LA REVISTA «MARKA», TRIBUNA DE CLASE

TIERRA Y GAS, LA TAREA DE HOY

Por Gustavo Espinoza M.

La historia registra curiosas coincidencias. Podemos citar dos muy concretas: Al cumplirse 53 años de la insurgencia militar revolucionaria del 68, el próximo 3 de octubre se dispondrá el inicio de una segunda Reforma Agraria, orientada a completar la tarea que quedó pendiente de la dictada el 24 de junio de 1969 y que quebrara el régimen oprobioso de dominación feudal marcado a fuego por el pueblo peruano.

En la misma coyuntura, el país vive una nueva experiencia: el gobierno popular de Pedro Castillo coloca en el centro del interés nacional el tema de los hidrocarburos situando el asunto del Gas de Camisea en el lugar que le corresponde.En esencia se trata de dos hechos políticos, que van mucho más allá de los requerimientos técnicos formales.

De por medio está no sólo el uso de recursos naturales que deben ser administrados en función de las necesidades nacionales; sino también el deber de afirmar la Independencia del país y la Soberanía del Estado Peruano, que no puede supeditarse al amparo de los privilegios de consorcios foráneos.

Si observamos la campaña que impulsa la prensa más reaccionaria y los grupos de poder tradicional en el tema del Gas, podemos percibir un hecho que pinta de cuerpo entero el rol que juegan estas fuerzas ligadas a los grandes consorcios imperialistas.

El Gas de Camisea, es una riqueza nacional. Existe en nuestro territorio, y como bien natural, debe ser aprovechado en beneficio del Perú y de su población. Sin embargo, gobiernos vinculados al Neo Liberalismo suscribieron convenios gracias a los cuales ese Gas es explotado por empresas extranjeras que se llevan el producto para venderlo a otros países. A nosotros nos dejan un pequeño remanente, que se coloca en el mercado a precios prohibitivos.

Por eso, un balón de Gas producido en el Perú y que en cualquier rincón de América cuesta 3 o 4 dólares, aquí se vende a 15, en dramático detrimento de la economía popular. El sólo hecho que el gobierno plantee la necesidad de renegociar esos contratos para favorecer a los peruanos, resulta considerado por la derecha más reaccionaria como expresión del “comunismo” que tanto les aterra.

Ellos se ponen abiertamente del lado de los consorcios foráneos que se llevan el gas sin que les importa en absoluto el derecho de nuestro pueblo.En el pasado, ellos usaron el tema con otra intención. En los comicios del 2016. Keiko Fujimori cuestionó los contratos del gas porque ellos fueron suscritos por el ministro Pedro Pablo Kuczynski en los años del gobierno de Alejandro Toledo.

Fue entonces el interés de minar en su momento la candidatura presidencial de PPK, el que llevó a la personera de la Mafia a colocar la revisión de los contratos del Gas como parte de sus promesas electorales, que hoy sabemos no habría cumplido jamás. Y es que ahora ella asoma como defensora de esos contratos, enarbolando el “derecho” de los consorcios extranjeros a disponer de nuestra riqueza gasífera. Y busca descalificar al gobierno de Castillo, sindicándolo como “comunista”. Alude entonces a la necesidad a “proteger la inversión extranjera” y a “no ahuyentar” al capital foráneo. Eso, en definitiva, es lo que realmente le interesa.

Es claro que en el tema del Gas, como ayer en el del Petróleo, lo que está en juego, es la dignidad nacional. ¿Podemos seguir mirando pasivamente como las grandes empresas extranjeras usan nuestro patrimonio en su beneficio? ¿Podemos aceptar sin chistar aquello de que los intereses de los consorcios imperialistas son más importantes que las necesidades de nuestro pueblo?.

Si el tema de La Brea y Pariñas fue en su momento el eslabón más débil de la dependencia que nos ataba al capital foráneo, hoy ese es el Gas de Camisea el que señala el derrotero por el que inevitablemente habrá de transitar cualquier proceso liberador.Resulta indispensable, entonces, asumir una posición meridiana en torno al tema. Se trata de una reivindicación de orden patriótico que nos e puede soslayar. Recuperar Camisea e impulsar la modernización del campo a través de una segunda Reforma Agraria, constituye en esencia, la tarea de hoy (fin

LA UNIDAD, TAREA ESENCIAL

Por Gustavo Espinoza M.

No es difícil darse cuenta que el objetivo principal en la estrategia de la clase dominante, es mantener y perpetuar la división de las fuerzas del pueblo como única manera de asegurar su dominio. Si partimos de esa premisa, podremos aseverar entonces que la tarea principal del pueblo, es forjar la unidad y preservarla de todas las acechanzas, porque es la única herramienta que habrá de garantizarle la victoria sobre la clase opresora.

De este modo, la unidad es un objetivo concreto, un fin en sí mismo. Pero, al mismo tiempo, un instrumento de luchar destinado a afirmar otros objetivos, que serían imposibles si la dispersión cundiera en el campo popular y si las fuerzas empeñadas en la lucha por transformar la sociedad, actuaran de manera desarticulada e inconexa.Todo esto puede apreciarse de manera nítida y transparente si se mira con elemental detenimiento el proceso peruano, sobre todo en las últimas décadas.

