Editorial de La Jornada, martes, 28 de marzo de 2023
Tras destituir al derechista Yoav Galant como ministro de Defensa y
presionado por masivas protestas ciudadanas en contra de las reformas
que pretende imponer para someter al Poder Judicial al arbitrio del
Ejecutivo, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, resolvió
aplazar tales reformas y anunció que buscará acuerdos con la oposición.
Tanto Galant, estrecho aliado de Netanyahu, como el presidente Isaac
Herzog, han pedido al jefe de gobierno que suspenda el proceso
legislativo que desembocaría en una severa destrucción de la
formalidad democrática del Estado hebreo. El primero dijo que, aunque
mantiene su compromiso con el partido gobernante, el Likud, los
grandes cambios a nivel nacional deben hacerse mediante deliberaciones
y diálogo. No es el único: Netanyahu enfrenta la renuencia de varios
ministros de su gabinete que le piden detener la modificación legal, y
hoy se espera que comience una huelga de hambre frente a la oficina
del premier, protagonizada por autoridades locales de diversas
tendencias políticas. Todo ello, aunado al agudo descontento que se
expresa en movilizaciones en las principales ciudades israelíes por la
concentración de poder buscada por Netanyahu.
En el plano exterior debe mencionarse la renuncia del cónsul de Tel
Aviv en Nueva York, Asaf Zamir, quien calificó de decisión peligrosa
la reforma legal que se pretende imponer, lo que lo convenció de que
no podía seguir representando a este gobierno, y la profunda
preocupación de Washington –principal aliado y sostén de Israel en el
mundo–, a decir de la portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la
Casa Blanca, Adrienne Watson, por la inestabilidad política en el país
de Medio Oriente.
Lo más preocupante para los propios halcones de Tel Aviv, según
Galant: la creciente división social ha alcanzado al (ejército) y las
agencias de seguridad, en lo que constituye una amenaza clara,
inmediata y tangible a la seguridad de Israel.
No podía ser de otra manera: una democracia que lo es sólo para un
grupo de la población y que excluye, segrega y despoja al resto tenía
que entrar tarde o temprano en una deriva totalitaria y en una crisis
de grandes dimensiones. Al persistir en entregar el poder a
formaciones cada vez más derechistas, racistas y neocoloniales y al
legitimar las estrategias de limpieza étnica, masacres, asesinatos
selectivos, saqueo de territorios y recursos, la sociedad israelí
estaba alimentando un monstruo político que ahora se vuelca en contra
de los fundamentos mismos de esa peculiar democracia segregacionista.
Cabe esperar que la crítica circunstancia actual lleve a los sectores
mayoritarios de Israel a cobrar conciencia de la vertiente criminal
que marca al Estado israelí, que se produzca en el ánimo nacional un
vuelco hacia la aceptación de la única solución histórica posible: la
conformación de un Estado palestino en los territorios ilegalmente
ocupados por Tel Aviv en 1967 –Gaza, Cisjordania y la porción oriental
de Jerusalén– y el fin de una ocupación que ha envilecido y
militarizado al país ocupante. Sólo de esa forma será posible
prescindir de las formaciones ultraderechistas, fundamentalistas,
autoritarias y antidemocráticas que se han hecho con el gobierno de
Israel durante demasiado tiempo.
fuente: https://www.jornada.com.mx/2023/03/28/edito
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