CON MOTIVO DEL DIA DEL MAESTRO

REFLEXIONES SOBRE EL ROL DEL MAESTRO EN LA COYUNTURA ACTUAL

Por MANUEL VALDIVIA RODRIGUEZ

Intervención en homenaje al Dia del Maestro en encuentro de profesores egresados de La Cantuta

Amigas, amigos:

Estamos reunidos -reunidos es un decir, porque sólo estamos juntos de modo virtualpara celebrar el Día del Maestro, hoy, 6 de julio, fecha en que recordamos aquel lejano 6 de julio de 1822, cuando José de San Martín firmó el decreto que creaba la primera escuela normal de varones en Perú, antecedente de la Escuela Normal Superior de La Cantuta que albergó nuestros sueños de estudiantes.

Resulta un hecho simbólico que en días cuando se gestaba nuestra independencia, San Martín pensara que nuestro país debía contar con maestros formados como tales para contribuir a la educación de niños llamados a crecer honrando la patria naciente y haciéndola grande.

Ese espíritu es el mismo que nos anima hoy, no solo a quienes egresamos de la hermosa escuela situada en el cálido valle de La Cantuta, en Chosica, sino a todos cuantos en el Perú llevan el título de maestros. La historia no nos muestra detalles, pero es probable que, en aquellos años, cuando se comenzaba a construir un país independiente, los maestros de entonces afrontaban múltiples problemas. No serán los mismos, pero los maestros de hoy encuentran en su camino problemas de igual dimensión o tal vez mayores porque todavía está pendiente el cumplimiento de la promesa de la vida peruana de que hablaba Jorge Basadre.

La directiva de la promoción de ingresantes 1959 de la Escuela Normal Superior de La Cantuta, la última promoción que pudo disfrutar de la presencia de Walter Peñaloza como conductor de un equipo admirable de docentes, me ha concedido el honor de orientar la reflexión de esta reunión hablando del “Rol del maestro en la coyuntura actual”. Me permitiré rebasar el tema hablando no de la coyuntura, que vendría a ser sólo un momento de la vida nacional, sino de la situación de la educación, que nos aflige desde hace ya algún tiempo.

Como hoy es nuestro día, los maestros recibimos múltiples felicitaciones; escuchamos por todas partes hablar de la grandeza de nuestra tarea, de la bondad de nuestro quehacer, de la generosidad de nuestro empeño para con nuestros alumnos, sean niños, adolescentes o jóvenes. Al escuchar esos términos, los maestros tenemos que agradecer con un gesto de cortesía, con una sonrisa que, en el fondo, oculta o disimula nuestra honda preocupación.

En realidad -lo digo con cautela- no hay motivo para festejo, porque aquello que está pasando en nuestro país, no digamos en su vida social y política, sino mirando a nuestra educación, nos obliga a pensar en nuestra responsabilidad, en nuestro rol individual como docentes y también en nuestra misión como cuerpo profesional. Me concentraré en los problemas más que en los pasos exitosos, acogiéndome a la frase de José Carlos Mariátegui: “Pesimismo ante el presente; optimismo frente al futuro”. Algo que se dice en voz alta es que nuestro país necesita una mejor educación, una mejor educación para todos. Esta mejora es posible, aun en el sistema educativo que tenemos.

Pero depende de dos fuerzas que operan como tenaza, acercándose a la meta desde dos flancos. Uno es el flanco del Estado, comprometido con establecer y seguir políticas de largo plazo asumidas por sucesivos gobiernos, pues no basta un lapso de cinco años para impulsar la marcha correcta de un sistema educativo; el otro es el flanco de los maestros, que lo que nos interesa resaltar hoy que es nuestro día. Una de las condiciones para lograr una mejor educación es que ella sea pertinente, es decir, que responda a las realidades donde se desarrolla y a las características y condiciones de los educandos. Nos enorgullecemos diciendo que nuestro país posee una gran diversidad cultural; lo que no decimos es que nuestro país también es diverso, pero muy desigual, en lo social y económico.

