Héctor Vargas Haya
Deprime tener que referir la serie de degradantes epítetos contra el Perú, derivados de la anárquica conducta política y moral impresa durante su accidentada vida republicana, iniciada el 28 de Julio de 1821, fecha en la que la nación se desprendiera del paternalismo colonial, en el afán de liberarse para ser una república independiente, pero aunque no resulte grato decirlo, se produjo una suerte de “rompan filas” de una sociedad que se desbordó irresponsablemente, dejando la sensación de que no habría sido positiva dicha transición, comprobada a poco de la Declaración de la Independencia por el propio Libertador San Martín, quien sin ambages, se vio obligado a proponer la conveniencia de que el Perú fuese una Monarquía Constitucional, presidida por un Príncipe europeo, que sin duda, de haber prosperado su iniciativa, otro habría sido el destino del Perú.
Por su condición de país privilegiado, emporio de gran riqueza en todas sus regiones, pudo haberse convertido en nación líder, pero no fue así, y marcha casi a la deriva con piloto automático, mientras se arma la fiesta de la proclividad hacia el fácil y desvergonzado tráfico impune de groseros privilegios y mercado de corrupción, institucionalizados por tránsfugas de la moral, fabricantes de farsas, tartufos. Esta zoológica, jauría de impostores que pululan en la sociedad son los que sirvieron de generadores de adjetivos descalificadores de una nación que merece otro destino y mejores designios.
Y aun cuando no resulte agradable repetir los epítetos que el país ha recibido, podría ser aleccionador referirlos, quizá en un intento de borrarlos mediante cambios de conducta y enmienda de rumbos. Los siguientes son los vejatorios epítetos, que desgraciadamente forman parte de la accidentada Historia Peruana: “País enfermo de lacras morales incurables…, por Porras Barrenechea, su ibro Páginas Libres”.- “País de oro y esclavos”, por Bolívar en su famosa “Carta de Jamaica” “País anárquico” por San Martín. “Un mendigo sentado en un banco de oro”, por Raimondi, en su “Memorias”. “País del patrioterismo”, por Manuel A. Fuentes, en su obra “El Murciélago”. “País retrato de un país adolescente”, por Luis Alberto Sánchez, título de su libro del mismo nombre. “El Perú es un burdel”, por Pablo Macera, reproducido por Marco Aurelio Denegri, en su libro “Miscelánea Humanística”- “Nación inconclusa”, por José Matos Mar, en su libro “El Desborde Populr”. País de la partija”, por León de Vivero, en su libro:”El tirano quedó atrás”- País de Pepe el vico”, autor desconocido.- “País pacifista”, título adjudicado por la Comunicada Sudamericana, por haber cedido, “muy gentilmente”, más de dos millones de su territorio. “Perú: un problema”, Jorge Basadre“, en su libro: Sultanismo, corrupción y dependencia en el Perú” País reacio a su Independencia, por Heraclio Bonilla, en su libro “Metáfora y Realidad de la Independencia del Perú”.- “País ingobernable”, por la prensa francesa.
¿Qué podríamos esperar si durante la etapa republicana transitaron en el Perú más de un centenar de “presidentes”, mayoritariamente militares, que alternaban con sátrapas civiles, fabricaron veintitrés “constituciones” y que en sociedad lotizaron el territorio peruano para repartirlo entre los países vecinos, hasta el extremo de haber logrado reducirlo, de Tres millones de km2 a sólo 1’285,000 km2. Y a partir del año 2001, más de Diez “presidentes de la República“ se han sucedido, desde el 2001 al 2023, ocho de ellos con procesos criminales y que serán huéspedes de un recinto penitenciario, y junto a ellos un ejército de expertos en la trapisonda que esperan su turno ante los estrados judiciales? La respuesta es obvia y en consecuencia, los epítetos que a modo de títulos o motes le fueron adjudicados al país, aunque penosos, son la consecuencia de la cosecha.