El FASCISMO ISRAELI DIVIDE AL CAMPO SIONISTA. LOS Y LAS PALESTINAS DEL
48 (INTERIOR DE ISRAEL) DEBEN FORJAR SU PROPIA OPOSICION
Por Amir Majul
Mientras el gobierno de extrema derecha de Netanyahu se apodera del
control, en Israel se gesta un violento conflicto interno como no se
presenciaba desde mediados de los 90.
El distanciamiento de las élites políticas y sociales israelíes
conduce vertiginosamente al país hacia un abismo sin fin. Los
recientes llamamientos del político de extrema derecha Almog Cohen, de
Otzma Yehudit (Poder Judío), y de uno de los dirigentes más destacados
del partido, el ex general de brigada Zvika Fogel, para detener por
traición al ex ministro de Defensa Benny Gantz, al ex primer ministro
Yair Lapid y al ex general de división Yair Golan son una incitación a
la violencia política.
Un síntoma indicativo se produjo a principios de este mes cuando un
conductor progubernamental del asentamiento de Elad intentó atropellar
a decenas de estudiantes en Birsheba cuando protestaban por la
decisión del gobierno de limitar los poderes judiciales. El cambio de
política concede al Parlamento la autoridad para anular las decisiones
del Tribunal Supremo israelí con una mayoría simple de votos así como
el derecho a nombrar jueces.
Asimismo Cohen y su partido han intervenido en la creación de una red
de milicias armadas semioficiales dedicadas a atacar a los palestinos
de las áreas de 1948 [interior de Israel] en el Naqab (Negev) y en las
ciudades costeras. Las milicias están respaldadas por la policía
israelí. Asimismo Cohen había alardeado previamente de haber pisoteado
a un padre y a sus dos hijos palestinos en la ciudad beduina de Rahat
(Naqab) cuando era agente antidisturbios de la policía de fronteras.
Lucha por la legitimidad
Pero la mayor amenaza es la ausencia de autoridad del primer ministro
Benjamin Netanyahu y la consolidación de la autoridad de todos los
ministerios del gobierno dirigidos por miembros de los partidos
sionistas religiosos que no están obligados por ninguna orden ni
directiva. Así se hizo oficial a finales de diciembre, cuando
Netanyahu y el partido Likud firmaron los acuerdos de coalición que
incluyeron nombramientos, políticas detalladas y enmiendas. Estos
acuerdos se han convertido en ley.
La lucha por la legitimidad entre políticos opuestos se ha convertido
en la señal que mejor ilustra la inminente crisis en Israel. Supone
además un cambio de dirección más que una mera discordia política pues
la cultura del odio y la violencia de derechas entre los partidarios
de los partidos sionistas religiosos así como las temerarias
acusaciones de traición de sus dirigentes y la negación de legitimidad
a la oposición pueden acabar en un baño de sangre interno.
A simple vista parece que el movimiento de centro-derecha y los
periódicos liberales aceptaron los resultados electorales. Pero no se
reconoce la legitimidad del nuevo gobierno y se habla de golpe contra
el régimen israelí. Incluso el estamento de la seguridad se ha visto
superado por los abusos de la actual mayoría en la Knesset. Pero el
epicentro de la crisis israelí no desafía las políticas opresivas del
Estado sino la composición del sistema gobernante.
Lo que Israel ha presenciado durante mucho tiempo es que quien
controla el aparato del Estado ostenta el mayor poder aunque no cuente
con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos. Se está modificando el
aparato estatal desde dentro para beneficiar acciones de políticos
incluso después de que su gobierno haya acabado –si es que alguna vez termina.
Por ejemplo, el rápido acatamiento del aparato estatal, especialmente
de la policía, que declaró abiertamente que seguirá las órdenes de
Ben-Gvir, es una señal de lo que está por venir y del equilibrio de
poder interno en el Estado de Israel.
La división política en Israel se caracteriza además por la existencia
de dos bloques que compiten por el poder, la extrema derecha sionista
religiosa y los partidos de centro-derecha. El paisaje político no
cuenta con una verdadera izquierda autosuficiente y capaz de
enfrentarse a los fundamentos de la política de Israel, especialmente
en lo que respecta a la ocupación y al racismo.
Los partidos de centro-derecha no son beligerantes con la extrema
derecha, más bien procuran preservar las herramientas del juego
democrático y la estructura del Estado en su forma actual, en
particular el sistema judicial y la separación de poderes.
El centro-derecha israelí –Yesh Atid, Azul y Blanco/Unidad Nacional, y
Yamina/Hogar Judío– es obstinado, metódico y rápido en moverse en este
sentido, y apuesta por la opinión pública judía. Tampoco le interesa
una alianza con las masas árabes palestinas aunque le preocupa que le
apoyen pero sin alzar su voz independiente, no como socias, y sobre la
base del programa del centro israelí, que ni siquiera aborda la
cuestión de Palestina ni la del racismo hacia la ciudadanía palestina
de su Estado.