Hubo, en realidad, momentos en los que las fuerzas progresistas de la sociedad peruana forjaron la unidad y, gracias a ella, lograron impulsar importantes procesos sociales.

La primera de estas experiencias ocurrió en los años de la insurgencia militar del 68, tan denigrada por la clase dominante y evocada hoy por los trabajadores y otros segmentos pauperizados de la sociedad peruana. La otra, en los años 80, cuando diversas estructuras políticas convocadas por Alfonso Barrantes, dieron nacimiento a Izquierda Unida, que llego en su momento, a ubicarse como alternativa de gobierno y de Poder.

En los años del movimiento del 68, la unidad surgió casi por el imperio de la realidad. La acción patriótica del 9 de octubre de ese año, polarizó a la sociedad y la inmensa mayoría de peruanos se sintió reivindicados por el accionar de la Fuerza Armada en tanto que la clase dominante, por primera vez en la historia del Perú, tuvo miedo. Se dio cuenta de los cambios que se avecinaban, se asustó por el vigoroso poderío del gobierno de entonces, y no fue capaz de ofrecer resistencia activa a su orientación política.

La Izquierda, representada entonces casi exclusivamente por el Partido Comunista, supo asumir sus tareas con responsabilidad y decisión, y la clase obrera, tras las banderas de la CGTP, dio claras muestras de entereza y capacidad. Esto, sin embargo, se debilitó luego de agosto del 75, cuando Juan Velasco fue desplazado. Afloraron grupos de izquierda, hasta entonces pequeños, y sectores patrióticos de la Fuerza Armada perdieron la iniciativa.

La crisis, retomó otro itinerario con el surgimiento, a inicio de los años 80, de ese vasto movimiento político que se denominó Izquierda Unida. Gracias a él, fue posible ganar las elecciones municipales en Lima, en 1983, y tener funciones ediles dirigentes en varias ciudades del país. La falta de preparación de los cuadros dificultó la tarea asumida y no siempre resultó posible una función efectiva en provecho de las grandes mayorías.

Cuando la IU se proyectó en el país como alternativa de Gobierno y de Poder, fue presa de dificultades mayores que alimentaron su división. Aunque no es el tema precisar las causas que la motivaron, hay que señalar que una de ellas fue el innegable trabajo del enemigo. Este, buscó obsesivamente generar problemas internos en IU y al interior de los partidos que la integraban. Alentando la vanidad en algunos dirigentes, el caudillismo en otros, el hegemonismo y el sectarismo en los colectivos partidarios, logró sembrar las semillas de la división que fructificaron pronto.Hoy, a los peruanos se nos presenta una nueva oportunidad.

Objetivamente, la maduración del proceso social, generó una situación en la que una fuerza de Izquierda liderada por el candidato Pedro Castillo, pudo imponerse en los comicios de junio del 2021. El que confluyeran diversas tendencias en apoyo a esa candidatura entre abril y junio pasado, aseguró la victoria. Por eso, nadie puede realmente considerarse propietario de la misma. Ella, fue el resultado de una unidad macerada por el propio pueblo, empeñado en asegurar el triunfo de banderas progresistas.Hoy el gobierno popular tiene en sus manos la posibilidad real de conducir la vida nacional. Y eso es un hecho que ocurre por primera vez en la historia del Perú.

Es responsabilidad de la izquierda asegurar que esta inédita experiencia, sea exitosa. Para eso, es indispensable recoger las lecciones del pasado.Para ese efecto, hay que afirmar y consolidar la Unidad. La unidad nos obliga, en primer lugar, a no ventilar públicamente eventuales diferencias. Si hay distintas opiniones entre fuerzas que respaldan este proceso, es indispensable debatirlas dentro de nuestra propia esfera de acción, y nunca fuera de ella.

Si sacamos a luz diferencias y enfrentamientos, estos serán usados prolijamente por nuestros enemigos.Otro concepto que debemos respetar escrupulosamente, es el de no atacarnos mutuamente, Menos aún descalificarnos, o denigrar nuestra conducta. Si alguno de nosotros cometió errores en el pasado, hay que tenerlo en cuenta para el análisis interno, pero no sacarlos como herramienta de lucha ahora.

Por lo demás, en la materia, seguramente nadie podría tirar la primera piedra.Darse cuenta que el enemigo está al frente, y no dentro de nosotros ni a nuestro costado, es vital para consolidar este proceso. Elogiar -y aún adular- a quienes eventualmente consideramos “más revolucionarios” y llenar de improperios a los que creemos “menos”; puede ser tentador para recibir “favores” ocasionales, pero innegablemente daña la relación entre fuerzas que tienen hoy una tarea común.

Hoy, que asoman en el escenario diversas publicaciones formalmente identificadas con el proceso en marcha, es indispensable evitar la confrontación, y las pugnas, que confunden, desorientan y dividen. Ellas serán siempre, hoy o mañana, usadas por el enemigo contra nosotros mismos.Los peligros que acechan al proceso en marcha, son muy grandes.

Si la clase opresora logra recuperar su dominio, nos golpeará a todos. No solo a los “más revolucionarios” o “más leales”. El odio del enemigo, no hace distinciones. Nuestra política unitaria, tampoco debe hacerlas