Editorial de la revista MARKA / 15 octubre 2022
Los comicios del 2 de octubre pasado y los acontecimientos derivados de esa confrontación, nos obligan a replantear el tema de las banderas populares, como un modo de recomponer el escenario de nuestro tiempo y señalar los objetivos de clase por los que vale la pena combatir en las circunstancias de hoy.
Es claro que las elecciones regionales y municipales registradas recientemente, mostraron la existencia de un país severamente fracturado. Algunos expertos hablan incluso de dos países.
Uno lo configura Lima, donde predomina un sentimiento conservador y una opción centralista, y en el que se considera a la población del interior del Perú como una suerte de “carga” que implica un “pasivo” al que admitir aun a regañadientes. El otro, se diseña desde las entrañas del Perú y se integra con los movimientos regionales o locales que miran a distancia, y con desconfianza creciente, a la ciudad capital, que centraliza todo, y que sólo piensa en su bienestar y provecho.
Quizá en esa confrontación radique la crisis de los Partidos Políticos, que se manifestó en comicios anteriores, pero que hoy se amplió de manera significativa.
Ya no hablamos de los denominados “partidos históricos” –el APRA, Acción Popular o el PPC- que simplemente se esfumaron en el escenario de nuestro tiempo; sino incluso de los “nuevos” Partidos que en Lima alcanzaron cierto predicamento, pero que en el interior del país se hicieron sencillamente humo. “Renovación” , “Avanza País” o incluso “Fuerza Popular” mostraron existir en la ciudad capital, pero perdieron sustento nacional y proyección, dejando el camino abierto a nuevas expresiones de la voluntad ciudadana.
En Lima mismo, sin embargo, las fuerzas “ganadoras” no pueden realmente cantar victoria. Rafael López Aliaga obtuvo el municipio capitalino con el 23% de los votos, es decir con 1’300.000 en una urbe en la que viven 11 millones de personas. Largamente fue mayor el número de votos viciados o en blanco, que aquel que mostraran su preferencia por la opción “triunfante”. Victoria Pírrica se le podría denominar al beneficiado con la misma.
En contraste, este porcentaje sirve para mostrar lo que podría haber ocurrido en esta Metrópoli si hubiese asomado en el escenario un candidato que represente la voluntad unida del movimiento popular. La Izquierda capitalina que en su momento con Alfonso Barrantes obtuvo el 36% de los sufragios, podría haber superado el 25% de los votos en las condiciones de hoy si hubiese logrado presentar una alternativa elementalmente aceptable para el común de los ciudadanos, pero tal hecho no se registró.
Los “clásicos” Partidos de la Izquierda, o callaron en todos los idiomas, o llamaron a votar en blanco simplemente porque no integraron ninguna de las dos listas que en teoría podrían haber interesado al movimiento popular. Perú Libre, con una candidatura que no hizo suya nadie más allá de su estrecha estructura partidista, alcanzó apenas el 1.4% de los sufragios, lo que fue ciertamente celebrado y explotado por la reacción.
Las fuerzas que ganaron los comicios en el interior del país no responden, sin embargo, a un criterio más o menos vertebrado. Se trata de movimiento disimiles que reflejaron puntos de vista incluso opuestos, y que sólo tuvieron en común su desconfianza al Poder Central, enceguecido y soberbio.
En algunos casos incluso, esos “movimientos regionales” escondieron el poder de segmentos nacionales vergonzantes, que no se atrevieron a competir con sus nombres, conscientes del desprestigio que ello les generaba, y prefirieron parapetarse tras membretes localistas. No inspiran, entonces, real confianza.
Más allá de las referencias a los resultados electorales, y de los análisis que se pudiesen hacer en torno a ellos, subsiste sin embargo, una realidad política particularmente preocupante: la mafia se siente fuerte y se proclama “ganadora”. Actuará, entonces en consonancia con ello y arreciará su ofensiva en todos los planos.
No se necesita escarbar mucho en la tierra para darse cuenta que lo que persiguen las fuerzas más reaccionarias, es simplemente dar al traste con el gobierno de Pedro Castillo. Aunque en la materia han sufrido ya diversos contrastes, no se arredran, e insisten en el empeño de “vacar” al Mandatario para hacerse ellos mismos del Poder y restaurar la gestión de la vieja oligarquía envilecida. No trepidan en consideraciones menores para lograr su propósito.
Por esto están ahora parapetados tras la Fiscalía de la Nación no obstante que la titular del cargo muestra inequívocos signos de corrupción que podrían realmente inhabilitarla a corto plazo. Y accionan a través de procedimientos burdos, que los llevaron ya más de una vez al fracaso de sus propósitos mezquinos.
Por lo pronto, aligeran ya la presentación de una “Acusación Constitucional” contra el Mandatario al tiempo que buscan “disminuir” el número de votos que se requieren para inhabilitarlo. Por una u otra vía, buscan deshacerse de un mandatario que les es adverso, y por el que sólo sienten repulsión y desprecio.
En ese esfuerzo es que la Mafia busca “consolidar” su presencia en cada uno de los estamentos del Estado. Lograron ya, en efecto apoderarse del Tribunal Constitucional y del Ministerio Público. Consiguieron también dar un paso firme eligiendo a José Williams en la Presidencia del Congreso de la República, y buscan obsesivamente controlar la “Defensoría del Pueblo”, y afirmar su influencia en el Poder Judicial para “salvar” a Keiko Fujimori y los suyos, a quienes les esperan largas condenas.
El tema está planteado, entonces, y las banderas populares no pueden ser arriadas. Hay que redoblar la lucha por forjar la unidad popular, construir la red organizadora que enlace a las poblaciones, incentivar la conciencia política de las masas y promover y alentar las luchas populares en todos los segmentos de la vida nacional.
Objetivamente está intacto el proyecto nacional por el que votara la ciudadanía en los comicios nacionales de junio del 2021. Y está en funciones el Gobierno que el pueblo eligió en esa circunstancia. Es deber elemental, entonces, tomar conciencia plena de la realidad y asumir el compromiso que demanda la historia.
Bien se dice que en los grades procesos sociales, no hay marcha atrás. No deberá haberla en este caso, que compromete el porvenir de la Patria. (fin)