Por Gustavo Espinoza M.
Un ardiente verano, es el título de una sugerente novela del conocido escritor
alemán Eduard Von Keyserlin. En ella, se
describen interesantes experiencias algunas de las cuales tienen vigencia aun en
nuestro tiempo.
Se narra allí las desventuras de una notable personalidad de la
aristocracia germana que harto de la inconducta de su hijo, decide prohibirle
visitar a sus familiares en las vacaciones, y más bien lo obliga a permanecer a
su lado en contra de su voluntad.
Las cosas no le salieron bien al padre, porque gracias a esa decisión, el
muchacho pudo percibir el falso mundo de la vieja clase dominante alemana,
empeñada en levantar cierto estereotipos de grandeza, apenas para “guardar las
apariencias”.
El joven, en ese breve periodo de su vida, pudo descubrir que las cosas no son como
parecen y que incluso el mundo en el que vive, está doblegado por su propio
engaño. Es decir, que la farsa es, en definitiva, el modo de vida de sus
mayores.
Esa vivencia, lo convierte en un rebelde, y solo al final el anciano
descubre que fue él quien, en última instancia, convirtió a su hijo que asomaba
tan sólo como un vago irresponsable, y logró que se transformara en un alzado
contra la sociedad de su tiempo. En
otras palabras, lo hizo abrir los ojos
De alguna manera puede asegurarse que los acontecimientos que hoy ocurren
en nuestros días, sirven para abrir los ojos a millones de peruanos que tienen
ante si las lecciones de la lucha de clases, casi sin advertirlo y hasta sin
proponérselos. Para el caso, la vida misma reemplaza al Conde del relato y la convierte en una verdadera maestra.
El Tsunami derivado de la erupción de un volcán situado en el fondo de
los mares y a mil kilómetros de nuestro litoral, provocó significativos daños
en nuestras costas y hasta generó la muerte de dos personas.
Pero los servicios de inteligencia navales, tan diligentes cuando se
trata de grabar las entradas y salidas de personas en un pasaje de Breña, no
alcanzaron a darse cuenta que el fenómeno afectaría nuestras playas.
Así no sucedió en Ecuador, ni en Chile; sólo en el Perú, Por
eso, en los países vecinos fue posible enfrentar y controlar los daños de la
explosión, en tanto que aquí nadie supo nada. Por eso aquí, hasta muertos hubo.
Quizá si hubiera asomado un barco venezolano a 200 millas de nuestras costas,
la Marina habría dado la voz de alarma,
pero del Tsunami, ni hablar
Pareciera que los congresistas de la precaria “mayoría parlamentaria” no percibieron
tampoco las cosas. Por eso no investigaron nada. Estuvieron más bien empeñados
en bloquear la posibilidad de un referéndum para impedir el cambio de
Constitución, y se diseñar la aparición de un diario del Congreso de la República,
para tener vocero propio.
En verdad, hubiesen querido culpar a Pedro Castillo del Tsunami y de los
daños, pero la tela no daba para tanto. Y como se trataba más bien de la Marina
de Guerra del Perú optaron por callar, hacer mutis en el Foro, como solía
decirse en la antigua Roma. Su
propuesta final, fue interpelar al Ministro del interior, para ver si lo
censuran.
Callaron también, entonces, cuando Repsol -la empresa española que
“compró” la Pampilla a precio Fujimori- derramó toneladas de Petróleo en las costas de Lima, generando inmensos
daños a la fauna, la ecología, el trabajo y
la vida de muchísimos peruanos. Fue
ese el más grave desastre ecológico del que se tiene memoria. 250 mil galones
afectaron un área de casi 2 millones de metros cuadrados del mar peruano.
Claro que si esa acción hubiese sido consumada por Petro Perú, otro gallo
cantaría; pero aquí tampoco pasó nada.
El Consorcio decidió “limpiar”
los daños con una escoba, y un par de recogedores de basura. La “Prensa
grande”, guardó silencio.
Y algo parecido ocurrió cuando el columnista de “El Trome” Jimmy
Hernández clamó desesperado llamando a un sicario que mate al Presidente
Castillo porque no lo quiere, porque no lo puede ver, porque lo detesta. Claro
que para el caso, hay un atenuante: No fue el primero que lo dijo.
Ya en junio pasado, irónicamente en el Paseo de los Héroes Navales, López
Aliaga hizo lo propio: “Muerte a Castillo!”, dijo. “Muerte a Cerrón!, insistió
ante la complacencia de los medios de comunicación al servicio del
Keikismo ¿Lo recuerda?. Y después arguyó
que sus palabras no eran “malas”, tan sólo reflejaban “un modo de expresarse
entre la gente”.
Eso del “modo de hablar” dictó cátedra. Y como lección aprendida, la
repitió Patricia Chirinos cuando mandó “al carajo” al Jefe del Estado. “Es un
modo popular” dijo y “forma parte de mi cultura”. Curiosa manera de llamarle
“cultura” a la manifiesta expresión de sus obscenidades mentales, tiene la
afortunada y joven viuda de León Rupp.
El telón de fondo, en este ardiente verano, está signado, sin duda, por
esta Pandemia que aún no llega a su fin y que, en la modalidad del Omicrón,
sigue causando estragos notables. Nadie puede negar que, en la materia, el
gobierno de Castillo ha trabajado bien, pero la reacción buscará el modo de
sacarle la vuelta a la vida y le incriminará algo para obstruir su acción.
Pero el periodo trae también otros imprevistos, como la plática de César
Hildebrandth con Pedro Castillo, que nos revela un Mandatario casi exactamente
como lo percibimos desde esta modesta columna:
un hombre sincero, sin experiencia política, pero con una enorme
voluntad de servir a su pueblo (fin)