No obstante, se está produciendo un violento conflicto interno que
Israel no había presenciado desde mediados de los años noventa. No se
debe a que el centro-derecha haya pasado a las filas de la oposición
sino a que la derecha sionista religiosa en el gobierno está
planificando la remodelación de la estructura de las instituciones del
Estado e imponer su ideología fascista.
El primer ministro ha asumido el papel de defensor de este plan y
ataca a la oposición y su legitimidad haciéndose la víctima como si no
formara parte del sistema aunque haya sido el jefe de gobierno que más
tiempo ha estado en el poder.
Netanyahu es consciente de la importancia de precipitar el golpe antes
de que estallen los conflictos dentro de su gobierno y de su
heterogénea coalición. A cambio, Ben Gvir da instrucciones a la
policía para evitar desórdenes, en referencia a las protestas de la oposición.
Transformación en un Estado fascista
Desde una perspectiva sionista, esta situación conduce al
debilitamiento de Israel como Estado. No obstante, hay varias
estrategias de salida posibles: Netanyahu podría lanzar una acción
militar no prevista para proteger su posición de gobierno. Pero es
poco probable, al menos a corto plazo. En su lugar, los dirigentes de
la coalición de extrema derecha están provocando un cambio fundamental
en las instituciones del Estado y provocado una quiebra profunda en la
sociedad israelí. La transformación de la democracia israelí en una
dictadura y un Estado fascista está en el origen de la crisis con los
judíos estadounidenses y la administración Biden. Netanyahu pretende
preservar la fachada de que su gobierno es democrático y ganar
legitimidad internacional.
Otro escenario improbable a la luz del actual equilibrio de poder en
Israel sería derrocar al gobierno de Netanyahu. La inestabilidad está
provocando que parte de la población abandone el país, lo que puede
conducir al deterioro de la economía israelí, de su calificación
crediticia y del nivel de inversiones externas, indicadores éstos de
una crisis global.
Por otro lado, los partidarios de los partidos del gobierno –del que
forman parte grupos terroristas de organizaciones de colonos y
milicias– están dispuestos a asaltar la Knesset y el Tribunal Supremo
cuando lo consideren necesario. De hecho, no es casualidad que los
tres partidos religiosos sionistas exigieran los ministerios que se
ocupan exclusivamente de la cuestión palestina en toda la Palestina
histórica, a ambos lados de la línea verde.
Sin embargo, también los grupos de la oposición legitiman o ignoran
las cuestiones relacionadas con las y los palestinos del 48: la
violación de sus derechos colectivos, el racismo estructural e
individual que sufren así como la limpieza étnica y la judeización del Naqab.
El racismo estructural continúa
De hecho, son los grupos de la oposición los que avivan con frecuencia
las llamas racistas en un intento de ganar legitimidad en la calle
israelí, como cuando se oponen a que los activistas enarbolen la
bandera palestina en las manifestaciones antigubernamentales.
Por tanto, esto exige que las y los ciudadanos palestinos de Israel
reorganicemos nuestro movimiento político y popular para protegernos
como pueblo y como causa. Además, nuestra oposición al gobierno actual
debe apartarse de la israelí: un movimiento de resistencia
independiente basado en nuestra propia agenda única.
El clima actual muestra suficientes indicios de que la transición al
fascismo aún no se ha completado pero la deriva fascista no ha hecho
más que reforzarse desde que los partidos de extrema derecha se
hicieron con el control del gobierno y de los aparatos del Estado.
En resumen, Israel se encuentra en medio de una transformación
política que tendrá implicaciones a gran escala en lo internacional,
lo económico y lo financiero, que van a empeorar en un futuro próximo.
Aunque la oposición al gobierno de Netanyahu se esté avivando con
fuerza y se cuestione su legitimidad, quienes se manifiestan lo hacen
declarándose interesadamente israelíes sionistas, sin consideración
alguna por la cuestión de Palestina ni por las luchas de las y los
palestinos del 48, sin querer siquiera su colaboración en pie de igualdad.
La única manera de avanzar para hacer resistencia al gobierno fascista
sería adoptar una estrategia de doble vía: una para la oposición
israelí y otra para los y las ciudadanas palestinas de Israel,
injustamente señaladas, atacadas, criminalizadas o expulsadas por
completo del diálogo político. Aun así, para deslegitimar la coalición
gobernante israelí, resolver la situación y transformar el equilibrio
interno es imprescindible toda la presión palestina, árabe e internacional.
originalmente publicado en Middle East Eye
Traducción Viento Sur: Loles Oliván Hijós