Por Gustavo Espinoza M.
Finalmente, el Presidente Castillo decidió acudir a la Organización de Estados Americanos -la OEA- para encontrar amparo ante la casi indetenible ofensiva de sus adversarios unidos en un solo propósito: sacarlo del Gobierno a como dé lugar.
Algunos han interpretado el hecho como un manotazo de ahogado. Casi como el último recurso que le quedaba a un Mandatario arrinconado en una batalla por cierto desigual. Otros, han percibido el hecho como la expresión de una voluntad que no tiene vuelta: Pedro Castillo está dispuesto a ir hasta el fin en defensa de sus fueros. Y si no logra revertir la crisis en el escenario aquí, no duda en recurrir a las instancias internacionales.
Pareciera que desde un inicio el Mandatario peruano intuyó que algo de eso habría de ocurrir Por eso puso empeño en procurar un nexo vivo con la OEA, pagando un precio ciertamente comprometedor: sin renunciar a su proyecto interno, su administración no se sumó nunca a la corriente transformadora representada por el proceso bolivariano.
Relaciones con los países del ALBA, si, pero a distancia. Amistad con Cuba, Venezuela y Nicaragua, también, pero “de lejitos” para no asustar al ogro del norte. Así, una convivencia mutuamente beneficiosa -y oportunista, sin duda- a la que ahora, el maestro rural busca sacar provecho.
Ni el país ni los peruanos tienen razón alguna para confiar en la OEA. Su origen, trayectoria, y acciones de hoy, la perfilan como acertadamente se le denominara antes: el Ministerio de Colonias creado por la Casa Blanca para mantener en el redil a los países del nuevo continente.
A lo largo de más de 70 años, la OEA ha confirmado su papel como gendarme del Imperio. Así ocurrió en Guatemala, en 1954; Cuba, desde 1959; Grenada, en 1983; Nicaragua, en los 80 y hasta hoy; Panamá en 1989; Venezuela, sobre todo desde comienzo del nuevo siglo.
En contra partida, la OEA apañó a lo largo de su historia, a las camarillas asesinas del proceso brasileño del 64; a las dictaduras siniestras de Pinochet, Videla y Álvarez; no le hizo ascos al Golpe de Estado que derribó en Paraguay al Presidente Lugo; ni al que acabó con el gobierno de Zelaya, en Honduras; y muchos menos al que aconteció contra Dilma Rousseff y abriera la puerta a la figura diabólica de Bolsonaro. Ni tampoco a al derribo de Morales en la Bolivia de la década ´pasada. Allí, hasta metió la mano.
La OEA, como todo esto fuera poco, alentó a las bandas delictivas y a los grupos fascistas que en Caracas pretendieron derribar a Hugo Chávez primero y a Nicolás Maduro, después; y a las que en la Patria de Sandino se alzaron en el 2018, para atormentar al pueblo de Nicaragua. Toda una ejecutoria siniestra por cierto, que fue vista por el mundo con indignación e ira por los pueblos de nuestro continente.
¿Qué razón tendría el pueblo peruano y nuestro país para confiar en la “Carta Democrática” de la OEA? Ninguna, por cierto. Imaginarlo, sería como confiar en el gato y ponerlo de guardián de la despensa. Pero curiosamente Castillo si podría esperar algo de ese engendro.
Lo que ocurre es que Estados Unidos no tiene siempre un mensaje uniforme. Uno es el discurso de Biden, por ejemplo; y otro el de Trumph. Una, es la práctica del Departamento de Estado USA, y otro el accionar de la Agencia Central de Inteligencia –la CIA- que obra muchas veces por su propia cuenta, como también lo hace el Pentágono. Es que el Imperialismo fue siempre un monstruo con varias cabezas. La OEA es también una de ellas. Pr lo demás, Biden y Blinken no tendrían por qué temer a Castillo.
Asesorado por diplomáticos bien informados, ha invocado los artículos 17 y 18 de la Carta que fuera asumida por la OEA a iniciativa del gobierno peruano luego de la crisis generada a comienzos del nuevo siglo por Alberto Fujimori y su pandilla. En líneas gruesas, el articulo 17 reconoce la posibilidad de un mandatario que ve en riesgo el proceso político que representa, y su propio ejercicio del Poder, para solicitar la mediación de la OEA. Y el 18 señala un procedimiento que lo ampare en tal circunstancia. Ambos recursos, calzan en el escenario peruano de nuestros días.
Aquí, en efecto, se registra una carga violenta contra el Presidente de la República. Se presentaron contra él, varias denuncias y se plantearon acusaciones de grueso calibre. Las formuló la Fiscalía, diversos parlamentarios y la “Prensa Grande”. Pero en todos los casos, se ha tratado de versiones, algunas de las cuales pueden lucir verosímiles, pero ninguna se ha probado por una razón muy simple: no ha habido proceso alguno, y nadie ha podido ejercer la defensa del acusado.
Es más, cuando un ministro ha hablado para justificarlo, le han dicho que se calle, y que renuncie porque de lo contrario, será “cómplice” del investigado. Y cuando algún parlamentario se ha negado a votar por la vacancia, lo han amenazado con el desafuero y la cárcel. Esa, ¿es la garantía del “debido proceso” que se le plantead al Presidente?
Hay quienes dicen que “todos los indicios lo acusan”, pero nadie puede ser derribado ni condenado por indicios. A Castillo buscan ya “suspenderlo”, sin haberlo juzgado. Y para lograrlo, han incriminado a toda su familia, allegados, colaboradores, amigos. Todos, integran “la organización criminal”, son “cómplices” de ella. O lo acusan, o van presos.
Eso explica el SOS del Mandatario, aunque sus adversarios lo maldigan. Pero ellos, que no quieren a la OEA, fueron antes tocar su puerta para anular su elección. Buscaron “la injerencia externa”, que hoy rechazan.
Mal que bien, la OEA ya está en la pelea. Y al iniciar el primer round, amparó a Castillo. ¿Qué vendrá ahora? ¡Habrá que ver! (Fin)