En un significativo evento se conmemoraron en Lima, los 201 años de la Independencia Centroamericana. La embajadora de Nicaragua en el Perú, Marcela Pérez Silva pronunció las palabras de orden en nombre de la representación diplomática centroamericana acreditada en el Perú. El hecho tuvo lugar el pasado 15 de septiembre. Estas fueron sus palabras
La ceiba es el árbol de la vida. Es eje, unión, resistencia. Es el árbol sagrado de nuestros ancestros mesoamericanos. Cuentan los abuelos, que en el centro del paraíso se yergue una ceiba, en cuya copa moran los antiguos dioses. Bajo su sombra descansan hombres y mujeres que comen y beben manjares que nunca se agotan. Sus raíces se hunden hasta el inframundo, donde siguen viviendo los que ya no están. Cuentan las abuelas mayas, que de las entrañas de la ceiba brotó un día el universo entero. Los dioses, para orientarse, sembraron cuatro ceibas en cada uno de los rumbos del cosmos. La quinta ceiba quedó plantada en el centro del mundo. Ella es Yaxché. Nuestra madre ceiba.
Cinco son, como las ceibas, los países desprendidos de nuestro tronco común: Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. Nuestra república madre, la República Federal de Centroamérica, es nuestro pasado y nuestro futuro. A la vez, cicatriz de nuestras derrotas y luminoso derrotero de las victorias por venir. La primera moneda que acuñó nuestra república: el real, lucía una espléndida ceiba y una leyenda que decía: Libre crezca fecundo. La tarea, pues, de nuestras repúblicas hermanas debe ser la de crecer libres y fecundas. Y unidas, como las ramas al tronco de la madre ceiba.
Repasar la historia debe servir para alumbrar el presente y vislumbrar el futuro. Hoy que con-memoramos -rememoramos juntos- los 201 años de la Independencia de Centroamérica, es bueno que recordemos el ideal de lo que queremos ser. Ese objetivo aún no alcanzado que atisbaron nuestros independentistas. Nuestra historia es el camino que hemos ido construyendo hacia ese futuro. Sueño frustrado desde la disolución del pacto federal en 1839, pero que sigue vivo en el imaginario popular de nuestras comarcas. De nuestra nacionalidad, como llamaron nuestros próceres al, desde entonces, arraigado sentimiento de patria y de nación[i].
Así lo evidencia el hecho de que los embajadores de aquella Centroamérica embrionaria, nos hayamos reunido hoy, en este parque de Miraflores que celebra nuestra unidad y nuestra historia, bajo la atenta mirada del general Francisco Morazán -el Simón Bolívar de la América del Centro, como lo llamó José Martí-, para inquirir con los versos del Canto General de Pablo Neruda:
¿Es hoy, ayer, mañana? Tú lo sabes.
Alta es la noche y Morazán vigila[ii].
Nacimos como una nación indivisible. Desde aquel 15 de septiembre de 1821, en que declaramos nuestra independencia de España, nuestra contradicción fue -y siguió siendo- el sistema de gobierno que queríamos darnos los centroamericanos. Independentistas o filo-monárquicos, liberales o conservadores, separatistas o anexionistas. Criollos y mestizos enfrentados en guerra permanente. Mientras las potencias extranjeras –divide et impera– pugnaban por hacerse del codiciado botín[iii].
Las fuerzas populares y progresistas demandan el cambio. Las autoridades imperiales de la Capitanía, que hacían malabares por conservar sus dones y sus blasones[iv], deciden anticiparse y proclamar ellos la independencia “para prevenir las consecuencias, que serían temibles en el caso que la proclamase de hecho el mismo pueblo[v]”. Recién dos años después, el 1 de julio de 1823, las Provincias Unidas del Centro de América firmarán la Declaración de Independencia Absoluta y se reconocerán “libres é independientes de la antigua España, de Méjico y de cualquier otra potencia, así del antiguo como del Nuevo Mundo[vi]”.
Hoy tenemos una inmensa ventaja sobre nuestros independentistas: hemos logrado crear un instrumento de integración centroamericana, el SICA, y nos hemos insertado juntos en la comunidad de nuestros pares latinoamericanos y caribeños: la CELAC. Los Acuerdos de Paz de Esquipulas II, en 1987, marcaron un parteaguas en la historia de nuestra región: garantizando el derecho de las naciones a determinar, libremente, el modelo económico, político y social que cada cual quisiera elegir. Es decir, el “pluralismo político-ideológico, la democracia participativa, y la no injerencia externa en la decisión de elegir el propio modelo de gobierno”.Conservar la independencia de nuestras parcialidades y de nuestro Sistema de Integración, es la base para enfrentar el reto[vii]. Avanzar en la unidad, respetando nuestra diversidad.
Pronto celebraremos 31 años en el compromiso por hacer de Centroamérica un territorio de paz. Por construir una región resiliente y segura. Una nación de naciones: multiétnica, orgullosa de su historia y respetuosa de sus lenguas y sus culturas. Que promueva la equidad de género y ofrezca igualdad de oportunidades para todas y todos. Una Centroamérica unida en el esfuerzo por acabar con la pobreza y la desigualdad, por alcanzar nuestra seguridad alimentaria, proteger nuestros recursos naturales y combatir el cambio climático. Una patria de patrias hermanas, dispuesta a defender la soberanía y el derecho a la autodeterminación de nuestros pueblos[viii].
Y en eso andamos los centroamericanos y las centroamericanas: fortaleciendo la integración que nos llevará a la anhelada unidad. Construyendo nuestra identidad común. Esa con la que soñaba Rubén Darío cuando, dirigiéndose a los plenipotenciarios de Centroamérica, leyó su Canto a la Unión Centroamericana[ix]:
Unión, para que cesen las tempestades;
para que venga el tiempo de las verdades;
para que en paz coloquen los vencedores
sus espadas brillantes sobre las flores;
para que todos seamos francos amigos
y florezcan sus oros los rubios trigos;
entonces, de los altos espíritus en pos,
será como arcoíris la voluntad de Dios.
¡Que viva la independencia de Centroamérica!
¡Que viva la unidad de la patria grande!
¡Que viva la paz!
Muchas gracias.