Por Gustavo Espinoza M.
Sandino nació en 1895, un 18 de mayo, en las cercanías de Masaya. Hijo de un trabajador agrícola y una campesina, no tuvo en los primeros años de la infancia, el trato de un hogar establecido. Pronto, sin embargo, los principales escollos de su vida, fueron superados y desde joven sintió en carne propia las bondades de la vida rural al tiempo. Buscó en su educación, el mundo campesino, que lo acompañó en todas sus edades, y fue, finalmente, escenario de su muerte.
Como veremos, en los años 30, Sandino lideró vigorosamente la lucha en defensa de la soberanía de Nicaragua enarbolando una legítima bandera que encontró respaldo y acogida en América entera. Su esfuerzo posibilitó el uso de diversas formas de lucha, entra las que la acción guerrillera ocupó un sitial preferente.
Gregorio Selser escribió acerca de Sandino y sus valerosos y aguerridos soldados de aquellos años. Los denominó “El pequeño ejército loco”. En las páginas de su libro, así titulado; fue posible conocer la historia de una nación pujante y valerosa, que hoy mira el porvenir con optimismo.
Selser hizo luz en torno a la historia del ese movimiento cuyas hazañas comenzaron propiamente en 1926, fecha en la que el gobierno de los Estrados Unidos decidió invadir Nicaragua para consolidar su más amplio dominio en la región.
Mucho antes, que esto ocurriera, en 1854 el Aguila Imperial había posado sus garras en el país centroamericano juzgado clave para la construcción de un nuevo canal interoceánico, el mismo que, finalmente, será construido ahora por el gobierno Sandinista de Nicaragua.
En 1855, el temido filibustero William Walker también invadió el suelo nicaragûense. Ahíto de Poder, se proclamó Presidente, y dispuso que el inglés fuera el idioma nacional. Seis meses después fue echado del país a punta de flechazos y disparos de arcabuz por los pobladores de ese territorio..
Eran los años en los que Rubén Darío, el poeta nacional de Nicaragua, aludía al Imperio calificándolo de “maldito invasor”. Darío –dijo Mariátegui- “está presente en toda la literatura hispano americana”
Cuando la historia volvió a repetirse, el año 26 del siglo XX, Sandino había asimilado plenamente las lecciones de la vida. Consciente de su deber y de su responsabilidad, dijo una frase que hizo historia: “la soberanía de un país, no se discute; se defiende con las armas en la mano”.
Demostrando que su adhesión a las formas armadas de lucha no era una suma de palabras, sino una voluntad resuelta, organizó su propia guerrilla, que se enfrentó victoriosamente en diversas ocasiones a la infantería de marina de los Estados Unidos. Fue ésa una lucha difícil, dura y sangrienta, cargada de enseñanzas y rica en experiencias de combate. Y que puso muy en alto el valor, el patriotismo y el coraje de millares de campesinos empeñados en defender, a costa de sus propias vidas, el suelo de la patria
José Carlos Mariátegui se ocupó de la crisis centroamericana, y en particular de los acontecimientos de Nicaragua. Escribió dos artículos. En enero de 1927 y en noviembre de 1928 en la revista “Variedades”. El primero de ellos, “El imperialismo yanqui en Nicaragua”; y el segundo, “Las elecciones en Estados Unidos y Nicaragua”.
Abordando estos temas y recordando las limitaciones de clase de la burguesía de entonces, diría: “Ni aun quienes ignoran los episodios y el espíritu de la política de Estados Unidos en Centroamérica, pueden ciertamente tomar en consideración las razones con que el señor Kellog, pretende excusar la invasión del territorio de Nicaragua por tropas yanquis. Pero quienes recuerdan el desenvolvimiento de esa política en los últimos cinco o cuatro lustros, pueden sin duda percibir mejor la absoluta coherencia de esta intervención armada en los sucesos domésticos de Nicaragua con los fines y la praxis notorios de esa política de expansión”
Para Mariátegui, “el único camino de resistencia activa al dominio yanqui, era el camino heroico de Sandino”.
