Editorial de MARKA. 17 DE DICIEMBRE 2022
Se equivocaron de medio a medio quienes creyeron que sería fácil derribar al Presidente Castillo y restaurar impunemente el dominio Oligárquico en nuestro país.
Si tener visos de visionarios, en distintas ocasiones dijimos desde las páginas de “Marka”, que intentarlo equivaldría a abrir una virtual Caja de Pandora.
El Perú es un país muy extenso, diverso y complejo; tiene una muy rica historia; y su pueblo, una valerosa tradición de lucha cimentada en el combate de varios siglos por su liberación nacional y social. Aplastarlo luego que se le diera algunos visos de libertad signados por la victoria popular de junio del 2021 resultaba, por lo menos, temerario.
Y los hechos lo han confirmado. Hoy el Perú es un muy áspero terreno de confrontación en el que fluye la violencia y la sangre. En las tres regiones de la patria, pero también en el norte el centro y el sur, se expresa de manera enérgica la voluntad de las grandes mayorías nacionales que repiten con firmeza las palabras de Micaela Bastidas: “ya no estamos dispuestos a aguantar todo esto”.
Finalmente está claro que más allá del debate en torno a los detalles de lo ocurrido el pasado 7 de diciembre; en esa circunstancia la Oligarquia asestó un golpe al pueblo y desplazo a quien encarnaba –con todas sus limitaciones y defectos- un proyecto popular inédito en la historia peruana. Pedro Castillo, con aciertos y errores, llegó efectivamente al corazón de los peruanos y despertó el aliciente de un cambio que hoy luce ineluctable.
Las encuestadoras, siempre al servicio de la clase dominante, habían incubado la idea que el Mandatario peruano había perdido popularidad y que su aceptación bordeaba apenas el 30% de las opiniones consultadas. No les importó saber que el Congreso de la República tenía menos del 10% de esa voluntad, y pensaron más bien que su baja estima, se debía a su poca capacidad para enfrentar al Ejecutivo.
La verdad era otra, y nunca fue reportada: la ciudadanía pensaba que si vacaban a Castillo, debía también cerrarse el Congreso. De esa idea surgió la frase “que se vayan todos”, que aún tiene vigencia. No existió nunca, entonces, la posibilidad real de prescindir unilateralmente del Jefe del Estado y dejar intacto el Poder Congresal.
Hoy, los hechos de alguna manera se han consumado. Pero el país, es una hoguera viva. Andahuaylas, el Cusco, Arequipa, Puno; pero también Junín, Ica, La Libertad y la selva peruana de comienzo a fin, escriben una historia de sangre que no habrá de derramarse en vano.
El pueblo peruano no acepta lo ocurrido. Millones de peruanos de uno a otro rincón de la Patria exigen la libertad inmediata de Pedro Castillo y el fin de la persecución contra él, su familia y Aníbal Torres, Bétsy Chávez y otros; objetan a Dina Boluarte como Jefe del Estado: recusan al Congreso de la Republica como depositario de la voluntad ciudadana y desconfían del supuesto “adelanto de elecciones” que luce lejana, a destiempo y desconectado de la realidad viviente.
¿Alguien cree, por ventura, que el actual Congreso podría aprobar reformas constitucionales y legales acordes con las necesidades del país y los intereses del pueblo, para asegurar elecciones realmente democráticas y libres? ¿Alguien piensa que la precaria “mayoría parlamentaria” construida para derrocar a Pedro Castillo en seis minutos y sin el menor respeto a los procedimientos formales, y violando descaradamente sus propios reglamentos, es capaz de preservar los derechos y los intereses del pueblo?
Ciertamente que nadie cree eso. Y nadie tiene tampoco la menor confianza en las fuerzas políticas de la reacción, sus ocasionales partidos y sus colectivos precarios; en los medio de comunicación de la de la “Prensa Grande” fervorosos áulicos de la Mafia; en el Ministerio Público y en la Fiscalía de laNación, en manos de gentes vinculadas al narcotráfico y a otras corruptelas. A eso alude la gente cuando dice ¡que se vayan todos!
Bien puede decirse que el Perú en la antesala de un conflicto mayor. Impropiamente podría usar la frase “guerra civil” porque para que ella exista, tendrían que combatir dos ejércitos elementalmente equiparados. Y el pueblo peruano no cuenta con uno a su servicio. Pero sí puede perfilarse un escenario duro de una confrontación en la que participen millones de peruanos.
En el marco de ella la Fuerza Armada tendría una gran responsabilidad, y un inmenso deber. Podría actuar como la Fuerza Armada de Fujimori que desplegó una guerra de exterminio contra las poblaciones del interior del país saqueando, de paso, el erario público. O podría evocar a la Fuerza Armada de Velasco Alvarado, para afirmar un derrotero de profundos cambios sociales inherentes a las urgencias de nuestro pueblo.
Esto, no dependerá exclusivamente de los mandos castrenses. También de la fuerza del pueblo, de su capacidad de convocatoria, y de movilización. Ellas habrán de afirmarse en la herencia que nos legaran quienes combatieron antes, desde Túpac Amaru hasta nuestros días.
Nada, en el Perú se hoy, está consumado. El futuro se está escribiendo ahora mismo en calles y plazas; en montañas y en quebradas; en valles y en caminos; y en la palabra de hombres, mujeres y niños que levantan la dignidad como bandera.
Ahora, más que nunca, la Unidad, la Organización, la Conciencia y la lucha, toman forma definida y convocan a todos los peruanos.
Se trata de un llamamiento inexcusable (fin)