Por Luis Manuel Arce Isaac
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, realizó en Washington, fuera del sistema de Naciones Unidas a quien correspondería una cita como esa, la Cumbre de la Democracia, con invitados a dedo para marcar bien sus intenciones. Como la recientemente fracasada cita sobre el cambio climático auspiciada por el mismo anfitrión la cual no rebasó los límites de la retórica y fue incapaz de llegar a la raíz del problema que enfrenta la humanidad por un entorno ambiental cada vez más enfermo, esta por la democracia es otra Cumbre borrascosa, título de una famosa película.
El que muchos del centenar de asistentes sean antidemocráticos y en lugar de invitados deberían ser cuestionados, le hace perder credibilidad al motivo de la convocatoria de Biden de defender la democracia, reforzarla y renovarla, y en cambio subraya la necesidad de un Estados Unidos caótico de reordenarse para recuperar terreno perdido en términos de influencia global.
Contraproducentemente, como advirtió el canciller de Cuba, Bruno Rodríguez, la cumbre muestra interesantes síntomas de debilidad del país más rico del mundo que no puede por sí mismo enfrentar con la certidumbre requerida las quebraduras de un sistema socioeconómico cada vez más difíciles de ocultar.
La propia confección de la lista de participantes con gobernantes que muy difícilmente pueden ser vistos como defensores de la democracia -de Brasil, Irak o Filipinas por citar los más conspicuos- indica a las claras el borrascoso sentido de la iniciativa de Biden.
Más importante que los incluidos en las invitaciones, resultan los excluidos porque ellos dan una idea del real propósito de lo que se busca significar cuando la Casa Blanca llama a buscar mecanismos para enfrentar lo que denomina desafíos que plantea el autoritarismo, soslayando el tema de fondo que enfrenta la humanidad:
Una crisis profunda del sistema socioeconómico imperante del cual se deriva la mortal combinación de crisis económica, sanitaria, social, cultural, política y del espíritu, a lo cual contribuyó en alto grado el deterioro irreparable de una democracia representativa al servicio de una concentración descomunal de la riqueza y un aumento brutal de la pobreza.
La discriminativa lista de invitados de Biden a lo que bien podría denominarse una cumbre espuria por su contenido y selectividad, más bien debe servir para alertar de la resistencia de los grupos de poder en Estados Unidos y otros países, a un cambio de época en la que no pueden subsistir el saqueo de riquezas, ni la desigualdad, y se puedan evitar los altos costos que la humanidad paga ante fenómenos como la pandemia de Covid-19.
Es lógico que, ante esas perspectivas y los pronunciados objetivos geoestratégicos de una cumbre que en realidad no es tal, sino una calistenia para intentar mostrar músculos más flácidos que años atrás, países con altos niveles de influencia mundial no solamente no fueran invitados sino exhibidos como culpables de un desequilibrio social, económico y espiritual propio de un neoliberalismo que les es ajeno.
Acusan a Moscú y Beijing de molestarse por el curso de la cita y discursos intolerables como el del propio Biden, pero como denunció China, desconocen exprofeso los sistemas democráticos de cada cual que no tienen por qué seguir un molde fuera de su idiosincrasia, su cultura e historia.
Los embajadores en Washington de China, Qin Gang, y de Rusia, Anatoly Antonov, calificaron la cumbre de Biden como un producto que evidencia su mentalidad anclada en la Guerra Fría, que solo avivará la confrontación ideológica y creará nuevas divisiones. lma
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