El Amauta estaba convencido de la incapacidad de la clase dominante de Nicaragua para diseñar una política independiente y soberana. Liberales y Conservadores -los Partidos tradicionales del país- vivían virtualmente atados al Imperio, pero además constituían gavillas de politiqueros corruptos organizados en Mafias que disputaban prebendas del Poder a la sombra del amo yanqui.
Como lo recuerda Borge, en aquellos años, gentes más rústicas que nuestro Amauta, solían decir: “cinco conservadores más cinco liberales, suman diez bandidos”. Y no les faltaba razón.
Ya en esos tiempos, los intervencionistas norteamericanos sufrieron varias derrotas. Y finalmente se vieron forzados a marcharse de Nicaragua el 1 de enero de 1933. Lo hicieron vencidos, pero se dieron maña para forjar, en provecho de ellos, un Poder Alternativo. Con ayuda de sus socios al interior de Nicaragua, -“liberales” y “conservadores”- dejaron perfilada una administración neo colonial que preservó sus intereses por muchos años más.
Somoza -el más notorio representante de la oligarquía gobernante- pensaba que, acabando con Sandino y los suyos, podría apoderarse definitivamente del país. Así decidió su muerte. El 21 de febrero de 1934, Sandino fue asesinado. El crimen. Tuvo nombre propio, y autoría definida. Fue ejecutado por voluntad expresa de Anastacio Somoza, quien se consolidaría luego -y por muchos años- como la expresión oficial de una dictadura siniestra que agobiara al país por varias décadas
Al caer bajo las balas de sus asesinos, el héroe contaba con 38 años, tres más que Mariátegui al enfrentar esa circunstancia, y casi la misma edad del “Che” en Valle Grande. Esa noche, Sandino, en compañía de su padre, Gregorio, y otros compañeros de lucha, había acudido a una cena en el Palacio de La Loma, la sede del Gobierno, invitados por el entonces Presidente Sacasa. El crimen sumió al país en un ambiente de derrota, pero también de violencia.
Desde 1934 hasta 1979, con breves interrupciones, Nicaragua fue una granja sometida al capricho de una estirpe sangrienta que la envileció y mantuvo a expensas de sus caprichos más perversos.
En 1956, un joven poeta llamado Rigoberto López Pérez decidió vengar la afrenta que significaba para Nicaragua el régimen sangriento de Somoza. Sorpresivamente, un 21 de septiembre se abrió paso entre guardaespaldas y bandidos que protegían al dictador y con certeros balazos acabó con la vida del tirano, pero él mismo no pudo sobrevivir a la acción.
Evocando el hecho, Tomas Borge, en “La paciente impaciencia” recuerda lo acontecido: “En la casa del Obrero de la ciudad de León, entre música bailable y risas diseñadas, el viejo Somoza quedó paralizado de terror, cuando un hombre joven se puso en impecable posición de tiro y le apuntó con un revólver. Ahí, a pocos metros de Rigoberto, estaba el hombre que después de brindar con champange, había ordenado el asesinato de Sandino”
Todos los gobernantes del mundo “occidental y cristiano” lamentaron la muerte del tirano, hombre de confianza de los Estados Unidos. En el Perú, Manuel Prado -Presidente de entonces- decretó un día de duelo. La Federación Universitaria de San Marcos, lo hizo suyo, pero no por Somoza, sino por Rigoberto, quien sin duda merecía la admiración de los jóvenes de América
Los hijos de Somoza -Luis y Anastacio- se aferraron a un poder ficticio, pero tuvieron que huir de Managua el 19 de julio de 1979 cuando los combatientes del Frente Sandinista alcanzaron su victoria tras una heroica lucha armada. Victoriosos cambiaron el color de la ciudad con una inmensa tela roja y negra, símbolo del poder insurgente tomado de los indios Matagalpa, una de las poblaciones originarias del país.
Colaborador de la guerrilla, combatiente de Las Segovias, Secretario de Sandino y activo luchador antiimperialista, fue nuestro compatriota Esteban Pavletich. El, nos habló muchas veces de esa historia. Postrado en su lecho, en los años en los que funcionaba en Lima el Comité de Solidaridad con América Latina -el COSAL- en la segunda década de los años 70, nos hablaba como un viejo capitán, dibujando en imaginarias arenas el derrotero de guerrillas victoriosas que encarnaban los sueños de ese pueblo.
