Editorial de revista Marka / 4 noviembre 2022
Este 4 de noviembre se recuerdan 242 años del inicio de la insurrección de José Gabriel Túpac Amaru, movimiento que remeció al Perú Colonial pero que conserva plena vigencia en nuestro tiempo.
Con su valerosa acción, el entonces Cacique de Pampamarca. Tungasuca y Surimana, dio inicio a la primera gesta libertadora de América. Gracias a ella, nueve años antes de la gran Revolución Francesa, las banderas de la igualdad, libertad y fraternidad, ondearon vibrantes en nuestra serranía y sellaron un destino que marcó para siempre el suelo americano.
Si quisiéramos evocar la heroica gesta del cacique, tendríamos que recordar que ella estuvo inspirada en los más altos valores de la peruanidad. Su conductor fue un verdadero Inca, que puso empeño en restaurar el legado de sus antecesores poniendo fin al bárbaro dominio ibérico en nuestras tierras.
Desde el 4 de noviembre de 1780, cuando en el Cusco se dio inicio al vasto movimiento revolucionario, la situación de los pobladores del sur peruano, cambió radicalmente. Nunca volvieron a ser los mismos de antes, aunque tuviesen que vivir algunos años más bajo el oprobioso yugo español. E grito libertario del indio, sonó tan fuerte, que aún se escucha en nuestro tiempo. Nunca llegó a ser apagado, no obstante la bestialidad de los conquistadores y llega a los oídos de los peruanos de hoy como un mandato ineludible,
Hay quienes, buscando subestimar la importancia de aquella acción, buscan menoscabar la valía del Caudillo. Aseguran que fue guiado por intereses subalternos y precarios; que no tuvo conciencia de Patria; que no promovió una verdadera lucha independentista; que buscaba apenas ubicarse en un lugar mejor en el concierto del dominio hispánico; que, en definitiva, fue el despecho, y el resentimiento, el que lo condujo a una protesta casi sin sentido. Todas estas apreciaciones, procedentes del mundo “criollo”, carecen de sentido. Cuando Túpac Amaru se alzó, se alzaron con él banderas de profundo corte nacional, que nos dejarían un legado de leyenda que perdura en nuestro tiempo.
Y es que la resistencia contra el dominio imperial, vino de antes. Y se expresó desde un inicio en el enfrentamiento de Calcuchímac, el guerrero inca aliado de Atahualpa y quemado vivo en la hoguera por los españoles; en la protesta alzada de Manco II; pero también en la larga batalla de Túpac Amaru I, a fines del siglo XVI. Y además, en el accionar guerrero de Juan Santos Atahualpa, que remeció la sierra central peruana, entre 1742 y 1756.
Cuenta la leyenda que este caudillo indio logró tener bajo su dominio todo el valle del río Perené y combatió en los territorios de la selva central y la serranía peruana. Nunca fue ni capturado, ni abatido. Simplemente desapareció con el tiempo dejando en la mente de muchos la idea que volvería, para ser millones.
De algún modo puede asegurarse que José Gabriel Condorcanqui -quien tomó el nombre legendario de Túpac Amaru en su memoria- recogió esta herencia de lucha y la convirtió en un poderoso acicate movilizador que entusiasmo a decenas de miles de pobladores del sur andino.
La participación de su compañera –Micaela Bastidas- y de numerosos caudillos indios del sur peruano, le dieron al movimiento una consistencia especial y lo tornaron imbatible por algunos meses. Sólo la movilización del ejército imperial pudo cambiar el escenario, y definir las cosas en favor de los opresores. Pero la suerte de Túpac Amaru y sus compañeros, y la sangre derramada por ellos quedó registrada en la historia.
Si hoy, 242 años después de lo ocurrido en Tinta, las poblaciones originarias continúan marginadas, si las Comunidades Campesinas siguen olvidadas, si los grandes retos referidos a la salud, la educación y el cultivo de la tierra, asoman todavía como inabordables para millones de peruanos; eso hay que atribuirlo no solo al dominio extranjero, sino también al inapelable fracaso de los 200 años de vida republicana, en los que los que una envilecida aristocracia criolla buscó perpetuar los mecanismos de dominación heredados de la colonia.
Ese segmento social aún reniega de los acontecimientos ocurridos en los primeros 25 años del siglo XIX. Para ellos, los países de América -sobre todo el Perú- no debieron nunca proclamar su Independencia. Y debieron más bien confirmar su condición de colonias de España en el mudo contemporáneo. Eso lo sustentan voceros de la ultra derecha que, al mismo tiempo, cantan loas en homenaje a VOX, el movimiento más reaccionario de la España actual
Para los pueblos de nuestro continente, las cosas tienen otro sentido. La Independencia y la Soberanía de los Estados, unidas a una genuina Democracia, asoman como valores esenciales de nuestro tiempo. Y las personalidades que antaño hicieron valer la historia -como Túpac Amaru, o Túpac Katari- brillan con luz propia y se expresan en el rechazado de los pueblos a los planes hegemónicos del Imperio.
Si ayer fue España, hoy es Estados Unidos de Norteamérica, quien simboliza el Poder que resulta indispensable abatir para dar paso a un nuevo curso de la historia. En ese esfuerzo, anida la voluntad de todos los que impulsan transformaciones profundas ligadas al destino de todos nosotros.
El futuro de América Latina tendrá que ver siempre con el ejemplo de este valeroso combatiente. Túpac Amaru volverá en el escenario continental y sus grandes ideales coronarán el esfuerzo de las nuevas generaciones. Y es que, cuando la clase dominante crea todo consumado «gritando ¡libertad! sobre la tierra / ha de volver / Y no podrán matarlo.. !»