Héctor Vargas Haya
Dejo constancia de que ni siquiera voté por el presidente Castillo, no soy por tanto su adepto, pero sí me
considero pertinaz defensor de la verdad y la justicia, contrario a la perfidia y a la corrupta actuación de los que
actúan a consigna, militantes del odio y la segregación. Viene a cuento este preámbulo, a propósito de la pertinaz acusación de “traición a la patria”, al Presidente en ejercicio, por mandato ciudadano, sólo por haber insinuado una consulta ante la solicitud de Bolivia para transitar por territorio peruano, en su aspiración de salir hacia el mar.
Son los mismos, que en cambio, silenciaron, cuando Alan García le permitió a ese país, tránsito libre por el territorio peruano hasta el Océano Pacífico, y en mayor grado, Alberto Fujimori, quien hasta le concedió el libre uso del Puerto moqueguano para que realizara libremente sus operaciones comerciales .
Lo que aconteces, no es el supuesto patriotismo de los “patriotas a sueldo”, sino la consigna segregacionista
de los acostumbrados a cierta subalterna obediencia bajo el imperio de la paga o del látigo, y ni siquiera se miran en el espejo, se tiñen y maquillan para simular alcurnias. Ya lo dijo con elegancia un gran demócrata embajador de la democrática República de Uruguay, ante la OEA: “la elite peruana no tolera que una persona no tan blanca pueda presidir a su país”, y ni siquiera intentan mirarse en el espejo.
Si de traición a la patria se trata, hasta se glorifica a los felones que suscribieron baldones “bautizados de
tratados de paz, por los que enajenaron el territorio, peruano, que de más de tres millones y medio de kilómetros cuadrados con que contaba el Perú antes de la instalación de la República, hoy sólo lo queda un millón doscientos ochenta y cinco mil km2. Echenique inició la vendimia con el tratado Herrera-Daponte Rivero, por el que se estableció la frontera Perú-Brasil, que significó casi el área actual de Loreto.
El presidente José Antonio Pezet, fue el firmante del baldón denominado “Tratado Vivanco-Pareja”, que originó el Combate del Dos de Mayo en 1868, en el que gracias a la Cuádruple Alianza de ejércitos, a los que convoco Mariano Ignacio Prado, se evitó que el Perú retornara al poder de los conquistadores. Y el tirano Leguía, en 1932 firmó el baldón denominado “Tratado Salomón Lozano” por el que vendió a favor de Colombia, la provincia de Leticia, la que después de haber sido recuperada por una acción patriótica del Frente Patriótico de Loreto, le fue devuelta por el general Oscar R. Benavides, por intermedio del presidente colombiano Enrique Herrera, en enero de 1933.
Actos de traición fueron, el llamado protocolo del Rio de Janeiro, firmado por Manuel Prado y por el que le entregó al Ecuador más de 100 mil km2, de territorio, en el que se halla el Triángulo de Sucumbios, rico yacimiento petrolero y convirtió al Ecuador en país amazónico. Lo fue, igualmente el Tratado de 1998, suscrito por Fujimori, por el que le obsequió al Ecuador, la libertad de instalarse en dos enclaves económicos de 150 km2 cada uno, en los puertos de Pevas y Saramiriza frente a la ciudad de Iquitos, los que aún no han sido ejecutados, constituyen una “Espada de Damocles”, éxito que el
Presidente Mahuad calificó de “soberanía ecuatoriana funcional”. Cerca de una decena de baldones figuran en el
libro “Antología de Traiciones”
Traidores a la patria, en la guerra con Chile fueron: Nicolás de Piérola, Miguel Iglesias y Agustín Belaunde; el
primero, o sea Piérola, no sólo firmante del nefasto contrato Dreyfus con el que entregó toda la riqueza guanera al consorcio inglés, aliado de Chile, sino que como dictador, en 1879, disolvió las tropas peruanas y se fugó a la Sierra, por Cantogrande, acompañado de militares y permitió el fácil ingreso de las atropas chilenas en el combate de Chorrillos y Miraflores. Y el segundo, general Miguel Iglesias, el que negoció su libertad con Chile, poniéndose al servicio del ejército comandado por Patricio Lynch, para enfrenarse al ejército de Cáceres, y luego cumplió sus promesas de rendición y entrega de las provincias de Tacna, Arica y Tarapacá, cuyo corolario fue el baldón denominado “Tratado de Ancón”. Fue el mismo que traicionó al Presidente Lizardo Montero y propició, en comparsa con Piérola, la rendición de Arequipa, doblegando al alcalde arequipeño, Armando de la Puente. Y luego el general Agustín Belaunde que abandonó el comando de la tropa bajo su dirección y se internó en territorio chileno.
En el “Compendio de “Curiosidades de la Historia del Perú”, Luís Antonio Eguiguren, (1945), refiere que el almirante Miguel Grau, comandante del “Huáscar”, dio cuenta a la Comandancia General de la Escuadra de Evoluciones y al Ministro de Guerra y Marina, por oficio de 10 de octubre de 1874, que había apresado al referido vapor “Talismán” que transportaba armamento y municiones. Que al ser sorprendidos, en el Puerto de Ilo, sus tripulantes, entre ellos Piérola y un militar de apellido Escobar, escaparon y se escondieron entre los trenes del Ferrocarril. Que la nave “Talismán” conducía a Nicolás de Piérola, 48 individuos y un cargamento bélico, verificado por el teniente Diego Ferrer, quien tomó posesión del buque.
Que una guarnición a cargo del teniente Pedro Cavero, recogió el armamento abandonado, consistente en
rifles, 30 cajas de municiones (chasepeau), 32 cajas de cápsulas Zinder, un cajón de mochilas y 16 cajones
de ropa. Que el 18 de noviembre, una multitud había esperado a los potadores del cargamento, en la nave
“El Chalaco”, comandada por el capitán de fragata, Carlos Ferreyros, con los detenidos, el capitán del barco,
el piloto y tres marineros ingleses.
De todo eso nada se dice, porque otro es el tema: el segregacionismo. Y vergonzosamente, hasta se ha llegado a encumbrar y rendir homenaje a los traidores reales, con cuyos nombres y apellidos se bautizan calles, avenidas, paarque y locales escolares. Una vergüenza.