En su recuerdo, la estela de Sandino brillaba como un sol resplandeciente, pero además imbatible. En su nombre, había surgido -bajo la certera voluntad de Carlos Fonseca Amador- el Frente Sandinista de Liberación Nacional, que finalmente condujo al pueblo a la victoria, no sin antes ver derramada la sangre de su héroe y fundador, en 1976.
Bien puede decirse que Sandino perteneció a una pléyade de combatientes que pusieron muy en alto el nombre de América en la resistencia a las agresiones imperiales.
En aquellos años Julio Antonio Mella, jugó un rol protagónico en la promoción de esas luchas. Farabundo Martí, el líder salvadoreño que se alzó en 1930 contra la dictadura brutal del coronel Maximiliano Hernández, fue otro de ellos. Como se recuerda, debelada su insurgencia, fue vilmente asesinado con casi 30 mil campesinos en una de las matanzas más horrendas que viviera pueblo alguno en nuestro continente.
Hay que recordar en este escenario, también a Luis Carlos Prestes, el “Caballero de la Esperanza”, que atravesó de norte a sur las selvas del Mattogrosso en Brasil, entre 1924 y 1927, se proyectó en una lucha que aun hoy tiene vigencia. Evocándolo. Jorge Amado diría: “En las orillas del día / nació Luis Carlos Prestes / Es como si os dijera / nació un río”.
A la cabeza de su guerrilla de mil 500 hombres y mujeres, comandada por una docena de oficiales del Ejército y la Fuerza Pública de Sao Paulo sumados a la rebelión; Prestes recorrió 25 mil kilómetros a través de 13 estados brasileños durante 29 meses hasta salir al exterior por la frontera de Paraguay.
La experiencia, como se sabe fue conocida como el tenientismo y en ella, la Columna se inspiró en los ideales liberales de «representación y justicia», mientras luchaba por el voto secreto y la moralización de las costumbres políticas, corrompidas por la oligarquía.
Estos hombres, estas luchas, y estas ideas señalan ahora el camino nuevo de nuestro continente.
A ellas, con seguridad, aludió el Comandante Sandinista Tomás Borge cuando en una declaración ante los tribunales que lo juzgaban dijo poco antes de triunfar la epopeya sandinista: “Hoy, el amanecer es aún una tentación. Mañana, algún día, brillará un nuevo sol que habrá de iluminar toda la tierra que nos legaron los mártires y héroes con caudalosos ríos de leche y miel”.
Hoy América Latina vive una nueva etapa de su historia. Se nutre de la historia y es, por tanto, la misma que asoma en nuestro tiempo. Nicaragua, Venezuela, Bolivia, Honduras, Chile mismo y desde luego, Cuba; lucen a la vanguardia de los pueblos en un proceso que afronta dificultades y problemas, registra avances y retrocesos, victorias y derrotas, pero que se impondrá sobre sus adversarios porque encarna el porvenir de nuestros pueblos.
Es deber de todos ver claramente esta realidad y confirmar la idea de que el Imperialismo sigue siendo el enemigo fundamental de nuestros pueblos. Enfrentarlo no sólo es asumir la defensa de nuestra América. Es también cumplir un elemental deber de conciencia en nuestro tiempo.
Ahora, los Sandino, los Mella, los Farabundo Martí, los Prestes, los Fonseca Amador de nuestro tiempo; son los que emergen con la bandera solidaria entre las manos dispuestos a llegar hasta el fin con su victoria. Los guía el pensamiento de Mariátegui, el temple del “Che”, la sabiduría de Fidel, la consecuencia esplendorosa de Hugo Chávez
Y es que América, también se nutre de Sandino. Por eso nosotros, atendemos el pedido que formulara a todos uno de los más calificados escritores centroamericanos del siglo XX, Miguel Angel Asturias, quien nos dijera: “Hablad en las plazas, en las universidades, en todas partes / de ese general de América / que se llamó Augusto César Sandino”