Tenemos poblaciones que viven en pobreza y en pobreza extrema junto con segmentos sociales que pueden solventar más o menos sus necesidades, y cerca de otros, pocos, que viven en una opulencia insultante. Para estos últimos, la educación, sin ser la mejor, es distinta y conveniente a sus intereses; pero para los demás, que son la mayoría de la población peruana, la educación es igual, uniforme, y por eso mismo feble.

La Ley General de Educación Nº 28044, y antes la ley Nº 19326, dispusieron que la educación debía ser diversificada, y que debía adecuarse en formas, calendarios, contenidos, estrategias y metodologías a las características regionales y locales. Esta diversificación de la educación debiera comenzar como obra de los gobiernos regionales, seguida por el trabajo de las UGEL. Las acciones de implementación del sistema, el establecimiento de calendarios, las normas frente a situaciones de emergencia y otros les corresponden a los organismos de gobierno, pero hay un campo en el cual los maestros tenemos autoridad para intervenir en a la diversificación: es el campo del currículo y el de las acciones educativas. En ese campo es poco lo que se ha hecho y en ello tenemos responsabilidad nosotros, los maestros. Lenta, insensiblemente nos hemos convertido en piezas finales de un sistema cada vez más vertical. Hemos llegado a hacer lo que otros nos dicen que hagamos.

Y ello significa una renuncia a nuestra libertad profesional, una renuncia a la autonomía que nos corresponde como profesionales. Autonomía no quiere decir que se puede hacer lo que cada uno decide por su cuenta.

La autonomía y la diversificación se expresan y se concretan en los proyectos educativos regionales, en los proyectos educativos institucionales, pero estos, pese a estar normados por la ley, o no existen o son sólo documentos administrativos sin valor ni empleo. La falta de diversificación está haciendo daño inmenso sobre todo en poblaciones rurales, sobre todo en las escuelas unidocentes y las de polidocencia incompleta, que aplican -si lo hacen- un currículo diseñado para escuelas regulares. Y la falta de diversificación es todavía más grave allí donde los educandos hablan una lengua indígena como materna. La educación bilingüe no existe.

A lo más hay una educación intercultural, que tiene el defecto de estar encasillada en escuelas andinas y amazónicas. Si nos atenemos a la ley, la interculturalidad es un principio de la educación, de toda la educación, y no solo de la bilingüe. Este principio debe regir con más fuerza en las escuelas urbanas, donde los estudiantes deben aprender que la cultura de todos los pueblos tiene valor y que lo ideal es el diálogo intercultural, no la supremacía de la cultura urbana, que ni siquiera es manifestación genuina de las poblaciones citadinas de nuestro país, sino que está fuertemente influida y alterada por lo foráneo, reforzado por la actuación perniciosa de los medios de comunicación masiva. Un mal que agobia a nuestra educación es la exclusión, que por distintas causas está comenzando a afectar la escolaridad principalmente en la educación secundaria, donde hay ya señales de deserción de los estudiantes.

A ella se añaden las formas de exclusión que se producen en el interior de las escuelas por causa de la condición social, del origen racial o geográfico, del género o de alguna discapacidad. Esta exclusión puede ser disimulada, encubierta; pero puede tener expresión violenta como el llamado “bulling” o acoso escolar.

Este existe y ha llegado a ser tan cruel que ha ocasionado el suicidio de sus víctimas. Y no es el Estado quien puede hacer algo (aunque se habla sanciones carcelarias para los acosadores). Es la escuela, el equipo de maestros y la dirección de las instituciones. Son ellos quienes tienen un rol al respecto, pero no recurriendo al castigo, siempre ineficaz, sino formando personalidades respetuosas del otro, respetuosas de los derechos de los demás, conscientes del valor de la persona sea cual fuere su condición. Lo dicho suena a frase idealista, es cierto, porque la educación escolar debe enfrentar la los defectos de la educación social que proviene incluso de las familias, de los barrios, de los grupos de pares y de la influencia malsana de los medios de comunicación, que se regodean con la violencia, real, aquella que aparece en los medios de comunicación, o fingida, como la que se que se ve, descarada, en las películas y series propaladas por la TV y hasta la que se entrena en los juegos por computadora, a los que son tan afectos los niños y adolescentes.

