Por Manuel Valdivia Rodríguez
El 21 de febrero -ayer- fue celebrado en el mundo el Día Internacional de la Lengua
Materna. Es justo que sea así.
La lengua materna es aquella que los niños aprenden en el seno del hogar. Y recibe
con justicia el adjetivo, pues los niños comienzan a adquirirla desde cuando aún se encuentran en el vientre de sus madres. Esto es innegable y está probado con los recursos de las
neurociencias.
Meses antes de nacer, los niños perciben el hablar de ser madre y se familiarizan con la prosodia (la entonación, el tono, el acento) de la lengua que ella habla. Después,
cuando lleguen al mundo, comenzarán a percibir las voces de quienes los rodean, que no les
serán extrañas, y así comienza -o continúa- el aprendizaje de la lengua que será su lengua
materna.
Esta lengua, todavía ceñida a las cosas y andares del hogar y del entorno inmediato,
será la base de lo que viene después. La lengua materna es la lengua de la familia. Es de suma
utilidad para los intercambios parentales y amicales, pero es menesterosa de crecer para la
vida social en entornos más amplios. Ella tiene que crecer y enriquecerse por obra de cada
uno y de su educación. Hasta el punto en que llegue -ya como núcleo del lenguaje- será un
instrumento para convivir en la sociedad; para el estudiar, el aprender; para la reflexión, el
examen y la comprensión de la realidad, la planificación de los pasos próximos.
Hay algo más, sin embargo. La lengua y el lenguaje, en la medida en que cada uno los
haya fortalecido, son el fundamento o la base que favorecerá el aprendizaje de una segunda
lengua. Las capacidades desarrolladas en la lengua primera (hablar, leer, escribir, dialogar,
conversar, inquirir) serán transferidas a la lengua segunda, que no será aprendida como un
compendio de gramática o de léxico, sino como un medio más de comunicación y reflexión,
solo posible si fueron adquiridas aprovechando y enriqueciendo las capacidades.
La educación bilingüe no desplaza la lengua primera; ayuda a construir un nuevo
conjunto. Las lenguas de los pueblos originarios son, para los niños de allí, su lengua materna.
Con sus lenguas debe suceder lo mismo que con el castellano para quienes lo hablamos desde
la cuna. Es preciso que los niños las conserven y las respeten, y desarrollen con ellas las
capacidades del lenguaje que se fortalecerán con el aprendizaje de la segunda lengua.
Sólo así podemos celebrar el Día Internacional de la Lengua Materna y adherirnos al
lema que para este año sostiene la UNESCO: Educación bilingüe: un pilar del aprendizaje
internacional. El mundo de hoy, tan sacudido por conflictos que abruman a pueblos que
hablan lenguas ancestrales, necesita de este aprendizaje.
Lima, 22 de febrero de 2024