Editorial de La Jornada, martes, 31 de octubre de 2023
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, denunció que detrás de la
tragedia de los pueblos de Medio Oriente se encuentra la actual élite
gobernante de Estados Unidos y sus satélites, que se benefician de la
inestabilidad en el mundo y obtiene sus réditos de sangre. Para el
mandatario, Washington provoca el sufrimiento de millones de personas
para sostener su dictadura global, un objetivo que persigue mediante
la desestabilización de los nuevos centros de desarrollo mundial y, en
general, de los países soberanos que se niegan a humillarse y cumplir
el papel de lacayos.
El líder ruso tiene razón al responsabilizar a Occidente por la
masacre que Israel lleva adelante contra el pueblo palestino, pero su
crítica falla en ubicar al motor último de la maquinaria de exterminio
israelí: si bien es cierto que la mayoría de esa élite gobernante es
cómplice de Tel Aviv por comisión u omisión, debe entenderse que los
políticos no son sino la fachada del verdadero poder detentado por las
grandes multinacionales y los multimillonarios. Son los intereses
corporativos los que promueven la guerra para incrementar sus
ganancias y los que se encargan de adormecer la conciencia de los
ciudadanos occidentales con la difusión permanente e ineludible de
desinformación que hace pasar a los verdugos por víctimas y a los
oprimidos por victimarios.
Para comprender la captura del poder político por parte del económico,
debe recordarse que la confusión típicamente estadunidense entre
democracia y libre mercado ha llevado a ese país a dotarse de un
sistema político diseñado para facilitar a los dueños de grandes
capitales utilizar su músculo financiero para distorsionar la voluntad
popular y apropiarse de las instituciones. Las reglas de
financiamiento de las campañas electorales obligan a todos los
aspirantes a ocupar un cargo de elección a convertirse en expertos en
recaudación de fondos y la capacidad para convencer a los ricos de
invertir en ellos es el talento más importante de los políticos profesionales.
Al permitir a los particulares realizar donaciones ilimitadas y
anónimas, la ley incentiva una corrupción ubicua, cuyo resultado es
que cada legislador y cada gobernante se encuentre atado no a sus
electores, sino a sus patrocinadores.
La industria armamentística es uno de los patrocinadores más
importantes: sólo en 2022, una de estas compañías, Lockheed Martin,
invirtió 13 millones de dólares en cabildeo; es decir, en comprar
simpatías dentro del Capitolio y aliados en la Casa Blanca. Dicha
estrategia rinde frutos palpables: el año pasado, el Pentágono
representó 73 por ciento de las ventas de Lockheed.
El desprecio del capital por cualquier valor que no se traduzca en
ganancias, aunado a la ignorancia inducida acerca de lo que realmente
ocurre en Levante, puede explicar la pasividad con que el mundo asiste
a la atrocidad más grande perpetrada en este siglo: si hace unas
semanas podía esgrimirse algún argumento a favor del bombardeo
indiscriminado de Tel Aviv sobre la franja de Gaza como una respuesta,
desproporcionada pero comprensible, tras el ataque de Hamas contra el
territorio israelí, en estos momentos no hay resquicio alguno para
negar que el gobierno de Benjamin Netanyahu se ha propuesto la
aniquilación de un pueblo inerme.
Expresarlo con esas palabras no representa un punto de vista, sino la
fidedigna reproducción del discurso del premier israelí, quien exhortó
a las fuerzas armadas de su país a replicar la venganza hebrea contra
los amalecitas referida en la Biblia: ahora vayan y hiéranlos y
destruyan absolutamente todo lo que tengan y no los perdonen, sino
mátenlos, tanto a hombres como a mujeres, infantes y lactantes, bueyes
y ovejas, camellos y burros.
Que el llamado al genocidio constituye una postura de Estado y no
personal lo demuestra un documento filtrado del Ministerio de
Inteligencia, en el cual se propone bombardear a los civiles
palestinos hasta que no les quede otro recurso que huir a Egipto, para
posteriormente sellar la frontera e impedirles el regreso a sus
hogares a perpetuidad.
Si Estados Unidos y sus aliados no rectifican de inmediato su apoyo
incondicional a Netanyahu, nunca podrán borrar su corresponsabilidad
en la mayor masacre a la que el mundo haya asistido en décadas, y
quedará probado que el orden mundial vigente nada tiene que ver con
las leyes y los derechos humanos, sino que responde únicamente al
lucro y la continuidad del colonialismo.