Por HILDEBRANDO PEREZ GRANDE
Una de las cosas que más deploro el día de hoy es no celebrar, con Tomás, el centenario del libro más libre de nuestra América: Trilce (Lima, 1922).
Con seguridad que nos hubiésemos puesto de acuerdo, dando curso a la complicidad que habíamos construido en tantas batallas, para apreciar de qué manera Vallejo arremetió contra las leyes establecidas y la oscurana de lo canónigo que aún se daba sus gustos en la versificación, la rima, el ritmo, la dicción, proponiendo, Vallejo, de manera subversiva, otros sugestivos aires vanguardistas a la poesía, como tú, Tomás, desde tu santa impaciencia, luchando en las calles y las montañas y las cárceles contra las injustas leyes vigentes y la retórica perversa del canon político imperante. Cada quien, pues, en su tiempo, un ángel rojinegro, aboliendo lo inhumano, lo desalmado.
En Trilce, Vallejo hizo delirar a las palabras, le sacó el jugo al lenguaje lírico, le quebró los huesos a vetustos argumentos de la gramática y transitó con audacia por lo inesperado y el arcoiris de lo mágico, como un guerrillero. Fue audaz y lúdico, sin olvidar la melancolía, la angustia, el dolor, y como tú, TomÁs, se vurlaba de las reglas hortográficas para escarnio y sufrimiento de los presbíteros del hidioma.
Y subiste con tu mochila cargada de esperanzas a la montaña de Pancasán y te caíste y te vvvvvolviste a levantar mil veces y no perdiste la libertad de soñar en la cárcel de Tipitapa ni de batallar sobre la página en blanco para trazar las estrategias que nos llevaría a un mundo nuevo.
A diez años de tu viaje astral, haciendo yunta con Vallejo, vámonos a caballar, Tomás, a caballar, a caballar. No seas malo en sucumbir. Pónte el almA. Oh estruendo mudo. ¡Sandino vive!