VIVE LA COMMUNE…!

Carlos Ortiz Cornejo

París ardía en llamas. Por entre los barrios, las tropas del Ejército de Versalles avanzaban a paso firme, destruyendo y cazando gente. La ciudad, poco a poco, se transformaba en ruinas. Era la semana del 20 de mayo de 1871 y la burguesía francesa, con el imprescindible apoyo alemán, consideraba que la revolución se había ido de las manos. Era necesario imponer su orden para no perder sus privilegios.

Desde las calles de París, comuneros y comuneras observaban al ejército arrasar con todo. Para ese entonces, solo una cosa era clara: si iban a caer, no sería sin resistir.Eran tiempos de militarización y guerras. Tiempos de nuevas organizaciones de los poderes. Desde Prusia, el primer ministro Bismarck prometía «sangre y fuego» mientras se reordenaba el mapa europeo y se forjaban alianzas.

En juego estaba en ser las nuevas potencias mundiales, controlar mercados, formar ejércitos invencibles para «la gran guerra» y crear fuertes espíritus nacionalistas. En ese contexto, en 1870, se desataba la guerra franco-prusiana que dejaría a Francia como gran derrotada y a su gente con la sensación de que, si no actuaban pronto, se vendrían tiempos aún más oscuros. De este modo, el 18 de marzo de 1871, se comenzaría a trazar un nuevo rumbo.

En medio de una histórica insurrección popular, el pueblo convocaba a elecciones comunales, lejos de las leyes burguesas y con la finalidad de armar una política propia con reformas sociales inéditas y revolucionarias, se daba inicio a la Comuna de París. Fue así que se estableció que la Policía y el Ejército fueran reemplazados por guardias populares y que se separara la Iglesia del Estado.

Además, se decidió que las fábricas estuvieran en manos de quienes la trabajaban, que los cargos públicos fueran por elección de la misma gente, que se modificaran los esquemas de educación, que los costos de los alquileres fueran controlados por la Comuna, y varios puntos más. La revolución social en Francia estaba en marcha.

La ciudad de París ahora estaba manejada por el pueblo y las barricadas cercaban la zona para mantenerse fuera del alcance del Gobierno. Sin embargo, esta organización anticapitalista constituía un verdadero riesgo para la oligarquía que observaba impaciente. Era un hecho inédito y en una ciudad tan importante como París; era la misma gente organizándose y buscando el bien común sin clases ni privilegios.

Por ese mismo motivo, con el apoyo de una fuerte represión gubernamental y tras días de violentos combates, el sueño de socialistas y anarquistas que dieron vida a la Comuna llegó a su fin. Sin distinción de edad ni género, se estima que entre 30 mil y 50 mil personas fueron fusiladas y cerca de 70 mil deportadas.

Quedaba el ejemplo vivo de cómo las clases oprimidas lograron ponerse de pie para organizarse y, gracias a la desobediencia civil, derrocar a la tiranía. Una sociedad que nacía del sueño de un mañana de justicia y equidad.

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