de derechos humanos la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Human Rights Watch (HRW), Amnistía Internacional (AI), entre otras, tienen su sede principal en Washington. Desde esta evidente geolocalización hegemónica, de las principales organizaciones internacionales, ¿puede administrarse justicia y paz mundial desde la intervención democrática de las diferentes naciones? ¿Se puede esperar la aplicación imparcial de la Carta de las Naciones Unidas, Declaración Universal de los Derechos Humanos y principios del Derecho Internacional?
Todo indicaría que, ante la decadencia demoliberal, analizada en Latinoamérica entre el siglo XIX y los primeros decenios del siglo XX por precursores del pensamiento crítico como José Martí, José Carlos Mariátegui, Alcides Arguedas, José Vasconcelos, entre otros, el paradigma de la democracia directa, desarrollado en excepcionales países y localidades en el mundo, se impone como el camino transitorio entre el fin del sanguinario neoliberalismo y el inicio de un nuevo orden mundial. La reconfiguración de poderes a nivel global está a las puertas. La urgencia de replantear la institucionalidad internacional ontológicamente constituida hacia la promoción y defensa del orden internacional establecido después de 1945, así como el impostergable y no menos urgente posicionamiento de las organizaciones sociales, políticas, laborales, campesinas, estudiantiles en la toma decisiones del destino de las naciones, exigen la radical y directa puesta escena de posiciones sociales y políticas por la justicia y la paz bajo nuevos contratos sociales y económicos. La complicidad de Estados Unidos y Europa y su activa participación por medio del obsceno millonario desembolso y el industrial apoyo militar, lo único que hace es confirmar que el futuro del mundo se encuentra bajo la dirección de megalómanas y patológicas manos de la industria de la muerte. Fuera de cualquier signo de radicalidad a favor de la vida y de una democracia verdaderamente directa todo seguirá siendo el burdo business neocolonizador al cual estamos por imposición lamentablemente expuestos. Que nuestra palabra sea signo de nuestra no complicdad.