Por Gustavo Espinoza M.
Dijimos hace algunos meses que no podría durar mucho tiempo sentada sobre las bayonetas ni comiendo entre cadáveres.
En la vecina Bolivia, Jannine Añez pudo hacerlo poco más de un año, aunque después encontró la cárcel como destino y allí quedará los próximos 16 años. Aquí, entre nosotros. la que podríamos llamar su “sosías” ha emulado la hazaña. Lleva más de doce meses en el “Gobierno” y luce un desparpajo descomunal. Terminará en lo mismo, aunque pareciera aún no darse cuenta.
Asegura que su “gobierno” es de “hechos, y no palabras” como el del General de la Alegría. Pero no hace obras, sino discursos. Habla tarde, mañana y noche en todos los eventos policiales y militares a los que tiene acceso. Y en todos los que la Tele oficial y oficiosa, le permite mostrarse. Le basta tener un micrófono al frente para despacharse a su gusto y decir lo que le plazca. Repite lo mismo en todas partes.
Sus discursos son monocordes y fríos. Suenan como una cantilena desaprensiva y autocomplaciente en la que repite las mismas cosas: que es mujer, provinciana, que combate a la corrupción y que es algo así como una inmaculada concepción, transparente y cristalina. No le importa saber que no le creen, que tiene apenas el 7% de aceptación ciudadana y que en todos los ámbitos de la sociedad la detestan.
En la despedida del 2023, ocupó un lugar de honor: fue la piñata más usada en todos los rincones de la Patria. Compitió en pareja con un entrenador de fútbol deprimido y en derrota.
Ella se siente particularmente fuerte rodeada de uniformados. Por eso busca estar en todos los eventos castrenses. No falta a ninguno. Cuando no los hay, los inventa rinde homenajes a la “Benemérita”, condecora a Oficiales, reconoce y promueve ascensos, anuncia nueva “partidas” para combatir la delincuencia. Y, sobre todo, otorga “Bonos” por doquier.
Promete más ayuda, celebra éxitos reales o ficticios y anuncia jubilosa que la policía colombiana detuvo a delincuentes que pudieron huir del Perú sin problemas. Ni siquiera se da cuenta que esa policía es la de Gustavo Petro, que no la reconoce. Tampoco le importa.
Y se mueve hasta el resuello para demostrar que está en los cuarteles la fuerza que la apaña. Eso ¿sirve a las instituciones armadas? Por cierto, que no. Simplemente las desprestigia más.
Les pasa a ellas algo así como le ocurrió a la selección de futbol. Desde que le dio la mano, nunca más ganó un partido, ni siquiera metió un gol.
En realidad, lo que busca, es protegerse. Sabe que la gente no la quiere. Y por eso, cuando se desplaza en eventos civiles, lo hace rodeada de un impresionante operativo policial y con una “Portátil” amaestrada e inducida. No se arriesga para nada a dar la cara a las multitudes, porque sabe que, en esa área, está perdida.
Recientemente puso empeño en asegurar que alentará la “recuperación económica” y la “seguridad ciudadana”. De economía, sabe menos que una humilde ama de casa. Y de seguridad ciudadana, lo que único que cree es que se habrá de conseguir a palos. Por eso, alienta un régimen dictatorial policiaco e incrementa Penas y Sanciones para convertir al Perú en un Estado Carcelero.
La Prensa Grande, la que la mima y la adula, no porque la quiera, sino porque la necesita, ahora busca mimetizar fenómenos distintos como si fueran una sola cosa: las protestas contra el régimen, la actividad delictiva y el terrorismo. Pero eso tiene un solo propósito: reprimir más y mejor al pueblo. Y es que, sentarse sobre las bayonetas implica cimentar un régimen que abre el país al miedo e incertidumbre.
Por eso habrá cinco mil policías nuevos en Lima. Servirán para apalear manifestantes, pero no para brindar seguridad a la ciudadanía tal como quedó demostrado en el “Barrio Chino” de Ica. Allí se envió un contingente de 1,200 policías para aporrear a los pobladores dejándose sin un solo custodio al Terminal de Yerbateros donde los delincuentes hicieron de las suyas.
Y no se necesitan más pruebas. Basta saber que, en Lima, los distritos declarados bajo “Estado de Emergencia” son hoy los más vulnerables: El crimen, la extorsión, el secuestro o el sicariato, son delitos cotidianos en San Juan de Lurigancho, San Martín de Porres y otros; ante los ojos de las “instituciones” llamadas a garantizar la Seguridad Ciudadana.
En los medios de comunicación se habla mucho de “cambios” en el Gabinete. Podrán registrarse algunos. Pero todo indica que Alberto Otárola seguirá como primer ministro y que Dina continuará al “frente” de la tarea emprendida. Eso no sucederá gracias a la “meritocracia” ni a los “valores”. Solo será consecuencia y resultado de un capricho impuesto a la ciudadanía y que se sostiene apenas por el Poder de una cúpula militar ciertamente cuestionable.
Eso de gobernar “sentado entre las bayonetas”, tiene su límite. Fin.