Editorial de La Jornada, jueves, 19 de octubre de 2023 / México
La decisión del rey jordano, Abdullah II, del presidente egipcio, Abdul Fatah al Sisi, y del titular de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, de cancelar la reunión que tenían prevista con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, es un golpe sin precedente a la imagen de Washington en Medio Oriente y a la influencia que históricamente ha ejercido en la región, e ilustra el desprestigio y el aislamiento del gobierno estadunidense por su apoyo a las políticas abiertamente genocidas del régimen israelí contra la población palestina en general, y la de Gaza, en particular. El desaire expresa, muy particularmente, el repudio al intento del mandatario estadunidense de culpar al otro equipo por el atroz bombardeo que la aviación de Tel Aviv perpetró contra el hospital cristiano de Al-Ahli, en Gaza, matando a centenares de personas.
La falacia propalada por la maquinaria propagandística de Israel en el sentido de que el ataque fue obra de facciones palestinas, choca con el hecho de que sólo las fuerzas armadas de ese país tienen el poder de fuego para causar daños a esa escala, con la admisión temprana de autoría (luego retirada) por parte de un vocero oficioso del régimen de Benjamin Netanyahu, y con los antecedentes de ataques contra centros sanitarios, escuelas y hasta misiones bien identificadas de la ONU en el transcurso de las masacres cometidas por Tel Aviv en territorios palestinos. La atroz agresión al hospital no es, ni mucho menos, el único acto de crueldad extrema ejecutado por Israel en los pasados 10 días: otro caso es la orden de evacuar a más de un millón de personas hacia el sur de Gaza para luego bombardear la zona donde los civiles se encuentran hacinados.
El repudio a esta suerte de sadismo de Estado está llevando a amplios sectores en el mundo a un punto de inflexión en las percepciones y alineamientos en torno a la ocupación israelí de los territorios palestinos. Ello ocurre no sólo en los países predominantementes. Un caso ilustrativo a este respecto es la movilización no sólo de islámicos, sino también en Europa e incluso entre las comunidades judías de varias naciones.
Un caso por demás ilustrativo es la movilización que protagonizaron ayer judíos estadunidenses en la sede del Congreso de su país, en Washington, para exigir que cese el extermino de palestinos que está teniendo lugar. Fue un deslinde esclarecedor y esperanzador: por más que el gobierno de Tel Aviv pretenda chantajear con la idea de que cualquier expresión en favor de los palestinos alimenta el antisemitismo en el mundo, es precisamente la barbarie emprendida por el régimen de Netanyahu la que atiza ese racismo inaceptable; por el contrario, en la medida en que se evidencie que la pertenencia a ese grupo no conlleva un alineamiento automático al arrasamiento de los territorios palestinos y que el gobernante israelí no puede hablar en nombre de los judíos, resultará claro que el genocidio en curso no es un choque de etnias o de culturas, sino un programa para beneficiar a las camarillas ultraderechistas y fundamentalistas que detentan el poder político en Israel y que han instrumentado la ideología sionista para justificar su rapiña de territorios, recursos naturales y mano de obra empobrecida.
Ante el cambio general de percepciones que está teniendo lugar, si Washington pretende mostrar un mínimo de congruenciacon la defensa de los derechos humanos en cuyo nombre habla constantemente, debe, por su parte, emprender una revisión profunda de su apoyo incondicional a Tel Aviv, quees el principal soporte a la política de exterminio contra el pueblo palestino. Se debe entender de una vez por todas que el diálogo yel reconocimiento a la solución de dos esta-dos es el único camino posible para una paz justa y duradera.