Al respecto, hay un problema mayor, que ahora es universal, pues aparece ya en muchos países incluso los llamados desarrollados: el creciente poder de los padres en contra de los maestros. Antes se podía hablar de cooperación hogar-escuela; ahora hay que hablar de una enorme discordia en la que los maestros salen perdedores. Sin apoyo de las autoridades escolares, los maestros llegan a ser objeto de reclamos improcedente, de agresiones verbales, de denuncias ante la fiscalía.

Y las escuelas pueden ser denunciadas ante el INDECOPI o las UGEL no por un mal accionar sino, simplemente, porque los maestros fueron exigentes con plazos, tareas o calificaciones. Para agravar el caso, INDECOPI y las UGEL se apresuran a ejercer un rol de control y de sanción que termina por debilitar aun más la autoridad de los maestros. No obstante, los maestros debemos trabajar para recuperar la comprensión y el apoyo de los padres y madres y dar de baja el interés que muchos tienen para conseguir metas fáciles para sus hijos.

A los padres les debe importar que los niños y jóvenes consigan altos niveles de educación, cuyo logro no depende solo de los esfuerzos de los maestros sino, también, del empeño de cada uno por superarse. Desde fecha reciente, una minoría recalcitrante, que se asume como portavoz de los padres de familia, ha conseguido una ley que va contra la educación sexual de los estudiantes, y les otorga supuestamente a los padres autoridad para revisar los textos escolares y el currículo so pretexto de defender la familia contra las amenazas del enfoque en el género.

Esa fuerza, minúscula pero vociferante e incluso violenta, se une a la tendencia que socaba la calidad de las instituciones de educación superior, volviendo a lo que fue antes, un campo de enriquecimiento de sectores a quienes la formación profesional de calidad les importa poco. Este es un atentado que finalmente ha de dañar los esfuerzos del país por conseguir un desarrollo con justicia y solidaridad. Es lamentable, pero todo esto no se ha escuchado la voz de las organizaciones del magisterio. La pandemia, que ha recluido a la gente por más de dos años, ha demostrado cuán débiles estábamos para afrontar problemas de dimensión gigantesca. En todo este tiempo, los maestros han demostrado una capacidad de trabajo admirable, pero al mismo tiempo se ha puesto en evidencia la poca capacidad de reacción de los organismos de gobierno para ajustar las exigencias educativas a las condiciones desfavorables que ha traído el Covid.

Programas curriculares de emergencia, desprendido por diversificación de los programas nacionales, hubiera orientado mejor los esfuerzos de los maestros y habría avisado claramente a los padres por dónde se iba a caminar. Aunque tenemos la esperanza de que el mal sea vencido, sabemos que el final está todavía distante. Lo ideal hubiera sido que el MINEDU o las direcciones regionales fomentaran un trabajo de sistematización de los recursos metodológicos que han tenido que inventar los maestros. En esta línea, los docentes siguen todavía pasivos y no promueven actividades que recojan su experiencia. Frente a todo esto y más, todavía hay un fantasma que tenemos que alejar: el individualismo de la acción. En las instituciones educativas, hasta los docentes esforzados trabajan solos.

Ninguna escuela podrá progresar en calidad si se sigue trabajando cada uno por su cuenta. José Antonio Encinas nos enseñó que una escuela es un cuerpo colegiado de maestros que persiguen objetivos compartidos. Viéndolo de ese modo, todavía tenemos muy pocas escuelas. Perdonarán ustedes que los términos de mi intervención han sido grises y han ido contra corriente. Al escuchar y leer los mensajes que se han cruzado en esta semana por las redes se puede apreciar optimismo y compromiso en los maestros. En la Escuela Normal Superior donde nos formamos, nuestro maestro, Walter Peñaloza, supo infundirnos amor por nuestra carrera, nos enseñó que la dignificación de la profesión docente no depende de los elogios de fuera sino la labor que desempeñamos.

Por eso, para concluir, debo expresar la gratitud de los egresados de la escuela normal superior de La cantuta para quien supo enseñarnos que los maestros, todos iguales, estamos llamados a poner nuestro mayor empeño en favor de la educación integral de nuestros niños y jóvenes. Vaya nuestro homenaje a Walter Peñaloza, maestro ejemplar, y en su persona, a todos los maestros del país.

Muchas gracias

07 de julio de 2022